San Pedro y san Pablo (29.06.2016): servidores con el mismo espíritu de Jesús

Introducción:Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 13-19)
Celebramos hoy la solemnidad conjunta de los apóstoles Pedro y Pablo, martirizados en Roma el año 64 y el 67 respectivamente. Celebración de católicos y ortodoxos. Sus sepulcros están en el Vaticano y en la vía Ostiense, de Roma. Toda la Iglesia, “plantada con su sangre” (antífona de entrada), hace hoy “una celebración de santa alegría” (or. colecta). Es fiesta conjunta porque “por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy el pueblo con una misma veneración” (Prefacio).

Preguntas en medio de la oración
El texto de Mateo (16,13-19) tiene paralelos en Marcos (8,27-30) y en Lucas (9,18). Éste sitúa la conversación con los discípulos “cuando estaba él rezando a solas, estaban con él los discípulos; y les preguntó...”. “A solas”, es decir, lejos del gentío, rezando él solo en presencia de los suyos. La oración prepara la sinceridad de las respuestas. Jesús pregunta primero la opinión de la gente, luego la de ellos mismos. Sólo Pedro responde la verdad que vive Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Por eso le reconoce a Pedro “dichoso”. Es la única vez que Jesús felicita a alguien con esta palabra. Pedro, reconociendo a Jesús como “Mesías, Hijo de Dios vivo”, ha iniciado el camino de la Iglesia, ha tenido la experiencia verdadera de Jesús y ha dado testimonio de ella.

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”
Jesús funda la Iglesia sobre la fe de Pedro. Esta fe es calificada como “roca”, porque miraba a Jesús desde Dios. No como le mira seis versículos más adelante, haciéndose merecedor del reproche tan duro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16,23). Es la respuesta al Pedro sin el Espíritu de Dios, al hombre carnal, al hombre que entiende al Mesías de Dios en términos de poder y de triunfo, y no en términos de vida entregada.

“Atar y desatar” como Jesús: sirviendo, en pobreza, con la cruz del amor
Jesús le entrega las llaves que abren el Reino, que “atan y desatan”, excluyen o incluyen en la salvación, según rechacen o acepten a Jesús, Mesías de Dios. También los apóstoles reciben de Jesús el mismo poder de atar y desatar que Pedro (Mt 18,18). La Iglesia no es de Pedro ni del colegio apostólico que preside, sino de Jesús. Es su Espíritu quien la inicia (“nacidos del agua y del Espíritu”), quien la guía y acompaña siempre. Pedro y los apóstoles no sirven a la Iglesia por su imposición, ni por los honores, privilegios, ostentación social y bienes de este mundo, en cuyos brazos se entregan con frecuencia. Sólo sirven sirviendo a la humanidad, como Jesús. Presidir un “estado” con su corte y diplomáticos, tener “príncipes” cargados de títulos y honores, hacerse llamar “eminencias” y otras lindezas... oculta el evangelio. Sigue teniendo valor aquella frase de protesta de los herejes del s. XII: “los caballeros nos anuncian un Cristo que iba a pie; los ricos nos predican a un Cristo pobre; los honorables a un Cristo abyecto” (Citado por G. Faus: La autoridad de la verdad. Sal Terrae. Santander 2006. P. 47). Un creyente de hoy comenta, tras participar en una misa papal en el Vaticano: “era espeluznante el choque entre las palabras del Papa hablando de pobreza –la de Jesús que hay que imitar y la de los pobres de verdad que hay que socorrer– y el oro que abarrotaba cada imagen. Todo oro o dorado: la mitra, los candelabros, todos los adornos de la basílica...” (A. Duato: “Hablar de la pobreza recubierto de oro”. . 13-ene-09)

Oración:Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 13-19)

Jesús, Mesías deDios:
en clima de oración, en la mayor sinceridad,
preguntas a los discípulos quién cree la gente y ellos que eres tú.
Todos piensan que eres un hombre inspirado, un profeta.
Pedro, en nombre del grupo, contesta:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Así te habías presentado en tu pueblo:
el Espíritu de Dios “me ha ungido” [hecho Mesías, Cristo]
para dar la buena noticia a los pobres,
anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos...;
para anunciar el año de gracia del Señor
(Lc 4, 18-19).

