El sermón de Montesino, el nuevo imperialismo y una pregunta que me quema en los labios
En 1511, en La Española, fray Antón de Montesino pronunció el sermón que se convertiría en una de las primeras y más radicales las denuncias de los abusos de la conquista española en Abya-Yala y en uno de los antecedentes mejor fundamentados de la actual teología de la liberación
El 21 de diciembre de 1511, cuarto Domingo de Adviento en la liturgia cristiana, subía al púlpito de la iglesia de los dominicos en La Española (Santo Domingo) el misionero burgalés fray Antón de Montesino para pronunciar un memorable sermón, que se convertiría en una de las primeras y más radicales las denuncias de los abusos de la conquista española en Abya-Yala y en uno de los antecedentes mejor fundamentados de la actual teología latinoamericana de la liberación. Ha llegado hasta nosotros gracias a la profética e incisiva pluma de Bartolomé de Las Casas, obispo de Chiapas, que recoge lo sustancial del sermón y las reacciones al mismo en el tercer libro de su Historia de las Indias (capítulos 3 al 6) (Tomo II, M. Aguilar editor, Madrid, s/f, pp. 384-385). Escuchó el sermón en tan memorable efeméride en su calidad de encomendero.
El sermón había sido preparado por todos los miembros de la comunidad dominicana, quienes lo firmaron de su puño y letra para dejar constancia de la autoría colectiva y de la relevancia de tan decisiva y profética pieza oratoria. Los dominicos lo habían preparado a conciencia a partir de sus propias averiguaciones sobre el “crudelísimo y aspérrimo cautiverio” al que los encomenderos españoles sometían a los indios en las minas de oro y otras granjerías y tras escuchar numerosos testimonios sobre la “tiránica injusticia”, las “execrables crueldades”, el trato como a animales, “sin compasión ni blandura”, con crueldad y “sin piedad ni misericordia”, según la dramática descripción de Las Casas, que lo conocía por experiencia.
Un memorable sermón que se convertiría en una de las primeras y más radicales las denuncias de los abusos de la conquista española en Abya-Yala y en uno de los antecedentes mejor fundamentados de la actual teología latinoamericana de la liberación
Tras ese concienzudo análisis de la realidad y la toma de conciencia de la situación, Montesino no tenía más que dos salidas: o denunciarlo desde el púlpito para frenar los abusos o ser cómplice de la situación y legitimarla religiosamente. El fraile dominico eligió la primera opción.
El Vicario Pedro de Córdoba encargó pronunciar el sermón a fray Antón Montesino, uno de los primeros dominicos en llegar a la isla, el principal predicador, hombre de letras, muy animoso, “aspérrimo en reprender vicios, en sus sermones y palabras muy colérico, eficacísimo”. El templo estaba a rebosar. Ocupaban los primeros puestos algunos de las principales autoridades coloniales, entre ellas el almirante Diego de Colón, hijo del conquistador. También estaba presente el clérigo Bartolomé de Las Casas, en su calidad de encomendero. Ante un público tan cualificado el predicador habló de esta guisa:
“Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo”.
En mis frecuentes encuentros con las comunidades originarias de Abya Yala suelen recordarme lo que decían sus antepasados colonizados por el Imperio español tras el expolio de los conquistadores: “ellos nos dejaron la Biblia y se llevaron el oro”. Fue el precio que les impusieron como condición necesaria para su salvación, como recuerda Gustavo Gutiérrez en su libro Dios o el oro en las Indias (Sígueme, Salamanca, 1986). La actitud de los encomenderos, conquistadores y de no pocos misioneros estaba en las antípodas de la incompatibilidad entre Dios y el dinero proclamada por Jesús:
"Nadie puede servir a dos señores, porque odiará a uno y amará al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero'" (Mt 6,24)
En 1971, cuatrocientas sesenta años después, Eduardo Galeano escribía Las venas abiertas de América latina, un clásico de la literatura política latinoamericana, que comenzaba con una cita de la Proclama Insurreccional de la Junta Tuitiva de La Paz: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”. El libro del escritor uruguayo era una nueva narrativa, un memorial actualizado del expolio y saqueo de los territorios, riquezas, recursos naturales de América Latina y de la conversión de los ciudadanos en mercancía en manos de los Imperios.
Ese mismo año, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, siguiendo las huellas de Antón de Montesino y Bartolomé de Las Casas, inauguraba una nueva narrativa teológica, que rompía con la iglesia de la conquista y de la colonia y con el incipiente cristianismo desarrollista e inauguraba el cristianismo profético, poscolonial y liberador en América Latina con su libro Teología de la liberación. Perspectivas, que se abre con una cita de Todas las sangres, de su compatriota el escritor José Mª Arguedas: “Dios de los señores no es igual. Hace sufrir sin consuelo”. En El zorro de arriba y el zorro de abajo define a Gutiérrez como “el teólogo del Dios liberador”, que contrapone al “cura del Dios inquisidor” de Todas las sangres.
Cinco siglos después de aquel sermón, en América Latina se está configurando un nuevo escenario político, que quiebra la hegemonía de los imperios y reconoce la dignidad y los derechos de los pueblos indígenas y de la naturaleza, nuestra casa común, como la ha definido el papa Francisco en la Laudato Si’.
Hoy se está escribiendo una nueva narrativa religiosa, espiritual y sapiencial, la teología indígena de la liberación, que cuestiona la hegemonía de los discursos religiosos falsamente universalistas, reconoce a los pueblos originarios como nuevos sujetos teológicos, actores de transformación y portadores de liberación, critica el modelo de desarrollo científico de la modernidad depredador de la naturaleza y está descolonizando el discurso religioso. Ese es el camino como respuesta al neoimperialismo de Trump, que sigue colonizando el mundo, y especialmente a los países de América Latina, con su apoyo a los gobiernos de la derecha y la extrema derecha y con las amenazas de intervenciones militares en países latinoamericanos.
Termino con una pregunta que me quema en los labios: ¿habrá predicadores y predicadoras que el cuarto domingo de Adviento de 2025 osen pronunciar un sermón profético de denuncia del genocidio llevado a cabo por Netanyahu contra Gaza con la complicidad de los Estados Unidos? Espero que haya muchas voces que, a imagen de los profetas de Israel y siguiendo la estela de fray Antón de Montesino, condenen tamaños crímenes contra poblaciones civiles indefensas y martirizadas en sus homilías.