“Jesús. La historia de un viviente” (175-01)

Schilllebeeckx


Hoy escribe Antonio Piñero


Una de las sorpresas en la bibliografía en castellano de 2010 sobre el Jesús histórico fue el libro que comentaremos esta semana, ¡una reedición de una obra de 1973!, de Edward Schillebeeckx, dominico belga-flamenco (de lengua neeerlandesa por tanto), ya fallecido. Es natural porque Schillebeeckx es uno de los grandes teólogos católicos del siglo XX, comparable quizás con K. Rahner, aunque con una obra menos densa. Su ficha es la siguiente:


cg[Edward Schillebeeckx, "Jesús. La historia de un viviente”. Madrid, Trotta, 1973 (original de 1973; 1ª ed. castellana: 1983 [Cristiandad] 2002 [Trotta]; 2ª, 2010, traducción de A. Aramayona, 698 pp. ISBN: 978-84-8164-547-7.
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Ofrezco primero una síntesis de su contenido. El libro se presenta como una interpretación de Jesús, es decir, un ensayo de cristología, que intenta trascender el divorcio entre la pura teología académica y las necesidades de los creyentes. Pero, se sostiene, que ya no vale la piedad simple sin el ofrecimiento de una interpretación de acuerdo con un trabajo científico de exégesis histórica, crítica, completamente al día en los métodos…, La finalidad: que el resultado, la imagen de Jesús, pueda resistir los embates del pensamiento crítico.

Una primera parte se dedica al método: cómo y con qué medios se puede acceder hoy al Jesús histórico. La razón: esta imagen debe ser norma y criterio de toda interpretación hoy día. En la segunda sección ofrece un panorama de los “criterios” (hemos hablado Dios ellos muchas veces) utilizados para discernir lo verdaderamente histórico de lo legendario o meramente teológico de todas las fuentes a nuestra disposición.

Rechaza Schillebeeckx como válidos los criterios siguientes: la “posible retroversión al arameo”; el “carácter peculiar de las parábolas”, y la utilización de frases características (por ejemplo, "En verdad (amén) os digo…” como marca de autenticidad. Me parece que da a entender Schillebeeckx aquí, en toda esta sección, que si la investigación llegara a una conclusión histórica irrebatible que no es compatible con la interpretación de la fe sobre Jesús, teóricamente habría que abandonar la fe.

Por suerte para él, sin embargo, no se llega a ese extremo. Sí afirma nuestro autor que la Biblia, el Nuevo Testamento en concreto, es una mera interpretación de Jesús y que ésta no es un dogma: ha de corregirse por la experiencia viva del cristianismo en cada momento. Esa experiencia la constituye la Iglesia en su conjunto.

La segunda parte, “Evangelio de Jesucristo”, es fundamentalmente un análisis histórico. Investiga y analiza el autor el mensaje nuclear de Jesús sobre la salvación; su relación con Juan Bautista; la praxis liberadora de Jesús: milagros y exorcismos; la predicación sobre el reino de Dios y, finalmente, el rechazo histórico de los judíos a Jesús y su muerte.

Esta segunda parte incluye también una reflexión sobre la “historia cristiana tras la muerte del Maestro”, a saber, el porqué del escándalo de los discípulos por el prendimiento y la ejecución de Jesús; los testimonios escritos sobre la resurrección: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (estudio sobre las tradiciones del santo sepulcro, la génesis de la fe en la resurrección) y la experiencia pascual. Aquí se concentra Schillebeeckx en la idea de que esta experiencia se concreta en un modelo de "nueva conversión" a Jesús y en una experiencia, también nueva por parte de los discípulos, del perdón del Maestro tras su huida y dispersión.

