En la carencia de sacerdotes o religiosos-as, los laicos locales se han ido organizando y asumiendo compromisos; la Iglesia está viva y no depende de los misioneros. Y además lo han logrado viviendo una sinodalidad sencilla y espontánea, que ha fluido con naturalidad de la sabiduría del pueblo menudo. Con todas las debilidades, la misión en Tacsha no está hundida, continúa saludable gracias a la bondad de la Madre Tierra, que la cuida por medio del ingenio y la mística de sus valerosos hijos.
El mambe es un conocimiento. Se mambea para caminar en la luz, para amanecer la palabra. Es el nudo por donde pasa toda la espiritualidad de este pueblo: el territorio, la vida, la comunidad, el respeto, la conexión con todo lo viviente a través de las plantas.
La coca ayuda a concentrarse, “te da lucidez”; “el ambil es un espejo que te hace ver la realidad. Ya no vives en la imaginación o la fantasía, te miras, te revisas, te puedes corregir”. La humildad es conducirte con conciencia y discernimiento, estar en la verdad. Implica una coherencia de vida, un compromiso en la familia, en el trabajo, siempre. Amor y serenidad. Una maravilla.
Naoky es como el icono del encanto de este pueblo. Su hermosa sonrisa, profundamente amazónica, su simpatía… Cada vez que nos vemos nos damos un abrazo. Sí, Estrecho, te quiero mucho y acá me siento a gusto.
Las mujeres están perfectamente capacitadas para asumir responsabilidades finales en la Iglesia. Estas señoras sencillas del mundo rural, mamás, esposas, vendedoras, chacareras, desprovistas de estudios o títulos pero adornadas con el entusiasmo y el sentido común, lo muestran cada día.
Porque la Amazonía es mujer; es el regazo de Dios en la tierra, el seno de la Madre ofrecido para sostener cada ser viviente, la belleza nutritiva, el obsequio de la inagotable armonía natural. Y las mujeres creadoras y cuidadoras de la vida son el mejor semblante de la Amazonía.
Hay un ambientazo, la gente viene a disfrutar, nadie se enfada, es inimaginable cualquier tipo de violencia, verbal o física, las carcajadas son el telón de fondo; se trata simplemente de divertirse.
La gente las llama para que vayan a orar cuando hay una situación de especial sufrimiento en la familia: muerte, accidente, enfermedad grave. Son como una especie de “reserva espiritual” de Tamshiyacu, como el sagrario viviente que guarda las tradiciones más genuinas, la fe de los mayores en su esencia. ¡Ole por la Legión de María!: super-abuelas profundamente creyentes, leales, constantes… Nos dan lecciones de resiliencia y entusiasmo sostenido contra viento y marea a lo largo de los años.
¿Pero qué hace San Isidro la tierra del paiche, los guacamayos y el aguaje, cambiando el azadón y la guadaña por las redes de pesca y el arco con flechas? ¿Cómo acompañar esta realidad multicultural como Iglesia aliada de todos que lucha por la vida plena?
Da gusto estar con mis compañeros. Es bonito compartir por esos ríos tareas, barro, risas, un escueto té en la noche, calores y hasta los zancudos; y es precioso compartir un proyecto, un sueño, una pasión. Más conozco a los misioneros, más los admiro, y me maravillo de ser uno de ellos. Servirles es un honor y un desafío que intento aprender para estar a su altura y dar lo que ellos se merecen.
Cuando les hablamos de la misión y de la Amazonía, la gente siempre nos expresa su admiración, una chica incluso habló de “héroes”, y eso me deja atónito y pensativo. ¿Será para tanto y no lo apreciamos porque lo vivimos desde dentro y nos parece natural? No lo sé, no lo creo. Seguramente todos, los gringos y nosotros, quedamos agradecidos e impresionados, cada cual por motivos diferentes, en estos encuentros entre dos mundos; pero con la generosidad en común.
Los norbertinos son hombres muy especiales y preparados, hacen doctorados, bastantes de entre ellos son músicos, aprenden idiomas, tocan instrumentos, cantan magníficamente, los hay artistas, poetas con libros publicados, uno corre maratones… Y claro, también hay misioneros, varios en Perú y dos en nuestro Vicariato. Durante cuatro días hemos disfrutado de su hospitalidad y hemos podido conocer su vida, sorprendente e inspiradora.
