"Las diferencias a nivel psicológico son pocas entre una secta y una deriva sectaria intraeclesial" Luis Santamaría: "Hay quienes, queriendo entregarse a Dios, acaban convertidos en esclavos de gurús revestidos de una falsa piedad"

Luis Santamaría
Luis Santamaría

"Por desgracia, tenemos que hablar de comportamientso sectarios o derivas sectarias en el seno de la Iglesia"

"La experiencia nos dice que en la base de muchos casos de abusos sexuales en contextos eclesiales están, precisamente, esas estrategias de persuasión coercitiva que acaban sometiendo a las personas a la voluntad del líder de turno. Actitudes que no son aceptables ni humana ni cristianamente"

"A veces se peca de ingenuidad, y no se rasca para ver más allá de unas apariencias de prácticas piadosas, ortodoxia doctrinal, apostolado puntero, frescura en las redes sociales, florecimiento vocacional o números que desafían la creciente secularización. Tener un fundador muy carismático, excelente orador, profundamente místico o con muchos estudios teológicos –por poner algunos tipos comunes– no es garantía de nada. Ni lo mucho que citen en el grupo la Biblia, el Magisterio de la Iglesia o los escritos de los santos"

"Conozco casos de personas que han pasado de la vida contemplativa, con varias horas diarias de oración ante el sagrario, a no poder ni entrar en una iglesia, por el daño que siguen teniendo"

Belorado: "Una vez que rompieron con la Iglesia, el cisma hizo que una comunidad de clarisas con una clara deriva sectaria se convirtiera en una secta, sin posibilidades de que la Iglesia pueda hacer nada, porque ellas mismas se han erigido en grupo independiente. Un grupo que perpetúa el engaño"

"El Código de Derecho Canónico les da (a los obispos) las herramientas tanto para corregir como para prevenir los abusos de poder y de conciencia. Lo que tienen que hacer es ponerlo en práctica"

"Por desgracia, tenemos que hablar de comportamientos sectarios o derivas sectarias en el seno de la Iglesia". Luis Santamaría es uno de los mayores expertos del pais en estos grupos, que han vuelto a la actualidad en nuestro país después de la intervención de las Hijas del Amor Misericordioso (HAM), y los últimos coletazos del 'caso Belorado'.

Un fenómenos que, en opinión de Santamaría, "es propio del siglo XX, que incluso podemos rastrear tiempo antes del Concilio Vaticano II", y que hoy persiste, "a derecha e izquierda" en la Iglesia, llegando "a extremos que han pervertido la aspiración a la radicalidad evangélica, deformándola hasta lograr un radicalismo inhumano y deshumanizador, fuertemente dañino para las víctimas". "Queriendo entregarse a Dios, acaban convertidos en esclavos de gurús revestidos de una falsa piedad", subraya.

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Afirmas que en la Iglesia hay realidades que, sin ser sectas, tienen comportamientos sectarios. ¿A qué te refieres?

Me refiero a que no se puede decir alegremente, como hacen algunos, que “hay sectas dentro de la Iglesia”. No basta con constatar que haya realidades que se caractericen por el engaño y la manipulación. No. Para hablar de secta tenemos que hablar de un grupo autónomo, con su independencia organizativa.

No sucede eso dentro de la Iglesia católica, como tampoco puede pasar en cualquier otra institución. Pero sí podemos –y, por desgracia, tenemos que– hablar de comportamientos sectarios o derivas sectarias en el seno de la Iglesia. O, siguiendo la expresión que usaba habitualmente Francisco, “abusos de poder y de conciencia”.

Además, la experiencia nos dice que en la base de muchos casos de abusos sexuales en contextos eclesiales están, precisamente, esas estrategias de persuasión coercitiva que acaban sometiendo a las personas a la voluntad del líder de turno. Actitudes que no son aceptables ni humana ni cristianamente.

La Mesías: ¿ejemplo de secta?
La Mesías: ¿ejemplo de secta?

¿Cómo diferenciar unas de otras?

En lo que acabo de decirte hay una simple diferencia institucional y sociológica. Lo verdaderamente terrible –y muy doloroso para la comunidad creyente– es que las diferencias a nivel psicológico son pocas entre una secta y una deriva sectaria intraeclesial.

Entre las familias y personas que acuden a mí pidiendo ayuda y orientación, no son pocas las que me plantean casos que no tienen que ver con sectas, que es a lo que dedico mi labor de investigación y divulgación, sino con agrupaciones católicas que cuentan con su reconocimiento canónico, ya sea a nivel local (dependiendo del obispo diocesano) o universal (aprobadas por la Santa Sede).

Y muchas veces lo que me cuentan –repito– es casi tal cual lo que sucede en las sectas. Con el agravante de que se está haciendo aprovechándose de una aprobación eclesiástica que no se traduce en una supervisión posterior por parte de la autoridad.

El abuso espiritual
El abuso espiritual

¿Están surgiendo en los últimos años más realidades espirituales sin una base firme?