Sintetiza así Schillebeeckx estas dos partes de su libro:

“De la mano de la crítica y de la fe busco en el Jesús histórico posible signos que encaucen la búsqueda humana de la salvación, hacia una oferta cristiana de respuesta significativa sobre esta salvación que remite a una peculiar acción salvífica de Dios identificada por los cristianos en Jesús de Nazaret” (p. 94)


La tercera parte lleva como título “Interpretación cristiana del crucificado resucitado”. Considera de nuevo Schillebeeckx a los Evangelios como una interpretación del Jesús resucitado más que del Jesús histórico, hecho del que hay que obtener consecuencias. Analiza los distintos ecos de la figura histórica de Jesús, una vez muerto, en los escritos evangélicos: el surgimiento de los credos primitivos y su fundamento histórico en el Jesús real; los diversos intentos de comprensión de Jesús como mesías (= diversas cristologías del Nuevo Testamento); otros ensayos de comprensión de la imagen de Jesús basados en modelos judíos de figuras salvíficas escatológicas, como “profeta”, “mensajero”, Señor, Hijo sin más Hijo de David..

La última sección de esta tercera parte se concentra en la interpretación neotestamentaria de la resurrección: como acontecimiento escatológico decisivo basado en previas ideas judías; la resurrección concebida como elevación y exaltación; y sus consecuencias: el envío del Espíritu y la parusía.

La sección concluye con una reflexión profunda acerca del dogma cristológico que se formula en la Iglesia cada vez con más precisión desde el Concilio de Nicea. Pero aquí lamenta Schillebeeckx que este Concilio haya adoptado como base la opinión cristológica del Evangelio de Juan y haya olvidado otras perspectivas de los Evangelios Sinópticos. No se puede volver atrás y anular este pasado, afirma, pero sí se puede y se debe –en su opinión- acentuar el carácter unilateral de Nicea y buscar otras cristologías complementarias muy interesantes para el hombre de hoy.

La cuarta parte trata precisamente de esta búsqueda y la formula así: “¿Quién es (o puede ser) Jesús para nosotros” hoy?. Aquí estudia Schillebeeckx la crisis cristológica actual como producto de la ruptura con la tradición desde finales del siglo XVIII (desde Lessing y la Ilustración); analiza cómo un hombre particular, Jesús, puede tener una universalidad única; la historia del dolor humano en búsqueda de un sentido último en Jesús y éste como “parábola de Dios y parábola de la humanidad”.

En la p. 627 sintetiza así Schillebeeckx esta cuarta parte:

“Jesús de Nazareno, el Crucificado resucitado, es el Hijo de Dios en forma de hombre real y contingente: en la medida entitativa de una humanidad histórica y completa, Jesús nos trajo –por medio de su persona, su predicación, su vida y su muerte-- el anuncio vivo de la ilimitada donación que Dios es en sí y quiere ser para los hombres. Supuesto el hecho contingente, no necesario, de nuestra historia --y del acontecimiento de Jesús en ella- Dios no sería Dios sin este acontecimiento histórico.

“Por consiguiente, esta historia nuestra (que de suyo podría no haber existido) es el único camino realista para poder hablar con sentido del ser de Dios. Con su propia entrega histórica, aceptada por el Padtre, Jesús nos ha mostrado quién es Dios: un 'Dios humanísimo'. El hombre Jesús puede ser para nosotros la figura de una ‘persona’ divina presente que trasciende nuestro futuro por arrolladora inmanencia: el Hijo.

“Pero, pese a la no contradicción que hemos visto y al sentido que le dio Jesús Nazareno, el cómo de este hecho es, a mi juicio, un misterio teóricamente inescrutable . Pero hay que exclamar: “Anánke sténai” (= “Es preciso aguantar, seguir de pie”): a veces hay que dar el paso hacia la alabanza y adoración silenciosa y hacia el recuerdo crítico de la gran tradición de la ‘teología negativa’. A fin de cuentas, pese a lo que conocemos sobre él, no sabemos quién es Dios”.

Adelanto ya un comentario:

Para una mentalidad crítica y racionalista como la mía, esta apelación al misterio (es verdad que habla sólo del misterio de Dios, pero se sobrentiende que este misterio abarca también al hijo, Jesús y a su relación con Dios y con nosotros) me deja absolutamente perplejo y me inclina a pensar que, aunque Schillebeeckx no lo dice, encuentra que hay pocos modos de casar el Jesús de la historia con el Jesús de la cristología y de la fe.

Haremos algún comentario más en lo que seguirá.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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