Nosotros los mayores, y la Poesía 47. DESCIFRANDO SENTIDOS A LA MUERTE

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Nos encontramos en la página 47 de las 48 presentaciones que nos hemos planteado realizar en la aventura de sumar 12+12+12+12 entregas sobre la propuesta: “Nosotros los mayores, y la Poesía”. Nuestra labor final está ensayando ejercicios sobre un tema tan importante como secuestrado, en la civilización del consumo y la felicidad a base de talonario, como es la muerte.

La fotografía que preside esta entrega representa al poeta gallego José Ángel Valente, uno de los líricos hispanos más internacionales por la exquisita calidad de sus concentrados versos que tanto miran “hacia lo originario y lo inmanente, frente al espíritu materialista de la sociedad posmoderna y postindustrial.” El rostro femenino que le acompaña corresponde a su segunda esposa, Coral, ángel protector de los últimos años del poeta orensano fallecido en el abril primero de nuestro Siglo.

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PERTENEZCO AL MUNDO DE LO RELIGIOSO

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El tema de la muerte es central en toda la obra de Valente, y se manifestó muy tempranamente, desde la brillante entrada en la nómina de poetas a tener en cuenta cuando, con solo 26 años, recibió el Premio Adonáis 1955 por su prometedor poemario “A modo de esperanza". Desde entonces nos resultan familiares, en sus escritos, términos como “dolor, hueco, soledad, desierto, otoño...” y, cómo no, sobre todo “muerte. En vísperas de su partida, manifestó a un periodista: “Pertenezco al mundo de lo religioso, pero no de lo eclesial...” Efectivamente, se interesó por la Cábala judía, la espiritualidad sufi y las tradiciones orientales; pero, sobre todo, investigó en profundidad la mística cristiana, y muy especialmente, la poesía de san Juan de la Cruz, lacónica y breve, esencial, como la suya propia.

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Así resume Rafael Narbona el pensamiento de Valente sobre la relación del cuerpo y el espíritu en la unión con Dios y el erotismo:El éxtasis místico no es una experiencia del espíritu, sino del cuerpo, que conoce su plenitud y su trascendencia. La unión sexual no es privilegio de los sentidos, sino regocijo del espíritu que anuncia la buena nueva de la resurrección de la carne, redimida de su contingencia.” Esta absoluta unidad de la carne y el espíritu, del cuerpo y el alma, pareciera ejemplificarse en el siguiente poema que, aunque, a primera vista, se refiere a la resurrección de Jesús, acaso ensayara ilustrarnos poéticamente sobre el destino último de nuestra propia muerte:

MUERTE Y RESURRECCIÓN. No estabas tú, estaban tus despojos. / Luego y después de tanto / morir no estaba el cuerpo / de la muerte. Morir / no tiene cuerpo. Estaba / traslúcido el lugar / donde tu cuerpo estuvo. / La piedra había sido removida. / No estabas tú, tu cuerpo, estaba / sobrevivida al fin la trasparencia.


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HAY UNA LUZ REMOTA, SIN EMBARGO

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Nos ofrece José Ángel Valente, en su primer libro de versos “A modo de esperanza” (1954), el impresionante poema “Serán ceniza”, que reproducimos a continuación. Frente a la obsesiva meditación sobre la muerte y las angustiosas preguntas que le hierven por la cabeza y el corazón ante la evidencia de que “no haya / ni un solo pensamiento / capaz contra la muerte...”, el reflexivo pensador concluye, con emoción y gesto firme y provocador (“lo levanto hacia el cielo”), que, aunque serán ceniza un día la mano que aprieta, el amor que arde, la esperanza que empuja, hoy no se siente solo ni desalentado, y que adivina que “hay una luz remota” al final del desierto, al final del camino... (Perdonad la ilustración que preside estos versos, y que es lo único que supe diseñar para tan valiente, tan estremecedora declaración de fe en el amor y en la vida.)

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SERÁN CENIZA

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.


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NO IR A MENOS, MORIR RESPLANDECIENDO

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Me resulta admirable la actitud positiva y realista de Joaquín León en los amables versos de “Muerte venidera”. Se adivina en el poeta un talante vital amoroso y esperanzado, a pesar de las heridas del tiempo. “Carpe diem”, podría ser la valiente consigna del escritor encendido de luz y amor, cosechador de propósitos. Lo que más me asombra en esta aventura existencial voluntariosa y alegre del poeta es que, más allá del “Carpe diem”, reconoce, hace suyo también, el “Carpe mortem” (acepta la muerte como parte de la vida). Le gustaría “morir resplandeciendo”, “morir y no acabar...” No rechaza una vida trascendente, más allá del sepulcro. Se conforma con seguir vivo en la carne y biografía de sus hijos, en el corazón y la memoria de aquellos que amó y un día le amaron... “Ven, muerte, ven a mí sin destruirme...”

