Apéndices a la vida de Pablo

Cesarea2


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

APÉNDICE 3. Carta de Pelagia

La Carta de Pelagia es la versión de un texto etíope editado y traducido por E. J. Goodspeed, que recoge toda la conocida leyenda del león bautizado por Pablo con detalles sobre su ministerio. (Puede verse en Goodspeed, E. J., “The Epistle of Pelagia”, American Journal of Semitic Languages and Literature, 20 (1904) 95ss). El final de los textos refiere el caso de la bella Pelagia, condenada a ser quemada en un becerro de bronce por negarse a convivir maritalmente con su esposo.

El texto del documento comienza narrando la actividad de Pablo en la región de Cesarea. Muchos habitantes de la zona, que no creían en la ley de Moisés y mucho menos en la de Cristo, se levantaron contra él y lo arrojaron en la cárcel encadenado. Los jueces quedaron sorprendidos con la doctrina de Pablo, pero lo despreciaron y lo dejaron marchar en libertad.

Se dirigió a la montaña, donde se encontró con un león gigantesco, que le abordó diciéndole en lenguaje humano: “Me alegro de encontrarte, Pablo, siervo de Dios y apóstol de nuestro Señor Jesucristo. Tengo que pedirte una cosa”. Pablo le contestó: “Habla, que te escucho”. El león le pidió que le concediera la gracia que reciben los cristianos. Se supone que Pablo le administró el bautismo. A los siete días, el león se retiró a las montañas y Pablo regresó a la ciudad. Allí encontró a un hombre que le comunicó que había muerto un hombre, por el que le pedía que rezara una plegaria en su casa. Después de una oración en la que pedía al Señor que devolviera la vida a aquel hombre, dijo al difunto: “Hombre, levántate”. Los testigos del acontecimiento decían a Pablo que les predicara aquella fe que era capaz de resucitar a los muertos. Pablo les repitió el aforismo de Jesús que prometía los mayores milagros a los que tuvieran fe como un grano de mostaza.

Los oyentes le suplicaron que se la explicara. Pablo hizo un repaso de personajes bíblicos que todo lo consiguieron gracias a su fe. Mencionó a Rahab la prostituta, a Daniel en la cueva de los leones, a Ezequiel, a Abrahán, Isaac y José, Elías y Eliseo. Entre ellos recordó a Tecla, la que se libró de las llamas y de las fieras por la ayuda de Dios. Pero los personajes bíblicos nombrados habían conseguido gracias espectaculares gracias a su fe. Si sus oyentes creían que Jesús era Dios, debían cumplir su voluntad, expresada en los mandamientos de la Ley: No robar, no cometer adulterio, no adorar a los ídolos, no jurar en vano, no codiciar los bienes ajenos, honrar padre y madre y vivir en todo según el temor de Dios. Un Dios que recomendaba ayudar a los necesitados y ayudar con dones a la práctica de su culto.

La palabra de Pablo convenció a muchos de sus oyentes, que renunciaron a este mundo y siguieron la voluntad de Dios según la anunciaba Pablo. Entre ellos había una mujer, extraordinariamente hermosa, de nombre Pelagia, hija del rey, que oyó la predicación de Pablo, renunció a su marido y se convirtió a la vida de castidad. El rey se enfrentó con Pablo y le echó en cara los desmanes que estaba provocando. Por ellos tendría que pagar lo debido, incluido el daño que había causado a Pelagia. Por ello, Pablo fue encerrado en prisión con la intención de que fuera arrojado a las fieras. Quiso la suerte que el feroz y gigantesco león que prepararon para arrojarlo al teatro contra Pablo fuera el que había trabado amistad con Pablo y había sido bautizado por él. Todos se alegraban de que Pablo fuera al fin devorado en castigo por sus malas acciones.

Pero Pablo se puso a rezar con sus manos extendidas, lo que igualmente hizo el león. Cuando acabaron la oración, se pusieron a charlar tranquilamente. Las gentes que contemplaron el espectáculo prorrumpieron en gritos confesando que aquel hombre era digno y grande puesto que hasta las fieras del campo le obedecían. Pidieron, pues, que dejaran marchar a Pablo, pero que trajeran a Pelagia. Pablo y el león se marcharon juntos.

Pedían luego que encendieran el becerro de bronce para arrojar dentro a Pelagia. Pero en ese preciso momento cayó una lluvia torrencial que lo apagó. El marido de Pelagia vino con la espada desenvainada y se dio la muerte arrojándose sobre su espada porque no podía soportar perder a una mujer tan bella. Pero Pelagia, libre ya de la condena, no pensaba en su hermosura, sino que la consideraba un detalle insignificante de este mundo caduco y pasajero.

Acueducto romano en Cesarea Marítima.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba