PREPUBLICACIÓN: Tomás de Aquino, de Oliver Keenan (La Esfera de los Libros) "Santo Tomás de Aquino se consagró a la tarea de convertirse en un conversador"

"Puede que el lector actual encuentre la obra del Aquinate exangüe y desapasionada, incluso desconcertantemente abstracta. Sin embargo, la impresionante amplitud y extensión de la obra de Tomás solo se explica por una pasión…
"Era miembro de la Orden de los Frailes Predicadores, una forma de vida religiosa que entonces era nueva, original y muy controvertida"
"Los treinta años que vivió como fraile predicador estuvieron marcados por el estudio y las interrupciones. A pesar de ello, desarrolló un extraordinario itinerario intelectual que revelan sus escritos"
"Tres aspectos de su vida evocan nuestra propia época: sus experiencias con los conflictos; una intensa conciencia de la marginalidad y la sensación de asistir a un rápido cambio social e intelectual, quizás incontrolado"
"En el marco de esta adaptación a la otredad y de un agudo sentido de la liminalidad, el proyecto intelectual del Aquinate (y en realidad toda su vida) se puede leer como una negociación paciente e inteligente entre la estabilidad y el cambio"
Tomás de Aquino, de Oliver Keenan (Esfera de los Libros)
"Los treinta años que vivió como fraile predicador estuvieron marcados por el estudio y las interrupciones. A pesar de ello, desarrolló un extraordinario itinerario intelectual que revelan sus escritos"
"Tres aspectos de su vida evocan nuestra propia época: sus experiencias con los conflictos; una intensa conciencia de la marginalidad y la sensación de asistir a un rápido cambio social e intelectual, quizás incontrolado"
"En el marco de esta adaptación a la otredad y de un agudo sentido de la liminalidad, el proyecto intelectual del Aquinate (y en realidad toda su vida) se puede leer como una negociación paciente e inteligente entre la estabilidad y el cambio"
Tomás de Aquino, de Oliver Keenan (Esfera de los Libros)
"En el marco de esta adaptación a la otredad y de un agudo sentido de la liminalidad, el proyecto intelectual del Aquinate (y en realidad toda su vida) se puede leer como una negociación paciente e inteligente entre la estabilidad y el cambio"
Tomás de Aquino, de Oliver Keenan (Esfera de los Libros)
| Oliver Keenan
Vida y obra de santo Tomás de Aquino
Martin Heidegger ofreció una biografía de Aristóteles inicuamente concisa, en la que parecía destacar el predominio de los argumentos y minimizar la importancia de la figura histórica que los produjo: «Nació tal y tal día, trabajó y murió».
También en el caso del Aquinate es tentadora una veneración similar hacia su legado textual y sus argumentos por encima de sus particularidades biográficas. Su vida fue en esencia una larga historia de lealtad a la tarea de enseñar, y parece que produjo de manera intencionada textos que se pueden desvincular de sus lugares de producción, invitando muy poco a la reflexión sobre el estado mental del autor o sus intenciones privadas. En consecuencia, puede que el lector actual encuentre la obra del Aquinate exangüe y desapasionada, incluso desconcertantemente abstracta, como si el «Tomás» medieval se mantuviera a una cómoda distancia del «Aquinate», la persona académica que encontramos en sus escritos.
Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME
Sin embargo, el Aquinate se consagró a la tarea de convertirse en un conversador: alguien profundamente implicado en la misión de escuchar la conversación del mundo y en contribuir a ella de la mejor manera posible. La mayor parte de su vida profesional la dedicó a la dura tarea de ayudar a otros a embarcarse en la misma aventura. Era una empresa que requería vigor. La impresionante amplitud y extensión de la obra de Tomás solo se explica por una pasión que Tomás de Aquino ocultó (quizás de forma intencionada) a la opinión pública.

Es posible que el Aquinate presupusiera una pasión común, compartida con sus estudiantes, que él buscaba agudizar y dirigir a través de la dura disciplina del trabajo intelectual. Después de todo, es evidente que Tomás de Aquino se veía a sí mismo ante todo como un predicador: no era su misión hacer la materia interesante o relevante de un modo artificial; podía presuponer que sus estudiantes ya sabían que esta era una cuestión de vida o muerte, por la que merecía la pena arriesgar la vida.