Yo no diría en los últimos años, sino en las últimas décadas. Y ya unas cuantas. Se trata de un fenómeno propio del siglo XX, que incluso podemos rastrear tiempo antes del Concilio Vaticano II. La experiencia francesa nos lo confirma, tanto con grupos vinculados a lo carismático como con nuevas fundaciones de vida consagrada inspiradas en las órdenes clásicas. En unos y otros casos se ha llegado a extremos que han pervertido la aspiración a la radicalidad evangélica, deformándola hasta lograr un radicalismo inhumano y deshumanizador, fuertemente dañino para las víctimas. Queriendo entregarse a Dios, acaban convertidos en esclavos de gurús revestidos de una falsa piedad.

Y me parece importante detenerme también en eso que señalas de “sin una base firme”. A veces se peca de ingenuidad, y no se rasca para ver más allá de unas apariencias de prácticas piadosas, ortodoxia doctrinal, apostolado puntero, frescura en las redes sociales, florecimiento vocacional o números que desafían la creciente secularización. Tener un fundador muy carismático, excelente orador, profundamente místico o con muchos estudios teológicos –por poner algunos tipos comunes– no es garantía de nada. Ni lo mucho que citen en el grupo la Biblia, el Magisterio de la Iglesia o los escritos de los santos.

Por lo general, falla la base firme de la formación, la obediencia (y docilidad) a la Iglesia, el sano equilibrio entre fe y razón, el respeto a la libertad de la persona y a la sacralidad de su conciencia ante Dios y, aunque parezca mentira, el verdadero enraizamiento en la Tradición cristiana.

Muchos pretenden pasar desapercibidos con su apariencia de ortodoxia y conservadurismo, pero realmente no están enraizados en la Tradición con mayúscula. Sólo escogen de ella lo que les interesa

Porque, en realidad, casi todos estos movimientos controvertidos se sitúan en el espectro más tradicional y conservador del catolicismo, ¿verdad?

Bueno, yo subrayaría el “casi”. Porque, como te acabo de decir, es cierto que muchos pretenden pasar desapercibidos con su apariencia de ortodoxia y conservadurismo, pero realmente no están enraizados en la Tradición con mayúscula. Sólo escogen de ella lo que les interesa. Algo que se ha puesto de moda después del Concilio Vaticano II, agarrándose muchas veces a una bandera de fidelidad e inmovilidad en tiempos de confusión y cambios. Claro, eso ha hecho que se aprovechen de la búsqueda de identidad y pertenencia a realidades “fuertes” por parte de algunas personas.

Pero vuelvo al “casi”. En los años que llevo trabajando en estos temas he podido ver cómo también grupos que ubicaríamos en el progresismo pecan de las mismas derivas sectarias que los movimientos más conservadores. Al final, la realidad nuclear es la de un líder o un grupo que acaba ocupando el lugar de Dios en la vida de las personas. Lo que en términos bíblicos se llama “idolatría”.

Y, como digo, pasa también en agrupaciones del lado más heterodoxo: aquellas que defienden medidas como el matrimonio homosexual, la ordenación sacerdotal de la mujer o el fin del celibato. Porque no se trata de ideas, sino de formas de actuar, de dinámicas grupales, de imposición y sumisión. Y esto pasa, si se me permite la expresión, a derecha e izquierda.

Lo primero que hace una secta es aislar a la persona de su entorno social anterior, para hacerla más manipulable y evitar toda “interferencia” de los que la quieren y pueden ayudarle a abrir los ojos ante la praxis de manipulación

En casos como el de las HAM y otros, suelen darse procesos de separación de las familias, apartamiento de tu entorno, incomunicación. ¿Son necesarias esas prácticas?

¡Claro que no son necesarias! A ver, me explico: no son necesarias para el proceso de entrada y compromiso en una asociación de fieles, un instituto de vida consagrada, un seminario diocesano o una parroquia. No son necesarias… ni son aceptables. Pero por supuesto que son “necesarias” si lo que busca ese grupo es iniciar un itinerario de abuso psicológico y espiritual. Lo primero que hace una secta es aislar a la persona de su entorno social anterior, para hacerla más manipulable y evitar toda “interferencia” de los que la quieren y pueden ayudarle a abrir los ojos ante la praxis de manipulación.

Es propio de las sectas, repito. No se puede consentir en un contexto eclesial, que ha de contar en todo momento con la libertad de la persona a la hora de su propio discernimiento vocacional y decisión de “ubicación” en la Iglesia y en el mundo. Sí, ya sé que lo justifican todo diciendo que hace falta desconectarse de un mundo hiperconectado, buscar espacios de silencio y favorecer la escucha de la voz de Dios. Todo esto es verdad, y cada vez más necesario en nuestro mundo actual para que la fe no se apague, pero no puede ni debe hacerse aislando a la persona.

Hijas del Amor Misericordioso
Hijas del Amor Misericordioso

¿Cómo trabajar con víctimas de estos grupos?

