Tendemos a convertir la eucaristía en un rito de comunión (comunicación) espiritualista de tipo ritual y jerárquico, separado de la carne de la vida humana, del encuentro afectivo y vital, económico y social de Jesús y de los hombres y mujeres concretos de la tierra.
En contra de eso, la lectura de este domingo insiste en la eucaristía de carne, del (discípulo) amado, comunión hecha de afecto, amor mutuo, comunicación integral, servicio mutuo, en contra del riesgo de un gnosticismo espiritualista que tendía a imponerse ya en aquel tiempo (final del siglo I d.C.).
Sólo un ser humano de carne y sangre es alimento verdadero para otro ser humano, como indica la eucaristía del Evangelio de Juan, donde Jesús habla y dice: Toma, éste es mi cuerpo, esta es mi carne.
- En un primer nivel la eucaristía es palabra (logos), un hombre diciéndole a otro: Toma, esto soy, ésta a la carne de la vida que comparto contigo. Lo primero que somos y así compartimos en dimensión humana es la palabra; somos porque hablamos y nos comunicamos, regalando de esa forma nuestra propia vida.
- En un segundo nivel la eucaristía es la comunicación del cuerpo (sôma), como dicen los evangelios sinópticos y Pablo (1 Cor 11, 24). Tomad y comed, esto es mi cuerpo (sôma). Esto soy, esto somos: Cuerpo compartido en forma de pan, comida entero (comunión social, no sólo de “palabra”).
- En un tercer nivel la eucaristía es carne (sarx) y sangre (haima) compartida, como ha puesto especialmente de relieve el evangelio de Juan, el más espiritual y carnal, protestando contra el riego de una “gnosis separada”, de una comunión puramente espiritual. Podemos ser y somos “cuerpo” porque compartimos la carne de la vida, visa sensible y frágil, carne enamorada, la más fuerte de toda, sangre profunda, no en plano puramente biológico, sino “vital”, como sigue indicando el evangelio de este día