La característica definitoria de la vida de Tomás es que era miembro de la Orden de los Frailes Predicadores, una forma de vida religiosa que entonces era nueva, original y muy controvertida. A la defensa de esta forma de vida dedicó el Aquinate algunos de sus más intensos estallidos de energía intelectual. La defensa de este nuevo modo de vida con el que estaba comprometido produce algunas de las obras más incisivas y apasionadas de su carrera temprana, incluyendo algunos de los escasos momentos en los que el Aquinate parece estar indignado con sus oponentes.
Pese a que el modo de ver el mundo del Aquinate dista en apariencia del nuestro, si uno se acostumbra al cultivo creativo en el que vivía, se descubren algunos sorprendentes puntos en común. Los detalles de la vida de Tomás de Aquino están bien verificados, particularmente en biografías intelectuales elaboradas por los investigadores dominicos James Weisheipl y Jean-Pierre Torrell, así como en la erudita obra de Simon Tugwell. Tomás nació en una familia noble en Roccasecca, se hizo fraile dominico y vivió unos cincuenta años. Murió en 1274 después de un accidente, tras haber experimentado poco antes una especie de acceso místico o neurológico que (por razones rodeadas de misterio) puso fin a su carrera escolástica.
Conflicto y continuidad
Los treinta años que Tomás vivió como fraile predicador estuvieron marcados por el estudio (Nápoles, París y Colonia), y sobre oliver keenan todo por el magisterio (dos veces en París, en Orvieto, en Roma y, probablemente también dos veces, en Nápoles).
Si nos imaginamos a Tomás de Aquino como un noble erudito con grandes cantidades de tiempo para deambular sin interrupciones por el mundo de las ideas, nos equivocamos de medio a medio. En un modo con el que muchos académicos actuales se identificarían, el trabajo intelectual de Tomás, pese a recibir el apoyo de una serie de entregados asistentes, se veía interrumpido por cuestiones administrativas, diversas reuniones tediosas en extremo (algunas de las cuales eran importantes), las exigencias de los viajes y varias incursiones en la política eclesiástica y secular, aunque por lo general no del todo a regañadientes.

"En treinta años marcados por el estudio y las interrupciones, desplegó un extraordinario itinerario intelectual que revelan sus escritos"
También se involucró en lo que hoy llamaríamos el movimiento ecuménico y predicó sermones populares. Gran parte de su predicación, a diferencia de sus escritos académicos, parece bastante aburrida y anodina, ciertamente comparable a la de sus coetáneos. Con la notable excepción de su doble estancia en París y su producción ingente (alrededor de ocho páginas DIN-A4 por cada día de su vida profesional), los datos básicos sobre su relativamente corta vida no sugieren de manera inmediata el extraordinario itinerario intelectual que revelan sus escritos.
"La posición de su vida cultural y religiosa en las fronteras, próximas a todo un mundo de contradicciones y confrontaciones, le hacen sumamente consciente de la existencia de un 'otro' cultural e intelectual
En tres aspectos, la vida del Aquinate evoca nuestra propia época: sus experiencias con los conflictos; una intensa conciencia de la marginalidad, y la sensación de asistir a un rápido cambio social e intelectual, quizás incontrolado. Aunque no se perciba de manera inmediata por su apacible estilo de escritura y por el carácter en general irénico de su método filosófico, el Aquinate estaba muy familiarizado con los conflictos y con la inestabilidad que acarreaban a la vida social y política. Vivió en una época en la que las ideas filosóficas y religiosas convivían fácilmente con las disputas por la soberanía política, como atestiguan las cruzadas a Tierra Santa y la lucha contra los cátaros. La incursión del islam en la cristiandad, particularmente en el hispánico Reino de Granada, afectó a la autocomprensión y a las aspiraciones cristianas, frustrando el deseo 30 tomás de aquino de extender su cultura religiosa y su orden social por toda la geografía y las civilizaciones humanas conocidas.