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MUERTE VENIDERA

¿Discurrirán mis horas como las rosas
desde el esplendor a la tristeza agónica?
¿Pervivirá en la piel, descolorida y lacia,
remembranza del orto, fuerza dormida?

No ir a menos, morir resplandeciendo
con los ojos brillantes y con la voz templada,
morir y no acabar. Como un relámpago,
la frente llena de poemas futuros,
más de cien pulsaciones de armonía en los puños.
Ser y morir sediento, morir vivo,
partir caliente en súbito reposo,
el cuerpo todavía depósito de bríos,
la carne entera y no depauperada.
Aún la mirada alta cuando el iris
finalmente se apague entre sus brillos.

La casa alzada, risas en la alcoba
y decir, sonriendo, adiós a lo querido.
y saber que se lega la luz y no la sombra,
sentir que van los rayos de la luz con la muerte,
mirar la luz que queda y marcharse sin ganas.

Encontrarse completo
para empezar de nuevo
-por cauces de la herencia y el recuerdo-,
a crecer y latir en un bello futuro.
Ven, muerte, ven a mí sin destruirme.


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¿QUÉ HAY DESPUÉS DE LA MUERTE? you tube

Reflexión, en voz alta, de Dalas, que comenta, a lo largo de 6,54 minutos, su personal respuesta desde el ateísmo práctico. Ha recibido medio millón de visitas. El mensaje de su soliloquio podría concentrarse en la frase: “Polvo somos y en polvo nos convertiremos”.Pulsaraquí.

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NOSOTROS LOS MAYORES,
y la Poesía

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36. Regresar a ese limpio manantial

EL MANANTIAL, de Eloy Sánchez Rosillo
LA ESCONDIDA FUENTE, de Eloy Sánchez Rosillo
EL VIAJE, de Eloy Sánchez Rosillo
ÍNDICE DEL 25 al 36


37. Miro mis manos...

MEDITACIÓN SOBRE UNAS MANOS, de Eloy S. Rosillo
CERTIDUMBRE QUE QUEMA, de Eloy Sánchez Rosillo


38. El efecto mariposa

LA REPERCUSIÓN, de Leopoldo de Luis
VISITA AL MERCADO, de Leopoldo de Luis


39. Agnosticismo, viejo perro...

SANTOS RECINTOS, de Leopoldo de Luis
LOS AMANTES, de Leopoldo de Luis
POEMA DE AMOR LEYENDO A MACHADO, de L. de Luis


40. ¡Cómo amaba la vida!

ATARDECER EN BARAÑÁIN, de Jesús Mauleón
PISA ESTE PARQUE, de Jesús Mauleón
NUEVO EPITAFIO, de Jesús Mauleón


41. Con esta dicha de sentirme vivo

GRACIAS, GRACIAS, de Jesús Mauleón
PLAZA DE LOS CASTAÑOS, de Jesús Mauleón
YO PONDRÉ SOL, de Jesús Mauleón


42. Pero ésta no es mi casa

PERO ÉSTA NO ES MI CASA, de Jesús Mauleón
ESPERO, de Jesús Mauleón
ESTE POEMA NO FUE NUNCA ESCRITO, de Jesús Mauleón


43. Cuando mueren los otros

ESA MUERTE PEQUEÑA, de José María Fernández Nieto
RUDA FAENA, de Daniel de la Vega


44. Vendrás de noche o de mañana

CIRIOS, de José Emilio Pacheco
SÉ QUE VENDRÁS, de Joaquín Antonio Peñalosa
A VOCES, de Joaquín Benito de Lucas


45. Avísame, Señor

HERIDO VER, de Ramón de Garciasol
ENFERMO, de Luis Álvarez Lencero
CONVALECENCIA, de Juan Ramón Jiménez


46. El rostro que conjura ver al final

EL ROSTRO QUE CONJURA, de José Agustín de Goytisolo
ANNE MARIE, de Ricardo Paseyro
VER LLEGAR LOS INVIERNOS..., de Fernando Fortún


47. Descifrando sentidos a la muerte

SERÁN CENIZA, de José Ángel Valente
MUERTE VENIDERA, de Joaquín León


48. Amaré y amaré hasta el final

APRESURA, SEÑOR, TIENDE TU MANO, de T. Luca de Tena
ENAMORADO, de Roberto Cabral
LA MUERTE COMO EL AMOR, de Victor Manuel Arbeloa


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