Simón Pedro en la literatura apócrifa



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Testimonio de las Pseudo Clementinas

Simón Mago se cruzó en los caminos de la evangelización y sus actores. Aparece concretamente en numerosos documentos junto a la estela del apóstol Pedro. Como príncipe del Colegio Apostólico, fue Pedro el encargado de poner freno a las ambiciones de Simón, el que quiso ampliar el repertorio de sus prácticas de magia adquiriendo por dinero los poderes taumatúrgicos de los Apóstoles. Así lo interpretaba, al menos, el relato de Lucas (Hch 8, 20-23).

Simón, considerado como el primer hereje en la historia de la Iglesia, aparece luego al lado de Pedro como enemigo de la fe cristiana. Sus artes mágicas le granjearon adhesiones y admiradores. El autor de la comentada Pasión de Pedro, atribuida al papa de Roma, San Lino, lo enumera entre los pregoneros y heraldos del Anticristo (PPsL 1). Y cuenta de su amistad con el emperador Nerón, que lo consideraba como “maestro de salvación” (PPsL 17). De la presunta amistad de Simón Mago con Nerón refiere también abundantes detalles otra Pasión, la de Pedro y Pablo, conservada en griego y publicada por R. A. Lipsius con el título “Hechos de Pedro y Pablo” en Acta Apostolorum Apocrypha, I pp. 178-222. Según este Apócrifo, Simón, hombre lleno de mentiras y engaños, presumía de ser lo que no era, nada menos que Dios (HchPePl 43). W. Foerster, recuerda con razón que nadie hasta Mani (siglo III) pretendió jamás ser considerado como Dios, en “Die ersten Gnostiker”, p. 192 (U. Bianchi, Le origini dello gnosticismo, Leiden, 1967). Simón afirmaba incluso que disponía de ángeles a su servicio (HchPePl 51).

El caso es que, según el texto del Pseudo Marcelo, el emperador Nerón tenía a Simón en alta estima y consideración. En palabras dirigidas a Pedro, reconocía que Simón confirmaba su divinidad con sus acciones (HchPePl 45). De las prácticas de magia, realizadas por Simón, colegía Nerón que el Mago era verdaderamente hijo de Dios (HchPePl 35). “Yo soy la verdad”, proclamaba Simón en presencia del emperador, que le escuchaba con positiva complacencia. Los “argumentos” definitivos de Simón eran sus acciones (prágmata) y los signos (sēmeîa) que realizaba. Hacía moverse a una serpiente de bronce, conseguía hacer reírse y moverse a las estatuas de piedra, echaba a correr y de pronto se levantaba en el aire (HchPePl 32). Llamado a presencia de Nerón, hizo una exhibición de sus poderes: Cambió de apariencia y se convirtió en niño, de pronto se hizo viejo y finalmente, joven. El emperador no necesitaba más pruebas. Simón era realmente un ser divino.

Una obra importante en defensa de la ortodoxia y contra el paganismo es la colección conocida como Pseudo Clementinas. Es una obra del siglo IV, compuesta con materiales de siglos anteriores. Su atribución a Clemente romano lleva con razón la determinación de Pseudo. Dos grandes partes, consideradas como independientes entre sí componen el conjunto: veinte Homilías en griego y diez libros de Recognitiones en latín. Se cree que el escrito fundamental (Grundschrift), fuente de la obra definitiva, fue escrito en el primer cuarto del siglo III. Lo que aquí nos interesa es la presencia de Pedro y de su sombra, Simón Mago. Ambos ocupan un espacio nada mezquino en el contexto de las Pseudo Clementinas.

La primera de las homilías empieza con una especie de autopresentación de su autor: “Yo Clemente, soy ciudadano romano”. Comenta sus dudas existenciales, pues no tiene ideas claras sobre su persona, origen y destino. ¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy? ¿Hay algo detrás de la muerte o todo será silencio y olvido? Emprendió una larga peregrinación hacia la verdad. Los filósofos, a los que acudió, no le dieron soluciones válidas ni convincentes. Estando en Roma oyó la noticia de que el Hijo de Dios moraba en Judea y prometía la vida eterna a los que vivieran de acuerdo con la voluntad de Dios. Quiso viajar a Judea con intención de comprobar si era cierto lo que se contaba del Hijo de Dios. Pero una tempestad desvió su barco hasta Alejandría. Allí tuvo conocimiento de Bernabé, que había sido discípulo del Hijo de Dios y le instruyó en los rudimentos (rudimenta) de la fe (I 13).

Bernabé partió para Judea, a donde viajó igualmente Clemente una vez que arregló unos asuntos pendientes. Clemente cuenta cómo llegó a Judea donde tuvo noticia de Pedro, a quien califica como el “discípulo más ilustre” de Cristo (Hom. I 15). Allí encontró a Bernabé quien hizo las presentaciones entre Clemente y Pedro diciendo primero a Clemente: “´Éste es Pedro, el que está considerado como el mejor en el tema de la sabiduría de Dios” (maximum in Dei sapientia). A continuación dijo a Pedro: “Éste es Clemente”. Pedro contó a Clemente la curación de la hija de la sirofenicia, a pesar de que reconocía que se estaba refiriendo a personas similares a perros tanto en el tema de los alimentos como en la conducta.

Pedro resolvió las aporías que lanzaron a Clemente a un viaje en busca de la verdad. Quiso también tener noticias de Simón Mago, del que se contaban numerosos prodigios. Dos hermanos, hijos adoptivos de la sirofenicia del evangelio, Áquila y Nicetas de nombre, informaron a Clemente sobre la persona y el talante del Mago. Sus informes son un buen resumen de las noticias y los juicios que conocemos por sus críticos. Ambos hermanos habían conocido a Simón de primera mano pues habían sido discípulos suyos.

Después de un bosquejo completo de la vida y la persona de Simón Mago, describían aquellos hermanos una serie de sus actividades. Llama la atención el hecho de que los relatores cuentan lo que han visto, como si no dudaran de que se trataba de obras reales. Más adelante, en la misma Homilía II, hace Pedro una exégesis de estos prodigios. Y tampoco niega su realidad, sino que insiste en su inutilidad. Porque, en su opinión, el que hace milagros inútiles es ministro de la maldad (Homilía II 33, PG II c. 99s). La finalidad de los milagros es remediar las carencias y necesidades de los hombres. La intención de Simón era más bien de carácter exhibicionista con una gran dosis de egoísmo. Sus milagros eran perfectamente inútiles, es decir, obra de seres malvados, que buscan su interés personal al margen de las necesidades de su prójimo.
(Cuadro de F. Lippi: Discusión de Pedro con Simón Mago)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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