Andrés de Betsaida en la literatura apócfrifa

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Andrés en el resumen de Gregorio de Tours (XIV)

Los personajes que figuran como actores de los sucesos del capítulo 30 del resumen de Gregorio son, como decíamos, conocidos de los lectores de los HchAnd. Egeates, el procónsul, Maximila y su fiel criada Ifidama. El procónsul reconoció más tarde al apóstol Andrés como el que había curado a su esposa. Recordaba en particular su gesto de no aceptar la compensación monetaria que le ofrecía: “Yo te quise regalar dinero suficiente, pero tú no quisiste” (HchAnd 26,2).

Ni los Hechos de Andrés ni Gregorio dicen nada de la réplica con que el Apóstol respondió sobre la oferta de Egeates. Pero de ella nos da cumplida noticia la Laudatio 38: “Quede esta recompensa contigo, porque es digna de ti; mi recompensa me llegará enseguida. Lo decía refiriéndose a Maximila”, que con su conversión a la vida de castidad y el abandono del lecho conyugal de su esposo, resultó el mejor trofeo al que Andrés podía aspirar.

El capítulo siguiente de la obra de Gregorio (c. 31) es el relato sumamente resumido de un milagro. Se trata de la curación de un enfermo, narrada de forma lacónica y poco menos que ritual. Había un enfermo que yacía sobre el estiércol y al que los transeúntes arrojaban pequeñas ofrendas para que se alimentara. Andrés se dirigió a él con la fórmula bien conocida: “En el nombre de Jesucristo, levántate sano. El enfermo se levantó inmediatamente y daba gloria a Dios”. Era la simplicidad evangélica que cabría esperar.

El epígrafe de un nuevo capítulo (c. 32) anuncia que va a narrar la curación de tres ciegos, realizada por el apóstol Andrés. Los ciegos eran los miembros de una misma familia: padre, madre e hijo. No habían pedido nada ni siquiera habían pronunciado palabra. Pero Andrés vio en el caso una “obra del diablo”, que les había provocado la ceguera no sólo del cuerpo sino también del alma. Tomó, pues, la iniciativa de proporcionar la salud total a la familia entera. “En el nombre de mi Dios Jesucristo os devuelvo la luz de los ojos corporales”, dice Andrés de acuerdo con fórmulas corrientes en su taumaturgia. Añade que Jesucristo borrará también las tinieblas de sus mentes. De esa manera conocerán “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9) y conseguirán la salvación.

El resto del relato es una serie de gestos repetidos en casos similares. Andrés les impone las manos y les abre los ojos. Ellos, por su parte, se postran, besan los pies del Apóstol taumaturgo y prorrumpen en una confesión generosa y contundente: “No hay más Dios que el que predica Andrés”.

La historia de un tullido curado milagrosamente por Andrés es el tema de un nuevo capítulo en la obra de Gregorio (c. 33). Viendo la abundancia y la facilidad con que Andrés realizaba signos, le abordó un transeúnte para anunciarle que en la orilla del mar estaba el hijo de un marinero, aquejado desde hacía cincuenta años de una gravísima enfermedad, por la que había sido arrojado de su casa. Yacía sobre la playa sin que médico alguno pudiera proporcionarle alivio. Estaba lleno de úlceras de las que manaba un enjambre de gusanos. Oído el mensaje minucioso del piadoso transeúnte, Andrés se dirigió al lugar donde estaba el enfermo, que lo reconoció como el servidor del único Dios que lo podría salvar.

Estaba el mal en un enfermo bien dispuesto con la fe que tantas veces requería Jesús para hacer sus milagros. Pero Andrés dejaba claro que sus prodigios no eran cosa suya sino de su divino Maestro. Lo manifestaba explícitamente con las fórmulas rituales que empleaba al realizar sus curaciones: “En el nombre de Jesucristo, levántate y sígueme”. El tullido se levantó, dejó los harapos purulentos, mientras de su cuerpo “fluía pus con gusanos”, y seguía a Andrés hasta el mar.

Entraron ambos en el agua, donde Andrés lavó al tullido en el nombre de la Trinidad, con tanta eficacia que no le quedó en su cuerpo ni el más leve indicio de su pasada dolencia. Como solía suceder, fue grande la fe del hombre curado, y llegó a tanto su grado de entusiasmo que salió corriendo desnudo por las calles de la ciudad y anunciando: “El Dios verdadero es el que Andrés predica”. Se repetía el esquema de tantas curaciones con el final de la conversión y la consiguiente profesión de fe.

Termina en este punto de la obra de Gregorio el material “nuevo” para los conocedores del apócrifo que estamos glosando. En adelante los datos siguen la narración de los primitivos Hechos de Andrés. La brevedad de los relatos finales en Gregorio es la prueba definitiva y fehaciente de la “excesiva verbosidad” que el de Tours encontró en el apócrifo. Una verbosidad que tanto escandalizaba a los piadosos lectores y que Gregorio corrigió intencionadamente en su relación de los Milagros del apóstol Andrés.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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