El ex deán de Santiago dice que Castiñeiras pidió una reclamación económica de 40.000 euros José María Díaz: "El mayor disgusto que me podía suceder en la vida era que le pasase algo al Códice"

El deán de la Catedral de Santiago en el momento del robo del Códice Calixtino, José María Díaz, no recuerda haber mencionado nunca el lugar en el que se encontraba el manuscrito medieval a su presunto ladrón, José Manuel Fernández Castiñeiras, quien, no obstante, sospecha que conocía el profundo cariño que el religioso guardaba por el libro. "El mayor disgusto que me podía suceder en la vida era que le pasase algo al Códice", ha asegurado Díaz.

El deán y custodio del Códice Calixtino el año en el que fue sustraído de la Catedral de Santiago, José María Díaz Fernández, ha señalado hoy que el templo encargó al electricista que ahora se sienta en el banquillo, Manuel Fernández Castiñeiras, un arreglo en la puerta de acceso a la sala acorazada en la que se guardaba esta joya literaria que fue robada.

Díaz Fernández ha manifestado que a este operario lo recomendó el canónigo que "hacía la función" de presidente del cabildo, Juan Martínez Bretal; también ha contado que en consecuencia se llamó a Fernández Castiñeiras para que el portón fuese "eléctrico", y ha explicado que no sabe si le dejó a este técnico la llave para que pudiese entrar sin problema en el caso de que él no estuviese allí.

"No sé si en alguna ocasión", ha remarcado en la tercera sesión de esta vista, y tampoco recuerda Díaz Fernández con exactitud si le dejó las llaves de su propia vivienda a Fernández Castiñeiras, un hombre con el que siempre tuvo una "muy buena relación", al menos mientras ostentó el cargo de archivero -en el que estuvo 36 años-, puesto que cuando lo nombraron deán, en 2006, todo cambió para mal.

Fernández Castiñeiras entendió, según la versión de Díaz Fernández, que la firma del deán bastaría para cobrar una reclamación económica de 40.000 euros que este técnico electricista decía que se le adeudaban, y al no ver satisfechas sus exigencias, y no obtener esta rúbrica, no lo comprendió.

Díaz Fernández ha comentado que antes de este problema, Manolo, como se le conoce en su círculo íntimo, "fue muy amable y servicial conmigo, atendiéndome en todo detalle"; además, ha relatado que le llamaba la atención que este hombre nunca hablase mal de nadie.

Las conversaciones entre José María y Manuel siempre derivaban "en temas espirituales", ha subrayado el otrora deán, y ha indicado que Fernández Castiñeiras, al igual que mucha otra gente, sabía que el mayor disgusto que le podía suceder a José María "en la vida" era que le pasase algo al valioso manuscrito del siglo XII resguardado en la basílica que preside la Plaza del Obradoiro.

Díaz Fernández ha examinado las cartas, vídeos, fotografías y facsímiles requisados en propiedades de Fernández Castiñeiras y ha identificado su procedencia: de su gabinete y de otras estancias de la Catedral de Santiago.

Ha dicho que jamás regaló facsímiles del Códice Calixtino a Fernández Castiñeiras y se ha fijado en una fotografía del arzobispo de Burgos que "echaba de menos".

Al habitáculo que cobijaba el Códice Calixtino, ha precisado Díaz Fernández, solo podían acceder legalmente el deán y dos colaboradores, uno especialista en Documentación Medieval, José Sánchez, y otro experto en Historia Moderna. Precisamente fue el medievalista el que se percató de la ausencia de esta pieza el 5 de julio de 2011, a las ocho y media de la tarde.

Entonces llamó al deán y empezó una búsqueda minuciosa que culminó con una llamada a la Policía a las diez de esa misma noche. El Códice Calixtino no aparecía. Los agentes tomaron imágenes y recogieron huellas de un saqueo que enseguida llegó a los medios de comunicación.

En la tercera jornada del juicio por el robo del Códice Calixtino también declaró el administrador de la catedral de Santiago entre los años 2002 y 2011. Manuel Iglesias, que compareció ante el tribunal después del exdeán José María Díaz, dijo que empezó a detectar descuadres entre lo que se hallaba en la caja fuerte y lo que antes se había contabilizado ya en el 2003. De hecho, aseguró que empezaron a hacer arqueos por este motivo, el primero en agosto del 2003.

Al faltar reiteradamente dinero «nos dimos cuenta de que había alguien que tenía la llave». Iglesias, en cuyo despacho personal estaban las cajas fuertes con el dinero de las colectas y museos, asegura que solo él tenía acceso a esta dependencia y a la caja fuerte, y que nunca se la dio a Fernández Castiñeiras.

Un poco antes de la desaparición del Códice, y al seguir faltando dinero, traspasó casi todo el dinero de una a otra caja, dejando algo para que quedara como cebo. Iglesias asegura que nunca denunció esta situación ante el Cabildo, solo al deán, «porque albergaba la esperanza de dar con el autor de la sustracción».

El exadministrador señaló en el juicio que siempre sospechó del electricista, por comentarios que había recibido de la trayectoria laboral de Castiñeiras en el Seminario Mayor o una empresa anterior. En el año 2010 instaló una cámara de vigilancia en su despacho, que no funcionó temporalmente, y en ningún momento se visualizaron las imágenes.

Preguntado por qué tardó más de seis años en instalar una cámara de vigilancia si faltaba dinero desde el 2003, el exadministrador aseguró que «tenía la seguridad de que algún día había de detectarse la causa».

Manuel Iglesias asegura que para él nunca fue un hombre de confianza y asegura que el exelectricista le amenazó en dos ocasiones y llegó a decirle «conozco todo tus hábitos de vida» insistiendo en que iba a pagarle 300 euros a un marroquí para que le diese una paliza.


Manuel Fernández Castiñeiras confesó la autoría de este robo en 2012, cuando se localizó el libro en un garaje de Milladoiro (A Coruña) del que es dueño, pero en su declaración ayer en el juicio se desdijo y aseguró que no recordaba nada del día en el que se delató.

Por su parte, un canónigo del Cabildo de la Catedral de Santiago, el sacerdote Juan Filgueiras Fernández, sorprendió al acusado del robo del Códice Calixtino, José Manuel Fernández Castiñeiras, sustrayendo dinero de las colectas de la capilla de la Corticela años antes de la desaparición del manuscrito medieval.

Filgueiras Fernández, que ha comparecido como testigo en el juicio por el robo del Códice Calixtino, ha explicado como en una ocasión prestó las llaves de la capilla de la Corticela, ubicada en la Catedral, a Fernández Castiñeiras para que realizase "un trabajo" en la misma.

Pasados unos días, y a pesar de que el exelectricista le había devuelto su llave, el sacerdote sorprendió a Fernández Castiñeiras dentro de la capilla, a la que había entrado con una llave que, supuestamente, habría duplicado.

"La puerta estaba abierta, entré y vi que el armario de las colectas estaba abierto y que él estaba allí", ha contado el canónigo, que le dijo que se fuese y se lo comentó al entonces deán, José María Díaz, aunque "no hubo denuncia". Los hechos sucedieron, ha confirmado, hace ocho o diez años.


(RD/Agencias)

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