El abuelo
Me acariciaba y decía: meu meniño, tu pecho es delicado como una caricia, como los besos de tu abuela cuando era una niña. Las palabras del abuelo, metálicas y precisas para todos, eran como nanas que me arrullaban. Y cuando lo decía temblaba y se leían en sus ojos como flores delicadas.
Los gestos de mi abueno completaban el mundo inconcluso y creaban las cosas que yo deseaba. Aún hoy, ya viejo como lo recuerdo a él, cuando sueño que estoy a su lado me siento desnudo como un recién nacido y me abandono en sus brazos como en los brazos de mi madre cuando era un niño, como en la cuna cuando era bebe, me olvido de todo y me siento seguro frente al mundo. Con el nada era pequeño, todo estaba pintado de oro. Mi abuelo era como una torre. La belleza de las cosas dependía de su cercanía o su lejanía a él. Dicen que su cara era como un nido de arrugas, como un cuadro de imágenes abrumadoras, pero para mi era como un panal de miel. Cuando me hablaba de Jesús, lo identificaba con él