Se trata de asegurar apoyos que ya teníamos y explorar otras posibilidades, establecer contactos, abrir caminos para que instituciones, diócesis, ONGs de acá puedan sustentar nuestra misión. Es un viaje iniciático para mí porque es la primera vez que piso tierra yanqui, y para todos porque puede suponer una veta de cooperaciones que necesitamos urgentemente.
Alrededor de la hoguera y al son de las músicas tradicionales, veneramos danzando, según el modo regional loretano, al Señor vivo y presente. Fue el culmen de la Noche Santa, que el pueblo menudo celebra a su manera y con su lenguaje. Gramática humilde y espontánea que Dios goza porque va directa a su corazón.
Le hablamos a jesús en murui o en kichwa, y descubrimos que son también sus idiomas. Él está acá desde siempre.
La danza es la manera regional de veneración. Sonaron músicas tradicionales, sacamos el pañuelo y comenzamos a danzar, adorando el cuerpo Jesús Eucaristía con nuestros cuerpos.
los alimentos de nuestra tierra nos juntan con los antepasados, con los espíritus del bosque, nos unen a Jesús hecho alimento para nutrirnos y darnos Vida. La torta de kasabe se va partiendo como se parte el pan, los vasos de kawana van pasando y nos refrescan.
A cada vuelta del río este pueblo sencillo te entrega su sonrisa, y es una transfusión de optimismo, un mirar a los ojos a la vida para agradecer y compartir tanto don.
Nunca puedes estar preparado para esas dosis colmadas de gracia. Cada vez que he escrito belleza podía haber usado mayúsculas: Belleza, Hermosura, Bien, Gracia, Realidad... Es Ella, que en cada instante se acerca a nosotros y, cuando estamos atentos, se desvela y entrega espléndida.
Palpitaba en la atmósfera el deseo acuciante de estar juntos, de volvernos a abrazar, de sentirnos familia, y eso dejó sentir desde el minuto cero un enorme y radiante sentimiento de alegría. La sinodalidad como energía envolvió al grupo, recorrió la maloka y nos conectó entre nosotros y con la Fuente, con suavidad y firmeza.
Allí estábamos todos, de nuevo, misioneros y delegados de los dieciséis puestos de misión del territorio, laicos, sacerdotes, indígenas, religiosas, obispo, ribereños, trabajadores de la oficina, niños, visitantes, profesores… Fue un privilegio modelar juntos “el propósito” del Vicariato: su misión, visión y valores. Dialogar qué somos y qué queremos con la música de fondo del Sínodo y la pedagogía de Francisco en Querida Amazonía.
En las segundas partes, es decir, las mismas anécdotas pero en versión “sinodal”, los sacerdotes eran más acogedores y simpáticos, pero todo giraba igualmente en torno a ellos; los sketches supuestamente sinodales eran en realidad igual de clericales que los primeros, solo que con “buenas vibras”.
Un padrecito autóctono explicó que acá este tema se agrava porque conecta con el respeto reverencial que culturalmente se profesa hacia la autoridad, y peor la sagrada. Formatear el clericalismo de nuestro disco duro requiere buen humor y esperanza.
A pesar de la distancia física, cultural, étnica, climática, en la Amazonía nos sentimos hermanos de los ucranianos y les enviamos toda nuestra fuerza y solidaridad.
Al subir a la embarcación te adentras en un caos donde todo acaba encontrando su lugar. Mercancías de toda clase: calaminas, jabas de pollos, balones de gas, cajas de verduras, mochilas, chalecos salvavidas que nadie se pone, sacos de cemento, bloques de hielo, paquetes de gaseosa, maletas y bolsos… se ubican en el techo de la nave pero también por entre los pasajeros, como completando el tetris.
Iquitos, con más de medio millón de habitantes, es la capital de la selva peruana; una especie de tumor que le ha salido a esta parte de la Amazonía inmensa y escasamente poblada. Una ciudad paradójica, a la vez cosmopolita y provinciana, que arrastra un pasado ligado al genocidio del caucho, cuyo reverso fue su prosperidad postiza y decrépita, que ostenta hasta hoy.