Filosofía fratriarcal

¿Tu verdad? Sí, tu verdad,
a compartir con la mía.
Ambas forman la verdad
(AOO)


En mi escritura aforística se ofrece libremente una filosofía hermenéutica de signo coimplicativo, basada en la dialéctica de los contrarios, interpretada como “dualéctica” de los opuestos compuestos. En lugar del raciocinio clásico comparece allí el “relaciocinio” como método de mediación de los contrastes, a través de un lenguaje hermenéutico de carácter dialógico y simbólico.

La conclusión de semejante coimplicacionismo simbólico es una filosofía del sentido y del sinsentido, de la vida y de la muerte, de Dios y el diablo, de la positividad y la negatividad existencial entreveradas o coimplicadas. Todo ello conlleva un pensamiento ambivalente o de doble valencia, atravesado por la contra-dicción que obtiene su articulación en un logos diacrítico de carácter aferente o asuntivo, sintético y re-mediador.

Por todo ello, la aforística representa mi ironía pos-socrática, el ámbito en el que problematizo saberes y cuestiono sabores, donde dilucido mi oscuridad y aclaro mis sombras, ya que la aforística es el foro de lo que carece de fuero, el ágora de lo que carece de aforo, la comunicación de lo incomunicado por excomunicado.

Desde esta filosofía relacional, la aforística se concibe como un relaciocinio relativizador de absolutos, como un relacionismo correlativizador de contrarios y como una red lingüística de urdimbre tramada y de signo dramático. En efecto, el aforismo que cultivo no es trágico o traumático, pero sí tragicómico o tramático, ya que coimplicar los opuestos es afrontar la contradicción real y resolverla en contra-dicción simbólica o surreal.

El ejemplo paradigmático que suelo proponer es que la vida es amor y muerte, coexistencia de eclosión y oclusión, de expansión e impansión, como señala la física actual. Yo denomino a esta coalescencia “amors”, amor y desamor, afirmación y negación, ser y vacío. Esta misma simbólica la encontramos en Dios, que es la luz (dieus) ensombrecida por el diablo, símbolo de la síntesis corroída por la analítica diablesca.

Culturalmente esta reunión de los contrarios comparece tradicionalmente en el mito del héroe y el dragón, en donde el presunto buen héroe resulta aguerrido y dracontiano, armado hasta los dientes pero amado por la princesa cautiva, mientras se enfrenta a un dragón desnudo, desarmado y desamado cruelmente por la propia princesa. Una lucha desigual que hoy consideramos injusta, ya que el viejo héroe del bien resulta agresivo frente al viejo dragón del mal agredido por aquél.

Nuestra propia propuesta alternativa a semejante contradicción de los contrarios es reconvertirlos en contra-dicción, cuya solución no es la violencia sino la paz, el empazamiento o empatamiento de dichos opuestos. La coimplicación de los opuestos se expresa románticamente como el amor de los contrarios de que está hecha la propia vida, así como ilustradamente como el hermanamiento de los opuestos compuestos por su propia coexistencia.

La compresencia radical de los contrarios fue avisada por la filosofía oriental de Laotsé y por la filosofía occidental de Heráclito, se filtra en la filosofía platónica arribando a Nicolás de Cusa, y se recicla en la dialéctica que arriba a Hegel y socios. Actualmente es la física cuántica la que trabaja con semejante dialéctica o dualéctica de los contrarios, al tiempo que el Círculo de Eranos ha ofrecido una aportación hermenéutica ya insustituible.

Una nueva perspectiva se abre con esta revisión del dualismo clásico y la crítica a su maniqueísmo tradicional. Es una perspectiva perspectivística y no aislacionista, como quería Ortega, una cosmovisión ecuménica y medial, una concepción transversal de la realidad en su articulación o Logos, traducido por Heidegger como reunión. La reunión bajo el símbolo de un ser que no se reduce a ente, cosa o entidad, sino que atraviesa los seres o entes como su junción o conjunción (copula entis).

De este modo la aforística se convierte en un lenguaje de proliferación o diseminación, para decirlo con Derrida, pero que vuelve (i)remediablemente a la junción o juntura del ser, el cual se define como lo mismo diferenciado, la identidad diferida y herida (didentidad), la cópula energética o surreal del ser, y ya no la cúpula eidética o irreal de una idea (abstracta). Inspirados por el Nietzsche menos loco y más lúcido, llamamos a esta cópula del ser “sentido” (consentido o convivido), y ya no la cúpula de la verdad dogmática.

Ahora el mundo es menos cierto y más incierto, más ambiguo pero más vivible, más complejo y menos simplejo. La coexistencia no es ya el/lo uno contra el/lo otro sino este/esto con aquel/aquello, no solo sino también (acompañado), mediación radical de extremidades, curación o sanación, casación, de opuestos compuestos. Ahora la auténtica medicina cultural no trata de salvar la parte frente al todo o viceversa, sino de encajar la parte en el todo y recalar/recular el todo en la parte. Se trata de afirmar la vida y asumir la muerte, de proyectar a Dios contrapunteado por el diablo, de promover al héroe para salvar al dragón.

El relato bíblico de la hermandad de Caín y Abel puede servirnos de modelo hermenéutico de lo que estamos diciendo. En el principio era la hermandad, pero era una hermandad fratricida. Caín mata a Abel, y Dios pide explicaciones al asesino –el malo de la película- sobre el asesinato de su hermano el bueno. Es una reacción justa propia del Dios justiciero del Antiguo Testamento, que desde el principio apoya al bien frente al mal, a Abel contra Caín, al héroe religioso versus el antihéroe irreligioso.

Pero curiosamente esta mentalidad justiciera queda subsanada y complementada en el Nuevo Testamento, en el cual Jesús predica y practica no la pura/puritana justicia sino la impura misericordia y el perdón, el amor, hasta el punto de colocar en primer término evangélico al pecador frente al justo, al malo versus el bueno, a la oveja perdida y al enfermo frente al sano. El Dios de Jesús se preocupa por Caín y ya no por Abel, por el hijo pródigo y no por su hermano mayor, por la salvación o redención de lo irredento y no por el justo o santo.

La vieja pregunta del viejo Dios justo a Caín lo es por Abel –dónde está tu buen hermano. La nueva pregunta del Dios amor lo es a Abel por Caín: dónde está tu hermano el malo. Porque en efecto, el problema es Caín y no Abel, Caín es el que necesita ayuda, representa el mal en toda sociedad, es el antihéroe dracontiano o monstruoso frente al héroe moral entronizado. En el cristianismo importa más el mal común/comunitario que el bien común (burgués).

En definitiva es la hermandad de Caín y Abel lo que hay que reconstruir, el hermanamiento de los contrarios, el apoyo no sólo al bueno de Abel sino al malo de Caín, la apertura de Abel a Caín para que este se abra a aquél, la fratría o fraternidad, el fratriarcado o fratriarcalismo no en su sentido idealista o idílico, sino en su sentido radical de hermanación de los opuestos compuestos.

Pues lo que aquí se recompone es lo humano, y lo humano dista tanto de lo suprahumano o divino como de la infrahumano, animal o diablesco. El hombre es la mediación de lo divino y lo demónico, el punto de encuentro entre la trascendencia y la inmanencia, la síntesis de lo celeste y lo terrestre. El hombre es la encarnación y personificación de la cópula del ser, en cuanto reunión de contrastes y conciencia de lo inconsciente, en cuanto síntesis de arriba y abajo, derecha e izquierda, exterior e interior. El hombre es Hermes en cuanto encrucijada de Dioniso y Apolo: el alma mediadora y medidora del mundo.
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