En Barcelona: más juntos que unidos

La manifestación contra el terrorismo que hubo la tarde del pasado 26 agosto en Barcelona tuvo muchas cosas buenas. Otras realidades que allí afloraron me parecieron fuera de lugar. Algunas proclamas tenían su parte de razón (la venta de armas, por ejemplo no favorece la paz), pero esta razón parecía un pretexto para descalificar y atacar. Lo que debía unir a los manifestantes era decir “no” al terrorismo, porque lo que queremos es vivir en paz, armonía y bienestar. Pues bien, algunos parecían más interesados en “otros objetivos” que, en vez de unir, dividían. Estos “otros objetivos” tienen su lugar y su momento, lugar y momento que no era el de la manifestación del pasado sábado.


La manifestación puso de manifiesto una cosa, que tiene sus aspectos positivos, pero también sus aspectos negativos: en la Plaza de Cataluña se juntó mucha gente, distinta y distante. Hay distinciones que enriquecen; las hay que separan. En este caso, entre algunas de las personas distintas y distantes que se juntaron no había ninguna unidad, pues sus pretensiones eran excluyentes. En Barcelona hubo mucha gente junta. Pero, entre esta gente junta había gente desunida. Juntos, porque estaban en un mismo lugar, tocándose incluso. Unidos no, porque sus objetivos no eran los mismos: unos querían hablar de paz y otros aprovecharon para hablar de otras cosas.


Más allá de Barcelona, eso de juntos sí, pero unidos no tanto, hace pensar. Es bueno que personas distintas y hasta distantes, podamos vivir juntas. Es un signo de tolerancia que puede y debe convertirse en motivo de respeto. Pero si estamos juntos porque no queda más remedio y no intentamos unos mínimos de entendimiento para poder estar juntos sin pelearnos, entonces no estamos unidos. Ese no estar unidos puede ser el comienzo de la exclusión. Cuando somos excluyentes, cuando el otro estorba, estamos creando la base que puede conducir al odio. Y el odio conduce a la muerte.


Como bien decía uno de los carteles de la manifestación “el amor es más fuerte que el odio”. Ese es el camino: el amor, que une más allá de ideologías, gustos, colores, religiones y políticas. En política no debería haber enemigos, sino adversarios. Mientras los enemigos buscan la destrucción del otro, los adversarios buscan objetivos comunes (todos confluyentes en el bien común, en el bienestar de los ciudadanos) por caminos distintos.

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