Esta fe de Pedro confirmaba tu experiencia:
el Padre revela estas cosas a la gente sencilla” Mt 11, 25);
“dichoso” le dices a Pedro, por haber aceptado esta revelación.
“Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad
”.

La “roca” que sostiene y edifica tu Iglesia es la fe en ti, Jesús de Nazaret:
la fe de quienes creen que tú eres el Mesías, el ungido de Dios;
la fe que aceptar recibir tu Espíritu, que llama Padre al sumo Creador;
la fe de quienes entregan su vida, como Tú, para que todos tengan vida;
la fe de quienes creen que Dios les ha dado hermanos a todos...

Para presidir y representar le entregas las llaves y el poder de “atar y desatar”:
abrirán o cerrarán el Reino, según acepten tu modo de vida;
según amen como Tú, aceptando la cruz del amor;
es un modo de expresar el servicio apostólico:
- que anuncia la verdad del evangelio de vida;
- que transmitie tu Espíritu a través de distintos signos (sacramentos);
- que cuida tu amor de servicio humilde, como tú, Jesús, lo hacías.

Pedro y Pablo ejercieron su ministerio con gran fidelidad a tu Espíritu:
a imitación tuya, se “presentaban como un hombre cualquiera”;
impedían la sumisión: “levántate, también yo soy un hombre” (He 10,26; 14,15).

Actúan de mediadores y dialogan para encontrar la voluntad de Dios:
- “¿por qué tentáis a Dios imponiendo sobre el cuello de los discípulos un yugo, que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?” (He 15,10);
- exhortan a todos a obedecer al Señor, que no quiere ser impuesto;
- confían en los diversos grupos o tendencias dentro de la fe cristiana.

A veces “no pensaban según Dios...”, amparándose en privilegios divinos:
queriendo utilizar la violencia contra los que se resisten a su proyecto;
llegas a llamar “Satanás” a Pedro y a reconvenir a los apóstoles:
“no sabéis de qué espíritu sois”, “vosotros nada de eso”;
ni dominio ni imposición, sino servicio y amor gratuito (Mt 20,25-28; Mc 10,42-45; Lc 22,24-27).

El Espíritu de amor guiaba sus pasos sin violencia alguna:
abrieron las puertas de la Iglesia a los no judíos;
con vacilaciones, discusiones, críticas abiertas, cesiones humildes.
“Cuando vi que su conducta no iba de acuerdo con la verdad del Evangelio”,
nos cuenta Pablo, “reprendí públicamente a Pedro” (Gál 2, 11-14);
Pedro acepta humildemente la crítica, sin imponer silencio a Pablo
(“Me atrevo a decir que, aún más ejemplar que la valentía de Pablo
fue la humildad de Pedro”, comenta san Agustín).
“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (He 5,29) decía Pedro a la autoridad;
frase peligrosa, pero válida también ante la autoridad religiosa.

Jesús Mesías de Dios:
reconocemos hoy a Pedro y Pablo “columnas de la Iglesia”;
ellos nos urgen tu seguimiento:
- “tened amor a la fraternidad”;
- “estad agradecidos a los que trabajan por vosotros, os presiden en el Señor y os aconsejan; tened mucho aprecio y cariño por lo que hacen” (2Pe 2, 17; 1Tes 5,12-13).
- “a no olvidarnos de los pobres” (Gal 2,10).

Reaviva, Jesús resucitado, tu Espíritu de servicio humilde:
en el Papa Francisco, obispo de Roma, vínculo de toda la Iglesia;
en los obispos, presbíteros, diáconos y servidores de las comunidades;
en todos los cristianos, con sus dones recibidos, para bien de todos.

Rufo González
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