“Promesa de resurrección e inmortalidad a los devotos del salvador crucificado” (109-12)

Hoy escribe Antonio Piñero

Tema: “La Escuela de la Historia de las religiones y el paulinismo” (7). “Rasgos principales de la teología básica del paulinismo” (IX). Precisamos el punto 6 de la síntesis de Hyam Maccoby sobre la doctrina de Pablo sobre la salvación del ser humano, que es el núcleo de su pensamiento teológico.

6) El sexto punto, por último, era “la promesa de resurrección e inmortalidad a los devotos del salvador crucificado”, procede de tal modo de los anteriores que es una consecuencia necesaria.

Maccoby señala aquí que el concepto judío de resurrección es un tanto distinto del paulino: este concepto no hacía de la resurrección algo dependiente de la muerte sacrificial de un visitante divino a la tierra, o de la fe en la eficacia de ese sacrificio.

En las creencias judías generales de la época –al igual que en el cristianismo posterior a Pablo– todos los seres humanos, judíos o no, que hubieren llevado una vida virtuosa volverían a recuperar sus cuerpos en los últimos días para participar en la paz, prosperidad y justicia del Reino de Dios, concebido, como en el caso de Jesús, no como un reino espiritual e incorpóreo, bien en el interior del ser humano, bien en un mundo superfuturo absolutamente distinto al actual, sino como el cumplimiento de las mejores esperanzas humanas sobre la tierra.

La resurrección de los cuerpos debía distinguirse muy claramente en el judaísmo del momento de la inmortalidad de las almas tras la muerte (una creencia también judía, aunque griega en su base), pero que no estaba, curiosamente, tan extendida como la creencia en la resurrección para participar en este reino de Dios terrenal.

En el Apocalipsis de Juan hay un atisbo de esta resurrección para participar en el reino del mesías, cuando afirma que los que “habían sido degollados (por la Última Bestia, el Imperio Romano), “por dar testimonio de Jesús y por la palabra de Dios” volvieron a la vida (20,4) y reinan con Cristo en este mundo, en una especie de Jauja feliz, durante mil años. El resto de los malvados que había muerto también no resucita para tomar parte del reino de Dios en la tierra.

De este modo se ve cómo la doctrina judía de la resurrección de los cuerpos estaba imbuida de un humanismo y un ‘materialismo’, típicamente judíos. Toda la historia humana aspira y se orienta hacia un reino mesiánico de cumplimiento humano, y todos los individuos que habían aspirado a ello durante la vida tenían una oportunidad de participar en ese éxito final del Reino.

La doctrina de Pablo sobre la resurrección, por el contrario, no está provista de este humanismo, pues se ve condicionada por ciertos presupuestos suyos de talante gnóstico, a saber sobre la maldad ínsita dentro de la materia y de lo corpóreo. Su doctrina se halla totalmente desconectada de la noción de un reino de Dios en la tierra. Para Pablo, pues, la resurrección significa una escapada de la miserable vida mortal hacia una dimensión diferente, en la que el problema del ser humano, compuesto de materia y espíritu, no se resuelve en realidad, sino que se elude.

Aunque Pablo mantiene la idea de resurrección corporal carece de este aspecto terreno propio de la finalidad de esa resurrección dentro de la doctrina del judaísmo, puesto que el nuevo cuerpo sufre una transformación completa de la condición humana, que deviene angélica o supraangélica: el cuerpo resucitado del creyente se transforma en un cuerpo espiritual (1 Corintios 15,50).

Parece, por tanto, claro que Pablo no tiene su mente orientada hacia el establecimiento de una sociedad justa y feliz en la tierra (eso es también el reino de Dios) como meta escatológica, del final de los tiempos. Tal objetivo fue propio de Jesús, de los profetas del Antiguo Testamento y de la apocalíptica judía. En general, esa meta es abandonada por Pablo, puesto que piensa que es una meta imposible de conseguir por una humanidad corrupta.

Pablo no tiene la visión de una sociedad humana perfecta; su salvación es enteramente sólo para el individuo, como en los esquemas de pensamiento gnósticos y órficos. Esta salvación consiste en la elevación del individuo humano a un status suprahumano.

La conclusión general de Maccoby es, por tanto, la siguiente: el cristianismo paulino no es judío ni original en el tema de la salvación del ser humano, sino que sus ideas teológicas principales se han inspirado en la religiosidad helenística más que en la herencia judía que se supone había recibido.

En ello sigue Maccoby la corriente común de la Escuela de la historia de las religiones, como hemos afirmado repetidas veces. Esta Escuela sostiene del mismo modo que la doctrina compleja de un hijo de Dios enviado a la tierra como salvador y su muerte y resurrección es externa al judaísmo.

Los comparatistas piensan, pues que Pablo se ha inspirado para formar esta teología en nociones de fuera del judaísmo y aducen paralelos de otras religiones anteriores al cristianismo, especialmente de los cultos mistéricos como ya hemos visto.

Igualmente, los comparatistas apelan a doctrinas “gnósticas” que se presumen anteriores al cristianismo. A partir de datos cronológicamente posteriores a Pablo (desde el s. II d.C. en adelante), los comparatistas deducen hipotéticamente estadios de la religión gnóstica previos al surgimiento del cristianismo que influyeron en éste y lo moldearon por analogía o, en algunos casos, por rechazo.

El próximo día seguiremos con la crítica por parte tanto de protestantes como de católicos a esta síntesis y valoración del pensamiento de Pablo sobre la salvación del ser humano.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog, “Cristianismo e Historia” (en la revista electrónica “Tendencias21”, el tema de hoy es:

“Información sobre la película ‘El discípulo’”
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Magíster de "Ciencias de las Religiones" Universidad PABLO DE OLAVIDE, Sevilla (Véase postal de 26-06-2009)
Para obtener más información:
http://www.upo.es/historia_antigua/master_religiones/index.jsp

Saludos de nuevo.
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