Estaba sentado al borde del rio y me puse a mirarlo.
Entonces, algo me llamó la atención: y era que el cielo estaba dentro de las aguas o, mejor, que las aguas también eran cielo, el azul y las nubes se veían en la corriente, el sol y sus rayos iluminaban desde lo hondo y el cauce parecía firmamento.
Y me pareció que esas corrientes que bajaban en silencio y con el firmamento dentro de ellas me explicaban la encarnación. El río decía: “Yo estoy en el cielo y el cielo está en mí”, y Cristo decía: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”.
El cielo en el río, el Padre en el Hijo: las creaturas todas podemos decir lo de las aguas y lo de Cristo. Lo que vimos en Jesús, la encarnación, no es exclusivo suyo, es patrón de todo lo creado.
Que Dios siga tomando el universo entre sus manos y diciendo silencioso: esto es mi cuerpo, esta es mi sangre.