Más cerca de casa, Federico II estaba desafiando (tanto a nivel ideológico como en la sangrienta realidad bélica) la extensión del poder y de la autoridad «secular» (militar, hablando en plata) del papa. El Tratado de San Germano, firmado cuando el Aquinate tenía unos seis años, puso fin a la tumultuosa guerra de las Llaves, pero el alivio fue temporal, pues la política de la región que comprende la actual Italia seguiría estando dominada durante décadas por los intereses contrapuestos del papado y del imperio. La familia del Aquinate parece haberse involucrado periódicamente en el conflicto y alimentado simpatías de manera intermitente hacia el emperador. La nueva Universidad de Nápoles fue fundada por el emperador con la intención de atender las necesidades burocráticas de la enorme superestructura administrativa del imperio, pero con la meta implícita de servir de contrapeso cultural e intelectual a las fundaciones papales de Bolonia y París.
Como consecuencia de todo esto, Tomás de Aquino, como muchos de sus coetáneos, tendría una conciencia más directa que las generaciones anteriores sobre la posición de su vida cultural y religiosa en las fronteras, próximas a todo un mundo de contradicciones y confrontaciones.
La abadía de Montecasino, donde el joven Tomás se formó entre 1230 y 1239 (al parecer debido a las aspiraciones familiares de que acabara ocupando un alto cargo eclesiástico allí), estaba situada directamente en la frontera entre el Reino de Sicilia y los Estados Pontificios. Así pues, la formación intelectual básica del Aquinate tuvo lugar en la línea de falla de una síntesis religiosa y política inestable. De manera aún más significativa, la Universidad de Nápoles, hacia la que Tomás se tuvo que desplazar por los conflictos en Montecasino, representaba una frontera intelectual, pues funcionaba como una puerta de entrada por la que podían fluir deslumbrantes nuevas ideas de la inmensa civilización islámica justo al otro lado del Mediterráneo. Este flujo de ideas incluía una novedosa mediación del pensamiento de Aristóteles, la afluencia de un nuevo y apasionante mundo de pensamiento e investigación que determinaría de manera decisiva los propios proyectos teológicos y filosóficos del Aquinate.

En resumen, a partir de los primeros años más intensos de su formación, Tomás sería sumamente consciente de la existencia de un «otro» cultural e intelectual, una tradición de pensamiento que podía competir con la suya propia en sofisticación y riqueza. Esto funcionó para él no solo como un antídoto contra la hegemonía cultural, sino también como un estímulo intelectual, que proporcionaba una rica batería de herramientas conceptuales y nuevas fuentes de conocimiento filosófico. Esta época no solo promovió la innovación: la hacía indispensable.
"El proyecto intelectual del Aquinate (y en realidad toda su vida) se puede leer como una negociación paciente e inteligente entre la estabilidad y el cambio"
En el marco de esta adaptación a la otredad y de un agudo sentido de la liminalidad, el proyecto intelectual del Aquinate (y en realidad toda su vida) se puede leer como una negociación paciente e inteligente entre la estabilidad y el cambio: la continuidad de la fidelidad hacia una tradición heredada y las discontinuidades de su confrontación con la innovación creativa que suponían las aportaciones «de vanguardia» de la filosofía y las ciencias naturales.
La potencia del mundo intelectual emergente parecía representar tanto una oportunidad, que abría nuevos horizontes al conocimiento humano, como una amenaza intimidatoria a la estabilidad de la sabiduría cristiana. En todo esto, no se planteaba para el Aquinate la cuestión de una «derrota» clara, ya fuera de lo viejo por lo nuevo o viceversa. En su punto de encuentro en la mente de Tomás, ninguna de las dos visiones del mundo era ajena al cambio o al enriquecimiento, pero tampoco se fusionaban sencillamente en una «tercera cosa» como si se formara una síntesis por completo nueva al combinar estas dos visiones del mundo. Más bien, sin subestimar las discontinuidades reales, cada una de estas visiones del mundo parecía abrirse y desplegarse dentro de la otra, reteniendo la propia integridad básica en el proceso. (Aunque, por supuesto, como era de esperar por su vocación de predicador, la tradición cristiana siempre tenía prioridad y ejercía el poder de corrección).
