Todos somos...

Más allá del todos somos Barcelona o todos somos Manchester que, por desgracia, son más líricos que otra cosa, hay algunos rasgos que sí nos son comunes a todos. Al menos dos.

1.- En este octubre se cumplen los 500 años del nacimiento de la “reforma” de Lutero. Por suerte, hoy andamos más por caminos de reencuentro que de pelea, como muestra el excelente documento preparado conjuntamente por católicos y protestantes para este año 2017, titulado “Del conflicto a la reconciliación”. Pero, a pesar de todo, la historia es maestra de la vida; y una auténtica reconciliación implica, como reclamamos en otros campos, no olvidar la historia.

Para ello puede ayudar mucho el Cuaderno publicado por “Cristianismo y Justicia” para estas fechas (nº. 204) cuyo autor es Jaume Botey, y que se titula: “A 500 años de la reforma protestante”. Con la ventaja de su brevedad, es modelo de información y de objetividad. Aunque ya es casi un dogma que “la historia nunca es objetiva”, este Cuaderno se acerca ejemplarmente a ese ideal inalcanzable.

Y la conclusión que puede brotar de él cabe en una célebre frase de san Pablo: “todos somos pecadores”. Hoy es casi imposible hacerse cargo del significado demoledor de esas tres palabras, dirigidas a una comunidad marcada por una de las mayores diferencias (y enemistades) que se han dado en la historia humana: la antigua división entre judíos y paganos. Se ha acabado ese abismo que suele consagrar sin retorno posible todas las divisiones entre los seres humanos: que “nosotros somos los buenos y ellos los malos” (entérese, Mister Trump).

¿Qué se sigue de ahí? Pues que el punto de partida de toda relación entre comunidades no es que hay un “eje del mal” y un partido del bien; unos degenerados y otros reformadores. Eso podrá ser verdad en casos de dimensiones reducidas y podrá ser denunciado por algún profeta particular, que pagará un precio bien alto por esa denuncia. Pero no es ése el punto de partida de toda relación entre comunidades, sino este otro: “todos son pecadores y necesitan igualmente de la bondad de Dios” (Rom, 3,23).

Ese punto de partida es la única manera de que no se estropeen todas las reformas y todas las revoluciones, y acaben así volviéndose fariseas (recuérdalo, Pablo Iglesias). Por esta razón chocó Jesús con el mayor intento de reforma del judaísmo que se daba en su época: el fariseísmo. Y, desde Jesús ha cambiado el significado de esa palabra pasando, de una expresión de dignidad respetable, a una acusación de hipocresía. Quizás por eso, en el Documento antes citado, ambas iglesias, católica y protestante, terminan pidiéndose perdón muy sinceramente.

2.- Debo añadir que no sólo nos une a todos los humanos la pecaminosidad. En los dos últimos días del pasado junio, el Centro "Cristianismo y justicia” celebró un pequeño congreso de amplitud estatal sobre “la gran prueba” que nos aguarda en este siglo, en la lucha por la justicia y a favor de los desheredados de la historia, que son los preferidos de Dios. Quiero recoger de aquellos dos días la frase de una feminista de Zaragoza, Carmen Magallón, que hizo una apología del cuidado, como el gran olvido y el gran ausente de nuestra civilización capitalista-patriarcal. Y terminó repitiéndonos esta otra verdad tan sencilla: “todos somos vulnerables”.

Todos somos vulnerables y necesitamos la ayuda del otro y de la otra. No simplemente en la infancia y en la ancianidad (en las cuales sólo sobrevivimos gracias a los demás), sino también en la dimensión más seria de nuestras vidas: allí donde “el sistema que mata” (Francisco) trata de convencernos de que el dinero y el consumo nos hacen invulnerables; y nos inyecta así otra vulnerabilidad mayor, que ya no afecta a las dimensiones físicas de nuestras vidas, sino a nuestro mismo nivel de humanidad. Por eso podemos parodiar a Jesús afirmando que “es imposible proteger la vulnerabilidad de los ricos”, precisamente en aquello que afecta a su calidad humana, como no sea ayudándoles a que dejen de serlo: “pon todo lo que tienes al servicio de los pobres”; y “devuelvo el cuádruplo a todos los que he defraudado” (cf. Mc 10, 21-23; Lc 19,8)

Todos somos pecadores, todos somos vulnerables, por más que tengamos asombrosas posibilidades de bondad y de fortaleza física (que también las tenemos). Todos necesitamos perdón y todos necesitamos cuidado. Lo cual genera, paradójicamente, una de nuestras mayores posibilidades: todos podemos acogernos. La acogida: ese valor tan precioso, tan profundamente humano, y hoy tan puesto entre paréntesis (cuando no negado), por ese individualismo consumista que pretendemos que nos defina. La acogida nos devuelve humanidad cuando la recibimos y despliega esa humanidad recibida cuando la ejercemos nosotros.

Pecadores, vulnerables, acogidos y acogedores. Todos. Buen programa para mejorar un poco nuestra sociedad, depredadora de la tierra y suicida de sí misma.
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