Al recibir la noticia del discasterio para la causa de los santos, reconociendo la ofrenda de la vida La hermana Inés y el obispo Alejandro, desnudos entre los Huaorani

La hermana Inés y el obispo Alejandro
La hermana Inés y el obispo Alejandro

Hoy, con alegría, recibo la noticia de que la Iglesia, con el Papa León, reconoce la ofrenda de la vida de estos mártires y se alista así para su beatificación.

Fueron misioneros decididos y en ellos se dio lo del Hijo de Dios, que para venir a nosotros se despojó de su condición de Dios y se hizo uno de tantos.  Inés y Alejandro llegaron así al pueblo Huaorani, despojados de sí mismos, hasta de su religión, y se hicieron Huaorani con los Huoarani.

El pasado 7 de mayo, con mucha emoción, asistí a la ordenación diaconal de mi hermano John Fredy Cifuentes Carvajal en la catedral de Coca, Vicariato Apostólico de Aguarico, y me llamó la atención que el rito se celebró sobre los restos de la hermana Inés Arango Velásquez y el obispo Alejandro Labaka Ugarte; me conmovió ver a John Fredy postrado sobre la tumba de estos misioneros mientras rezábamos las letanías.  Después de la ceremonia pude visitar el museo, al lado de la catedral, y contagiarme de la pasión de estos religiosos capuchinos. Hoy, con alegría, recibo la noticia de que la Iglesia, con el Papa León, reconoce la ofrenda de la vida de estos mártires y se alista así para su beatificación.

Ordenación diaconal de John Fredy
Ordenación diaconal de John Fredy

Fueron misioneros decididos y en ellos se dio lo del Hijo de Dios, que para venir a nosotros se despojó de su condición de Dios y se hizo uno de tantos.  Inés y Alejandro llegaron así al pueblo Huaorani, despojados de sí mismos, hasta de su religión, y se hicieron Huaorani con los Huoarani.  El siguiente diálogo entre Alejandro y las hermanas que lo acompañaban en las primeras visitas, más tarde vendría Inés, nos deja ver la espiritualidad que inspiraba su misión:

“Después del desayuno, al organizar nuestra partida para la última etapa, surge la pregunta:

- Padre, ¿llevamos el cáliz, las hostias y el vino?

- Todo eso lo tenemos que esconder aquí, pues nos lo quitarían todo.

- ¿Y entonces?

- Esto tiene carácter de signo para nosotros.

- ¿Cómo es eso?”.

Y Alejandro concluye: “Dios quiere que entremos hasta espiritualmente desnudos.  Nuestra tarea fundamental y prioritaria es descubrir las «semillas del Verbo» en las costumbres, cultura y acción del pueblo Huaorani; vivir las verdades fundamentales que florecen en este pueblo y le hacen digno de la vida eterna.  Tenemos que pedir al Espíritu que nos libere de nuestra propia autosuficiencia espiritual que pretende alcanzar a Dios por el Breviario, la Liturgia o la Biblia; para nada de eso tendremos adecuada oportunidad.  Vamos, Hermanas, espiritualmente desnudos para revestirnos de Cristo que vive ya en el pueblo Huaorani y que nos enseñará la nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio!” (Crónica Huaorani, página 205).

En este sentido, también Inés se decide a estarse con los Huaorani y a darlo todo por ellos y no teme entregar sin reservas; así lo vivió fielmente, vacía de sí misma, espiritualmente desnuda, y lo selló con la carta que escribió antes de irse a su última visita: “En caso de muerte, si muero, me voy feliz y ojalá nadie sepa nada de mí, no busco nombre ni fama.  Dios lo sabe”.

La hermana Inés
La hermana Inés

Alejandro, llega a desnudarse físicamente, y vestirse en su sola piel, como un Huaorani, era para él revestirse de Cristo.  Así escribe en su crónica, la mañana en que una familia indígena, la de Inihua y Pahau, después que él se lo pidiera, lo recibió como su hijo y como su hermano:

“Me levanté inundado de una gran alegría.  Tal como estaba, en paños menores, me adelanté hasta el jefe de la familia, Inihua y Pahua, su señora; junto a mí se hallaba ya el hijo mayor.  Con las palabras padre, madre, hermanas, familia me esforcé en explicarles que ellos, desde ahora, constituían mis padres, hermanos; que todos éramos una sola familia.  Me arrodillé ante Inhihua y él puso sus manos sobre mi cabeza, frotando fuertemente mis cabellos, indicándome que había comprendido el significado del acto.  Hice otro tanto ante Pahua llamándole «Buto bara» (mi madre); ella, posesionada de su papel de madre, me hizo una larga «camachina» (aconsejar), dándome consejos.  Luego puso sus manos sobre mi cabeza y frotó con fuerza mis cabellos.  Me desnudé completamente y besé las manos de mi padre y de mi madre Huaorani y de mis hermanos, reafirmando que somos una verdadera familia.  Comprendí que debía despojarme del hombre viejo y revestirme más y más de Cristo en estas navidades.  Todo se desarrolló en un ambiente de naturalidad y emoción profunda, tanto para ellos como para mí, sin poder adivinar todo el compromiso que este acto puede entrañar para todos” (Crónica Huaorani, páginas 53-54).

El obispo Alejandro
El obispo Alejandro

Así, Inés y Alejandro hacen la misión viviendo la vida Huaorani, sin afanes de convencer y forzar, uniéndose a las tareas de la gente, cocinando y tejiendo, haciendo leña y yendo a pescar, sanando y cuidando a los enfermos, oyendo sus relatos y contagiándose de su espiritualidad, haciendo suya la oración de los indígenas y contemplando a Dios en los huaos y en la selva.

Y su radicalidad los llevó a dar la vida; las compañías petroleras avanzaban y se preveía ya que para sus propósitos habría violencia sobre los Tagaeri, uno de los grupos Huaorani, todavía aislados; Alejando e Inés fueron en su búsqueda para evitar la masacre y se decían uno al otro: “-si no vamos nosotros los matan a ellos”; los Tagaeri, que todavía no los conocían, los confundieron con sus enemigos y los lancearon.  Murieron la muerte de Cristo, amaron hasta el extremo; hoy, mayo 22 de 2025, la Iglesia reconoce su martirio por amor.

Y mientras veía a mi hermano postrado para su ordenación sobre la tumba de estos misioneros pedía la gracia para él y para los que llevamos la Buena Noticia en la Amazonía, de ser así, como Inés y Alejandro, como Cristo que “desnudo de Dios” nos hizo conocer a Dios; hoy, al conocer el decreto del dicasterio para la causa de los santos, firmado por el Papa, renuevo esa oración.

Ah, una nota final.  Al llegar a la catedral de Coca, antes de la ordenación, quería visitar la tumba de la hermana Inés y el obispo Alejandro; y entonces pregunté dónde estaba y él que me respondió señaló el suelo, y me di cuenta que estaba pisando la tumba por la que preguntaba; creo que así fue la vida de estos cristianos, se quitaron de la vista y nos dejaron ver a Dios en los Huaorani y en la selva.

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