El núcleo del argumento sobre los “recuerdos” acerca de Jesús (I) (109-I)

Hoy escribe Antonio Piñero

En la última postal defendíamos la posibilidad de que la redacción de libros de historia en la Antigüedad pudiera estar gobernada por una idea teológica. Pusimos un ejemplo básico del Antiguo Testamento, que esperamos sea lo suficientemente convincente.

No se entiende bien el ejemplo propuesto de la falsa impresión de monoteísmo que ofrecen los libros bíblicos si se piensa que estamos comparando la historia de un pueblo -Israel- durante siglos con los que pudo pasar con un individuo concreto: Pablo y su posible influjo sobre los evangelistas. Lo que en realidad se compara sonn dos situaciones muy similares pues la primera, la visión de la Biblia hebrea, afecta a pocas personas y a poco tiempo: en un momento dado, después del exilio de Babilonia -momento que no podemos determinar con exactitud, pero que se sitúa en torno al siglo V, y que no duró mucho tiempo, una generación no más- un grupo de personas configuró y manipuló todas las sagas y leyendas de la historia de Israel a partir de un punto de vista teológico.

El producto de la manipulación del material previo por parte de un redactor -o una "escuela"- fue la redacción definitiva de un Pentateuco y de un corpus de historias (Samuel-Reyes-Crónicas) que ofreció al lector una historia distorsionada: mucha más teología que historia, como dijimos. La pretendida histioria fue el resultado de una idea teológica previa de cómo habían discurrido en verdad las cosas. Por tanto, la tesis es sencilla y comprobable por los datos que ofrecen los documentos mismos: los hechos fueron acomodados a la idea previa por unos últimos redactores definitivos de una gran parte de la Biblia hebrea; la historia que podría estar tras las sagas y leyendas primitivas de Israel fue profundamente manipulada en el momento decisivo en el que se le dio una forma definitiva.

Por consiguiente: este ejemplo de literatura religiosa muestra como posible que la forma en la que se transmiten tradiciones puede estar movida por una concepción teológica clara y determinada, en este caso cómo había de entenderse la historia de Israel: tal historia debía ser rígidamente monoteísta aunque con fallos eventuales del pueblo.

Incluso los filólogos y teólogos católicos admiten este hecho, pues toda la argumentación y los datos para formular la hipótesis están obtenidos de libros de teólogos católicos.

Ahora bien, es preciso insistir en que tal manipulación no anula la oferta al lector de un buen monto de posibles hechos históricos. La narración ofrece simultáneamente dos cosas: teología e historia. La tarea del historiador es separarlas. Y la prueba de que se consigue son los libros científicos en los que se traza la verdadera historia de lo que ocurrió en Israel respecto al monoteísmo desde el siglo XII a.C. hasta poco después de la vuelta del Exilio de Babilonia, historia que se ha extraido de los documentos mismos que nos ofrecen esa teología. Por tanto, los documentos tienen por así decirlo dos “capas” diferenciables: hechos e interpretaciones. La crítica filológica e histórica puede diseccionarlos y separarlos.

La cuestión principal radica en si eso mismo –o un proceso similar- pudo ocurrir con la tradición que “recuerda” a Jesús. Naturalmente en menor grado y en menos tiempo. Este es el punto nuclear del problema, y es mérito de la tesis de James D. G. Dunn (“Jesús recordado”) el haberlo planteado de nuevo. Ciertamente su tesis ofrece suficiente materia de reflexión.

La argumentación en el Nuevo Testamento creo que debería empezar por lo siguiente:

• No tenemos acceso directo a la tradición oral sobre Jesús. El documento más antiguo a nuestro alcance sería la "Fuente Q". Pero al ser esta “Fuente” un “documento” puramente reconstruido a partir de textos secundarios respecto a ella, no puede utilizarse directamente para reconstruir a su vez la tradición oral. No seria metodológicamente sano hacer una reconstrucción a partir de la reconstrucción.

