"El ensañamiento terapéutico, la eutanasia y el suicidio asistido son inmorales" El Papa clama: "Por favor, no aislar a los ancianos ni acelerar su muerte. El fin de la vida es un misterio que debe ser respetado y amado"
"La llamada cultura del 'bienestar' trata de eliminar la realidad de la muerte, pero de forma dramática la pandemia del coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia"
"Podemos entregar a la muerte un rol positivo. De hecho, pensar en la muerte, iluminada por el misterio de Cristo, ayuda a mirar con ojos nuevos toda la vida"
"¡Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un camión de mudanzas! No tiene sentido acumular si un día moriremos"
"Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar al suicidio asistido"
"¡Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un camión de mudanzas! No tiene sentido acumular si un día moriremos"
"Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar al suicidio asistido"
En su ciclo de catequesis sobre San José, el Papa Francisco aborda su vertiente de 'patrón de la buena muerte'. A este respecto, Bergoglio reitera la doctrina de la Iglesia: que “el ensañamiento terapéutico, la eutanasia y el suicidio asistido son inmorales” y que “debemos acompañar a la muerte, pero no provocarla”. Por otro lado, a pesar de que “la llamada cultura del 'bienestar' trata de eliminar la realidad de la muerte”, la pandemia nos la ha recordado y el Papa invita, incluso, a “entregar a la muerte un rol positivo”, porque “pensar en la muerte, iluminada por el misterio de Cristo, ayuda a mirar con ojos nuevos toda la vida”. Y Francisco termina su catequesis clamando: “Por favor, no aislar a los ancianos ni acelerar su muerte. El principio y el fin de la vida es un misterio que debe ser respetado y amado”.
Catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la pasada catequesis, estimulados una vez más por la figura de San José, reflexionamos sobre el significado de la comunión de los santos. Y precisamente a partir de ella, hoy quisiera profundizar en la devoción especial que el pueblo cristiano siempre ha tenido por San José como patrón de la buena muerte. Una devoción nacida del pensamiento de que José murió con la presencia de la Virgen María y de Jesús, antes de que ellos dejaran la casa de Nazaret.
El Papa Benedicto XV, hace un siglo, escribía que «a través de José nosotros vamos directamente a María, y, a través de María, al origen de toda santidad, Jesús». Y animando las pías prácticas en honor de San José, aconsejaba una en particular: «Siendo merecidamente considerado como el más eficaz protector de los moribundos, habiendo muerto con la presencia de Jesús y María, será cuidado de los sagrados Pastores inculcar y fomentar [...] aquellas piadosas asociaciones que se han establecido para suplicar a José a favor de los moribundos, como las “de la Buena Muerte”, del “Tránsito de San José” y “por los Agonizantes”» (Motu proprio Bonum sane, 25 de julio de 1920).
Queridos hermanos y hermanas, quizá alguno piensa que este lenguaje y este tema sean solo un legado de pasado, pero en realidad nuestra relación con la muerte no se refiere nunca al pasado, sino siempre al presente.EL Papa Benedicto decía hablando de sí mismo decía que estaba ante la puerta oscura de la muerte. Es bello. Un buen consejo. La llamada cultura del “bienestar” trata de eliminar la realidad de la muerte, pero de forma dramática la pandemia del coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia. Cuando la muerte estaba por todas partes. Muchos hermanos y hermanas han perdido a personas queridas sin poder estar cerca de ellas, y esto ha vuelto la muerte todavía más dura de aceptar y de elaborar.
A pesar de esto, se trata por todos los medios de alejar el pensamiento de nuestra finitud, engañándonos así para quitarle su poder a la muerte y ahuyentar el miedo. Pero la fe cristiana no es una forma de exorcizar el miedo a la muerte, sino que nos ayuda a afrontarla.
La verdadera luz que ilumina el misterio de la muerte viene de la resurrección de Cristo. Escribe San Pablo: «Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe» (1 Cor 15,12-14). Esta es la luz que nos espera tras la puerta oscura de la muerte.
Queridos hermanos y hermanas, solo por la fe en la resurrección nosotros podemos asomarnos al abismo de la muerte sin que el miedo nos abrume. No solo eso: podemos entregar a la muerte un rol positivo. De hecho, pensar en la muerte, iluminada por el misterio de Cristo, ayuda a mirar con ojos nuevos toda la vida. ¡Nunca he visto, detrás de un coche fúnebre, un camión de mudanzas! Nos iremos solos, sin nada en los bolsillos del sudario. No tiene sentido acumular si un día moriremos. Lo que debemos acumular es la caridad, es la capacidad de compartir, de no permanecer indiferentes delante de las necesidades de los otros. O, ¿qué sentido tiene pelear con un hermano, con una hermana, con un amigo, con un familiar, o con un hermano o hermana en la fe si después un día moriremos? ¡Para qué sirve! Delante de la muerte muchas cuestiones se redimensionan. Está bien morir reconciliados, ¡sin dejar rencores y sin arrepentimientos! Quisiera decir que todos estamos en camino hacia esa puerta.
