Entre todas las obras afectadas, el Ecce Homo se convirtió en símbolo. En Picanya, el nivel del agua alcanzó los 3,80 metros; las esculturas “nadaron”, arrastradas por la fuerza de la riada. “La destrucción fue brutal. Nunca había visto unos hongos tan grandes como en los retablos de Picanya”
“Las primeras visitas fueron muy duras”, recuerda. “Íbamos con furgonetas y coches a los pueblos afectados —continúa—; dentro, conservadores, restauradores, archiveros, bibliotecarios y arqueólogos. Enfundados en botas y equipos de protección, bajábamos al barro”
La escultura, añade Contreras, “ya está restaurada, pero esperamos que sea el arzobispo Benavent quien presida el acto de retorno”. El Ecce Homo no es solo una pieza artística: es un espejo de lo que ha vivido el territorio