131-02 El Prólogo a “Los papas y el sexo”, libro de Eric Frattini (II)

Hoy escribe Antonio Piñero



Terminábamos la postal anterior con la anécdota de un rabino que explica gráficamente cómo el judaísmo parece tener una visión del sexo distinta del cristianismo en general. Siendo así la mentalidad judía, es tanto más extraño que el cristianismo, heredero del judaísmo, haya tenido una actitud tan adversa al sexo a lo largo de la historia. ¿Por qué? Varias son las razones que pueden avanzarse.

En primer lugar, porque el cristianismo no es sólo heredero del judaísmo que llamaríamos “normativo”, sino más bien de una rama apocalíptica y ascética de él, que miraba al sexo con ojos mucho más rígidos que el resto del judaísmo..

Segundo, porque el cristianismo naciente, sobre todo en las iglesias de fundación paulina –que enseguida, tras la catástrofe del año 70 d.C., con la destrucción de Jerusalén y su templo y la dispersión del pueblo judío por obra de los romanos- fueron la mayoría, tiene un gran componente de conceptos gnósticos; y,

Tercero, porque como secta apocalíptica que fue en sus comienzos, tenía el cristianismo una fuerte conciencia del fin inminente del mundo. Todo ello, bien mezclado, relativizaba poderosamente el sexo dentro del movimiento cristiano. Consideraremos estos tres ingredientes con un poco más de detalle.

El cristianismo nace de una rama judía que muestra una cierta aprensión contra el sexo y las mujeres, y exhibe una actitud relativamente ascética respecto a ellas y al matrimonio. No nos han quedado muchos ejemplos de esta tendencia, salvo en los Manuscritos del Mar Muerto y en un apócrifo del Antiguo Testamento, de mucho éxito, y cuya base es probablemente del siglo I a.C., llamado el Testamento de los XII Patriarcas.

Del grupo de esenios que está detrás de los Rollos del Mar Muerto y del llamado Documento de Damasco, descubierto mucho antes, es bien sabido que sólo tomaban mujer por motivo de la procreación, y que después de haberlas sometido a una prueba rigurosa en cuanto a su poder de fecundidad por medio del examen cuidadoso de la menstruación. En muchos casos, se dice, una vez logrado el objetivo de tener descendencia, los varones esenios se retiraban del contacto sexual con sus mujeres.

Habían establecido, además, para el momento del reino mesiánico y la instauración de la Jerusalén ideal con su templo renovado, que en esa ciudad santa del futuro, que debía ser cultualmente pura, no entraran las mujeres o lo menos posible. La unión sexual dentro del matrimonio debía realizarse fuera de los murallas de la ciudad sagrada, en los campamentos extra muros en los que se viviría normalmente. La ciudad santa quedaría sólo como área sagrada en torno al Templo. Es evidente que, en la concepción de estos esenios, el sexo impurificaba el lugar sagrado.

Dentro de los Testamentos de los XII Patriarcas, el de Rubén, muestra una profunda aversión contra las damas y contra el sexo extramatrimonial, del que desgraciadamente había sido un mal ejemplo el patriarca Rubén, cuando llevado por la pasión, se acostó con una de las mujeres de su padre. Según esta obra, Rubén cuando estaba en su
lecho de muerte lanzó a sus descendientes el siguiente alegato:

“No concedáis importancia al aspecto exterior de la mujer; no permanezcáis solos con mujer casada ni perdáis el tiempo en asuntos de mujeres. Si yo no hubiera visto a Bala bañándose en un lugar apartado, no habría caído en tan gran impiedad. Desde que mi mente concibió la desnudez femenina, no me permitió conciliar el sueño hasta que cometí la abominación. Mientras mi padre, Jacob, estaba ausente en casa de Isaac…, Bala, ebria, yacía durmiendo desnuda en la alcoba. Yo entré, vi su desnudez, cometí la impiedad, y dejándola dormida, salí fuera. Inmediatamente un ángel del Señor reveló a mi padre Jacob mi impiedad. Volviendo a casa, comenzó a llorar mi pecado y no la tocó más” (Testamento de Rubén 3,9-15).


Y luego sigue el desconocido autor:

“No prestéis atención a la hermosura de las mujeres ni os detengáis a pensar en sus cosas. Caminad, por el contrario, con sencillez de corazón, con temor del Señor, ocupados en trabajos, dando vueltas por vuestros libros y rebaños hasta que el Señor os dé la compañera que él quiera, para que no os pase como a mí. Hasta la muerte de nuestro padre no me atreví a mirar el rostro de Jacob o a dirigir la palabra a alguno de mis hermanos por temor a sus reproches, y hasta ahora mi conciencia me tortura por mi pecado. Sin embargo, mi padre me consoló, ya que rogó a Dios para que se apartara de mí su ira, como me lo indicó el Señor. Desde entonces, arrepentido, me mantuve vigilante y no pequé.


“Por ello, hijos míos, observad todo lo que os prescribo y no pecaréis jamás. Ruina del alma es la lujuria; aparta de Dios y acerca a los ídolos, engaña continuamente la mente y el juicio, y precipita a los jóvenes en el Hades antes de tiempo. A muchos ha perdido la lujuria. Aunque sea anciano o de noble cuna, lo hace ridículo e irrisorio ante Beliar y los humanos. José halló gracia ante el Señor y los hombres porque se guardó de las mujeres y mantuvo limpia su mente de toda fornicación. Aunque la egipcia lo intentó muchas veces con él, convocó a los magos y le ofreció filtros de amor, su buen juicio no admitió ningún mal deseo. Por ello el Dios de mis padres le salvó de peligros de muerte ocultos y manifiestos. Si la lujuria no se apodera de vuestra mente, ni siquiera Beliar os vencerá”. Perversas son las mujeres, hijos míos, como no tienen poder o fuerza sobre el hombre, lo engañan con el artificio de su belleza para arrastrarlo hacia ellos” (Testamento de Rubén 4.1-5,2).



El segundo ingrediente intelectual del cristianismo naciente, sobre todo el paulino, en lo que a nosotros nos interesa ahora es la admisión en su teología de nociones propias de lo que más tarde –y ya con el fenómeno bien desarrollado- se llamará “gnosis”, y “gnosticismo” (la primera para designar el fundamento ideológico; el segundo para nombrar a los sistemas de pensamiento bien desarrollados que se basan en esos fundamentos).

Esto será lo que expliquemos el próximo día.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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