Es complicado, muy complicado. Porque, además, tenemos diversos niveles de víctimas. El primer nivel es el de las “víctimas actuales”: los miembros que han sufrido –y siguen sufriendo– unas estrategias de persuasión coercitiva que han mermado mucho su capacidad de decisión. Y, por supuesto, no se consideran víctimas de nada. ¡Están ahí porque quieren! Con estas personas, lo más importante es la cercanía, mantener el contacto y la comunicación, mostrar el cariño… Decirles que estamos ahí, y que siempre tendrán nuestra puerta abierta, la escucha disponible y un corazón que no juzga, buscando siempre el bien de cada uno.

El segundo nivel es el de las personas que han abandonado estos grupos con diferentes niveles de daño, ya sea por propia iniciativa o por expulsión. El trauma que arrastran abarca todas las dimensiones de su vida y es profundo y complejo. Por eso hay que armarse de paciencia, saber que llevará tiempo y emprender un acompañamiento que contemple lo afectivo, lo familiar, lo psicológico, lo espiritual, lo eclesial y lo social. Son muchas las heridas y mucho lo que costará sanarlas. Teniendo en cuenta que a un porcentaje importante de estas víctimas les costará perdonar a la Iglesia por haber permitido esto. Conozco casos de personas que han pasado de la vida contemplativa, con varias horas diarias de oración ante el sagrario, a no poder ni entrar en una iglesia, por el daño que siguen teniendo.

Y el tercer nivel de víctimas es el de las familias afectadas. Con sus peculiaridades, necesitan un acompañamiento y ayuda semejante al de la categoría anterior. Si el miembro que pertenece al grupo ha salido del mismo, es preciso dotar a las familias de herramientas para ayudar a ese miembro y aguantar la dureza del proceso (cuidar al cuidador, básicamente). Si no ha salido, estamos ante situaciones en las que llegan a ver a su familiar como un muerto en vida –para ellos–, en alguien que ha roto todas sus amarras o los ve desde una superioridad espiritual y moral que raya la soberbia más absoluta. Es durísimo.

Los pastores deben saber lo que pasa, y no quedarse en los espejismos y escaparates de los números, las vocaciones, el movimiento de jóvenes y –también– el dinero que se mueve y que “mueve” voluntades

De muchos de estos grupos surgen vocaciones, un “granero” ante la crisis. ¿Qué deberían hacer los obispos frente a estos fenómenos?

Los obispos, y también la Santa Sede, deben ejercer su autoridad como les pide la Iglesia. La “supervisión” que indica la etimología de “epískopos” supone una “visión”. Los pastores deben saber lo que pasa, y no quedarse en los espejismos y escaparates de los números, las vocaciones, el movimiento de jóvenes y –también– el dinero que se mueve y que “mueve” voluntades.

Para ello, tienen que estar cercanos a estas realidades, que también han de ser acompañadas por sacerdotes no necesariamente “miembros de” ni simpatizantes, y sobre todo deben escuchar las quejas y denuncias que lleguen. Es fundamental escuchar a los afectados y actuar sin demora para comprobar y, en su caso, corregir y reorientar a tiempo. Estoy convencido de que el Código de Derecho Canónico les da las herramientas tanto para corregir como para prevenir los abusos de poder y de conciencia. Lo que tienen que hacer es ponerlo en práctica.

Algunas de las exclarisas de Belorado
Algunas de las exclarisas de Belorado RD/Captura

El fenómeno de Belorado, ¿se puede explicar dentro de esta óptica?

En parte, sí. Lo que en los primeros días parecía una comunidad monástica captada y engañada por un falso obispo y su pequeña secta, aprovechándose de un cierto desencanto con la evolución reciente de la Iglesia, fue dando paso a la constatación de lo que hemos podido ver en estos 15 meses: sí que hay un caso de sectarismo, pero su líder es Laura García de Viedma, la antigua abadesa (sor Isabel de la Trinidad). El abuso de poder y de conciencia que ha ejercido sobre sus propias hermanas, arrastrándolas en un delirio sedevacantista a todas luces irracional. Lo que están haciendo ahora con sus hermanas mayores, utilizándolas como parapeto en su lucha contra todos (contra la Justicia, contra el comisario pontificio que actúa en nombre de la Iglesia, contra los periodistas…) no hace más que confirmar una actitud sectaria dañina, tanto para ellas como para el resto.

Una vez que rompieron con la Iglesia, el cisma hizo que una comunidad de clarisas con una clara deriva sectaria se convirtiera en una secta, sin posibilidades de que la Iglesia pueda hacer nada, porque ellas mismas se han erigido en grupo independiente. Un grupo que perpetúa el engaño, haciéndose pasar por lo que no son (monjas). Y que, curiosamente, dicen no obedecer más Derecho Canónico que el de la Iglesia verdadera –según ellas, la anterior al Vaticano II–, el Código de 1917. ¿Qué diría este ordenamiento jurídico de que unas clarisas de estricta clausura abran un restaurante en Asturias? Me temo que su huida hacia adelante tiene muchas más contradicciones, y más graves, que esta tan concreta que señalo.

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