¡Pero qué valientes los muy cobardes!

¡Es algo tan inhumano y despiadado que dos personas jóvenes pasen a una iglesia cuando un sacerdote de 84 años está celebrando la Eucaristía y le obliguen a arrodillarse ante la vista de los fieles y allí mismo, en el altar, lo degüellen como un cordero cortándole el cuello!
Uno no sabe cómo entender estos acontecimientos que nos devuelven a la prehistoria. Yo me imagino la escena de unos jóvenes obligando a su pobre anciano a arrodillarse para ejecutarle y lo mínimo que siento es una indignación que me puede. Tal vez eso mismo es lo que busca esos miserables con actos de esta barbarie. ¡Qué valientes! ¡Qué heroísmo! ¡Qué chacales!
Desde luego han perdido cualquier semejanza con un ser humano.
Y rebuscando en el Corán, que tantos dicen que es un libro pacífico, pero que yo no lo creo en absoluto, encuentro en el capítulo 47, 4 una frase que me ha dejado más horrorizado aún:
"Cuando encontréis a quienes no creen, golpead sus cuellos hasta que los dejéis inermes".
Estos cobardes estaban cumpliendo leyes sagradas, leyes incompatibles con un Dios que pueda llamarse misericordioso y mucho menos ¡Grande!
Habrá que plantearse entonces en esta guerra, que el papa no quiere llamarla de religiones, pero sí una guerra, cómo podremos hacer, sino para atacar, sí para defendernos, que es un derecho de todo ser humano: la defensa propia.
En los últimos tiempos los atentados colectivos o individuales contra las personas, por parte de fanáticos musulmanes está rebasado el vaso de la paciencia. Ahora incluso, se está convirtiendo en un ataque contra la fe católica, que este sacerdote representa de manera indudable. Su nombre era Jacques Hamel, nacido en Damértal, un pueblo muy cercano a la parroquia donde ejercía. Llevaba sirviendo a la iglesia casi sesenta años como sacerdote. La noticia ha llegado enseguida a los jóvenes reunidos en Polonia para la LMJ y han comenzado a pedir a gritos que sea reconocido ¡santo súbito!
El anuncio profético del Señor se hace realidad una vez en distintos lugares del mundo; mucho más hoy en que la religión católica se ha convertido en la más perseguida del mundo. “Si a mí me han perseguido también a vosotros os perseguirán”
Ojalá su martirio no hay sido inútil y estimule a otros cristianos a sentirse convocados a recoger el testigo de este mártir de la intolerancia fanática, y a todos nos estimule a vivir nuestra fe con más mordiente y compromiso, con más radicalidad evangélica y menos oropeles y ornatos inútiles
Esto tal vez no sea una guerra religiosa declarada, como dice el papa y yo quiero creer, pero desde luego sí es una guerra de desgaste, como ya sucedía en el siglo XIII, en tierra y en mar, cuando los musulmanes atacaban las naves cristianas, convertían en botín los bienes y las personas y se llevaban muchos cristianos cautivos a Argel para someterlos a servidumbre. En esa guerra constante de desgaste surgió el carisma redentor de los santos Juan de Mata y Pedro Nolasco, cuyas congregaciones redentoras llegan hasta hoy y cumplen sus ochocientos años de presencia en la iglesia.
¡Esta barbarie hay que pararla ya! En ocasiones la guerra es algo justo si es para evitar que grandes males puedan azotar a la humanidad y no le permitan vivir en paz y en libertad. Y estos chacales vomitan ante la paz y la libertad de nuestros pueblos porque quieren imponernos estados absolutistas intolerantes e irrespetuosos con los derechos humanos. Y no estamos dispuestos a permitirlo.
Mi palabra de homenaje, honor y gratitud al P. Hamel y mi desprecio más absoluto a los intolerantes musulmanes que “golpean cuellos hasta dejarlos inermes” y ponen bombas sedientos de muerte y rebosantes de odio. ¡Y cuidado con las mezquitas, tantas veces escuelas del terrorismo en medio de nosotros, en nuestras propias narices!
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