Pedro en la Literatura Apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pedro en los Actus Vercellenses (IV)

A partir del capítulo 30 de los AV (Hechos Vercelenses), sigue el texto griego del códice del monte Atos (A). Se inicia con el dato de que “llegado el domingo”, Pedro hablaba a los hermanos y les exhortaba a perseverar firmes en la fe de Cristo. Estaban entre ellos muchos senadores y caballeros, ricas damas y matronas. Entre los asistentes había una rica mujer de nombre Crisé, así llamada porque todos los utensilios de su casa eran de oro. Crisé contó a Pedro que había tenido una visión en la que “tu Dios me decía: «Crisé, entrega a Pedro, mi siervo, diez mil monedas de oro, porque se las debes»” (HchPe 30,2). Dicho esto, depositó las monedas y se marchó.

La fama de la mujer no era lo que se dice demasiado ejemplar, pues su riqueza era producto de sus prostituciones. Los que la conocían reprochaban a Pedro que hubiera recibido dinero de sus manos, y le intimaban incluso para que se lo devolviera. La respuesta de Pedro se basaba ante todo en los informes de la mujer sobre la visión que había tenido. La mujer ha ofrecido el dinero para satisfacer una deuda que tenía con Cristo, lo que ha servido para alivio de los necesitados.

La desaparición de Simón no había sido definitiva. Los capítulos finales de los Hechos, ya en texto griego, sabían también del enfrentamiento entre el mago y el apóstol. Mientras Pedro multiplicaba sus milagros a favor de toda clase de enfermos, Simón volvía a la carga prometiendo demostrar que Pedro no creía en el Dios verdadero sino en uno falso. Hacía muchos actos de magia: cojos sanaban por breve tiempo, lo mismo que algunos ciegos y hasta hacía moverse a muertos, como había hecho con Nicóstrato (Estratónico). Los fieles se burlaban de él y desconfiaban de que pudiera cumplir lo que prometía. Pues anunciaba, en efecto, que al día siguiente lo verían subir al Padre, “cuya Fuerza era”. Mientras los otros estaban caídos, él era el único hestōs (“El que se mantiene en pie”).

Al día siguiente, Simón debía subir al Padre según la promesa que había hecho tanto a sus seguidores como a Pedro. Una gran multitud se congregó en la Vía Sacra para ver volar a Simón como lo habían visto en el día de su primera llegada a Roma. La presencia de Pedro tenía como objetivo refutar las doctrinas del Mago y anular su exhibición. Simón se colocó en un lugar elevado, desde donde retó a Pedro exigiéndole que demostrara que su Cristo era Dios. Él mostraría enseguida quién era.

Los Hechos Apócrifos de Pedro y Pablo cuentan detalladamente el suceso, que habría tenido lugar en presencia del emperador Nerón. Simón pidió a Nerón que construyeran una torre de madera con vigas fuertes, adonde pudieran llegar sin contaminarse los ángeles para tomarlo y subirlo hasta el Padre. Desde ella se echó a volar Simón a quien veían sobre los templos y las colinas de Roma. Pedro urgió del Señor Jesucristo una solución para evitar el presumible daño y el escándalo que el vuelo de Simón estaba provocando. Propuso él mismo la forma: “Que caiga Simón y quede inútil. Que no muera, pero que se quiebre la pierna por tres partes” (HchPe 32,4).

En los HchPePl fue Pablo el que urgió a Pedro para que hiciera fracasar el vuelo de Simón, que con su caída reprodujo el presagio de Pedro. Pedro neutralizó, en efecto, el espectáculo con una oración en la que pedía al Señor Jesucristo que cayera Simón desde arriba, pero que no muriera, sino que se quebrara la pierna por tres sitios. H. Leclercq, en un artículo dedicado a Simón Mago en el Dictionnaire d’Archéologie Chrétienne, recoge datos y detalles de una Ecclesia Sancti Petri, situada junto a la Vía Sacra, no lejos del Arco de Tito (DAC XV (1950) 1459-1463). Recuerda también una vetusta tradición de la que se hizo eco Gregorio de Tours. Dos piedras de basalto negro conservaban las huellas de las rodillas de los apóstoles Pedro y Pablo, postrados en oración para impedir el vuelo de Simón Mago. Cerca del Arco de Tito en el Foro romano, un sencillo oratorio delante del templo de Venus y Roma, dedicado a San Pedro, conmemoraba el vuelo y la caída de Simón Mago. El oratorio quedó incorporado a la Iglesia de Santa Francesca Romana.

Los presentes lapidaron a Simón y lo abandonaron, mientras creyeron en Pedro. Uno de sus grandes amigos, llamado Gemelo, al verlo en tal estado bromeó diciéndole: “Si la Fuerza de Dios yace rota, ¿es que acaso se ha quedado ciego el mismo Dios, cuya fuerza tú eres?” Gemelo corrió a suplicar a Pedro que lo recibiera entre sus fieles.

En medio de sus desgracias, unas personas encontraron a Simón, lo recogieron y lo trasladaron sobre unas parihuelas desde Roma hasta Aricia en los montes albanos. De allí fue conducido a Terracina, donde lo acogió un cierto Cástor, que había sido expulsado de Roma bajo la acusación de practicar artes mágicas. “Después de sufrir la amputación de la pierna, halló su fin Simón, el ángel del diablo” (HchPe 32,7). En el lugar de la caída de Simón se construyó muy pronto un santuario para conmemorar el acontecimiento. Era el “aquí” concreto que señala lugares precisos de acontecimientos memorables para la piedad cristiana. (Cuadro de la Muerte de Simón Mago)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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