El Evangelio nos dice que la muerte llega como un ladrón, y por mucho que nosotros intentemos querer tener bajo control su llegada, quizá programando nuestra propia muerte, permanece un evento con el que tenemos que rendir cuentas y delante al cual también hacer elecciones.
Dos consideraciones para nosotros cristianos permanecen de pie. La primera: no podemos evitar la muerte, y precisamente por esto, después de haber hecho todo lo que humanamente es posible para cuidar a la persona enferma, resulta inmoral el encarnizamiento terapéutico (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2278). Aquella frase de la gente sencilla: ayúdenlo a morir en paz. La segunda consideración tiene que ver con la calidad de la muerte misma, del dolor, del sufrimiento. De hecho, debemos estar agradecidos por toda la ayuda que la medicina se está esforzando por dar, para que a través de los llamados “cuidados paliativos”, toda persona que se prepara para vivir el último tramo del camino de su vida, pueda hacerlo de la forma más humana posible.
Pero debemos estar atentos a no confundir esta ayuda con derivas inaceptables que llevan a la eutanasia, a matar. Debemos acompañar a la muerte, pero no provocar la muerte o ayudar al suicidio asistido. Recuerdo que se debe privilegiar siempre el derecho al cuidado y al cuidado para todos, para que los más débiles, en particular los ancianos y los enfermos, nunca sean descartados. De hecho, la vida es un derecho, no la muerte, que debe ser acogida, no suministrada. Y este principio ético concierne a todos, no solo a los cristianos o a los creyentes. Quisiera subraya run problema osciel pero real: planificar o acelerar la muerte de los ancianos, no. Se ve, a veces, que hay ancianos que no le dan las medicinas necesarias. Esto es deshumano. Esto es arrojarlos rápidamente a la muerte y esto no es humano ni cristiano. Los ancianos son un tesoro de la humanidad. Son nuestra sabiduría. Son el símbolo de la sabiduría humana, los que caminaron antes de nosotros y nos dejaron tantas cosas bellas. Por favor, no aislar a los ancianos ni acelerar su muerte. El principio y el fin de la vida es un misterio que debe ser respetado y amado.
Que San José pueda ayudarnos a vivir el misterio de la muerte de la mejor forma posible. Para un cristiano la buena muerte es una experiencia de la misericordia de Dios, que se hace cercana a nosotros también en ese último momento de nuestra vida. También en la oración del Ave María, nosotros rezamos pidiendo a la Virgen que esté cerca de nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Precisamente por esto quisiera concluir rezando todos juntos un Ave María por los agonizantes y por los que están viviendo un luto o el paso por esta puerta oscura.
Dios te salve María…
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestra reflexión de hoy consideramos la devoción del pueblo cristiano a san José como Patrono de la buena muerte, pensando en la presencia de Jesús y la Virgen en el momento de su tránsito. La cultura actual ha tratado de eliminar la realidad de la muerte del horizonte humano; sin embargo, la pandemia de coronavirus la ha vuelto a poner en evidencia. La muerte forma, pues, parte de la vida de toda persona; y sólo la fe en la Resurrección de Cristo nos otorga la fuerza para afrontarla cristianamente, sin miedo, como un pasaje necesario para estar siempre con Él.
La muerte, iluminada por el misterio Pascual del Señor, nos ayuda a ver la vida con mirada nueva, como una ocasión que Dios nos da para amar a los demás y hacer el bien, quitando del corazón ambición, rencor y resentimiento. El Evangelio nos recuerda, además, que la muerte llegará como un ladrón, cuando menos la esperamos. Esta realidad nos lleva a dos consideraciones que valen para todos, creyentes y no creyentes. La primera, es que la muerte no es un derecho, no podemos programarla, tampoco evitarla, por lo que el ensañamiento terapéutico, la eutanasia y el suicidio asistido son inmorales. La segunda, es que toda persona tiene derecho a la vida, a los cuidados médicos y a los cuidados paliativos para afrontar la muerte de la manera más humana posible.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a san José que nos ayude a aceptar el misterio de la muerte con espíritu cristiano, y que nos alcance del Señor Jesús la gracia de experimentar la misericordia del Padre, sobre todo en ese momento final de nuestra vida. Que el Señor los bendiga a todos. Muchas gracias.