• Nuestra investigación de la posibilidad teórica del influjo debe buscar en el Evangelio más antiguo. Hay consenso que es el de Marcos, aunque se discuta la fecha exacta de composición. Hay qué dilucidar en qué grado es fiel a la tradición oral, o a una tradición que acaba de pasarse a escrito y está en sus inicios; hay consenso en que algunas partes del Evangelio de Marcos se basan en tradiciones ya consignadas por escrito; por ejemplo, una colección de parábolas; o el discurso apocalíptico del capítulo 13 (Guía para entender el Nuevo Testamento, p. 329).

• Hay que investigar también en qué grado son plausibles algunas hipótesis al respecto ya planteadas hace muchos años por la crítica. En concreto se han postulado dos importantes, generadas por el análisis y la comparación de los documentos a nuestra disposición:

A. Que la teología del Evangelio de Marcos es paulina.

Si fure así, habría que preguntarse de nuevo: ¿es plausible que un personaje que probablemente ni siquiera conoció a Jesús en persona, Pablo de Tarso, pudiera influir con su teología y su modo de ver a Jesús en un escritor evangélico de tal modo que condicionara su producción literaria-histórica, los que hoy llamamos “evangelio”, que nutre nuestro conocimiento de Jesús?

B. Que el Evangelio de Marcos, como los demás evangelios, fueron compuestos en circunstancias sociales e históricas muy detrminadas.

Si fuere así, la cuestión sería: ¿es plausible que un evangelista conformara tanto su pensamiento a las circunstancias que le tocó vivir (por ejemplo, las circunstancias de los lectores implícitos a los que iba dirigido su evangelio en tanto en cuanto es posible determinarlas) que nos haya transmitido de hecho una perspectiva distorsionada sobre el Jesús de la historia?

La posibilidad teórica de que una idea teológica conforme toda una tradición historiográfica ha quedado mostrada en la postal anterior: la idea previa de el pueblo de Israel debió ser monoteísta desde sus mismos orígenes ha conformado y distorsionado toda la tradición anterior al Exilio.

Un inciso: he dicho “mostrar” la posibilidad teórica, no “demostrar”. En historia antigua –y éste es el ámbito en el que nos estamos moviendo, ya sea historia de hechos o de ideas y creencias- es muy difícil “demostrar”…, como en general en las ciencias humanas. La mayoría de las veces sólo es posible mostrar que algo es verosímil o plausible. Éste es el ámbito en el que modestamente debemos movernos.

Hay que investigar si podemos al menos mostrar que un proceso parecido, en mucho menos tiempo y a menor escala en algunos ámbitos, ha podido ocurrir con la elaboración de los Evangelios, y en especial con el de Marcos.

Se puede pensar a priori que el “cristianismo” (o judeocristianismo aún) de esos años en los que se compuso el Evangelio de Marcos -último tercio del siglo I d.C.- es muy variado y que, por tanto, es también posible que

a) otras influencias se hayan ejercido sobre el evangelista…,

b) o también es posible que haya sido inmune a las influencias: no hubo ninguna.

Esta última posibilidad parece a priori poco probable, pues está admitido por todos que los evangelios son obras de propaganda, en el buen sentido de la palabra: intentan ganar para le fe en Jesús a sus lectores; están justamente para eso. Por tanto tendrán en cuenta las circunstancias de los lectores a los que se dirigen; por tanto también estarán al menos relativamente condicionadas por esas circunstancias. De lo contrario, serían los evangelios una literatura “suicida”, condenada al fracaso…, y no parece que lo sean. ¿En qué pudieron las circunstancias de los lectores potenciales conformar la obra a ellos dirigidas?

También está admitido como axiomático, después de tantísimos años de estudios de Historia de la Redacción que los evangelistas, Marcos en concreto, son auténticos autores, no meros transmisores de tradiciones. Y un autor refleja en su obra sus intereses y preocupaciones. En concreto refleja una teología. ¿Cuál es ésta?

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia”, el tema de hoy es

“El mesías en el Antiguo Testamento. Sus inicios (II)”

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