Año 312. Constantino: emperador, no cristiano (135)



Hoy escribe Antonio Piñero


El título de este libro es provocativo, pues trata de enmendar el contenido de uno de los grandes mitos del cristianismo desde el siglo IV: la conversión del emperador Constantino, el efecto fulminante de este giro imperial en la conversión de las masas paganas que acudían en tropel a recibir las aguas bautismales y termina con un capítulo sobre su madre, Elena de Drepanum, convertida más tarde en santa. He aquí la ficha completa:

Pepa Castillo, Año 312. Constantino: emperador, no cristiano, Madrid, Ediciones del Laberinto, 253 pp. Ilustraciones, un mapa de la organización del Imperio en tiempos de Diocleciano y Constantino, y 2 esquemas genealógicos de los emperadores de Oriente y Occidente y de la política matrimonial en el entorno de Constantino. ISBN: 978-84-8483-408-3. Precio 18 euros.


El 25 de julio del año 306, los ejércitos imperiales de Britania, victoriosos sobre pueblos díscolos, los pictos y los escotos, eligieron a Constantino, hijo mayor del emperador de Occidente Constancio Cloro, emperador (augusto) en Eburaco (actual York). Este libro narra la historia de una ambiciosa ascensión –según la autora, gobernadas por la astucia y la mentira sistemática-, que duró 18 años, en la que no faltaron elementos de una trama novelesca: pactos para repartirse el poder, intrigas palaciegas adyacentes, ejecuciones de familiares muy directos difíciles de justificar, dos guerras civiles, batallas cruentas y luego la fundación de Constantinopla, que llevó posteriormente a la consolidación del Imperio oriental.

Constantino ha pasado a la historia como “El grande”, aunque tal título, según argumenta la autora, no le convenía demasiado, pues su figura distó mucho de la de Octaviano Augusto y Trajano, por ejemplo, verdaderamente grandes. Por otro lado su ambición puso en peligro la estabilidad del estado, cuando –primero- se enfrentó a Majencio (famosa batalla del Puente Milvio: 312). Desde el 313, Constantino fue augusto/emperador de Occidente y nombró “césar” a su hijo Crispo. En el 324 –segunda guerra civil- se enfrentó al augusto/emperador de Oriente, Licinio, y lo derrotó en el campo de batalla. Desde el 324 hasta el 334 fue emperador único de Oriente y Occidente.

Estos años, a partir del 312, fueron importantísimos para la Iglesia, porque Constantino publicó el Edicto de Milán, unos meses después, ya de hecho en 313, en donde declaraba lícitos todos los cultos, y por tanto también el cristianismo. Un edicto que tuvo el efecto fulminante de detener la persecución de la Iglesia en Oriente al año siguiente, 313. En efecto, Licinio derrotaba al enérgico perseguidor de los cristianos, Maximino Daya, hasta el momento augusto de Oriente, y de acuerdo con Constantino cesó la persecución.

Vendrían entonces ya los momentos de tranquilidad para la Iglesia, sólo interrumpidos por el breve intento de restauración del paganismo por parte de Juliano el Apóstata (361-363), que no tuvo éxito ninguno. A partir sobre todo del 341, la Iglesia se convierte de perseguida en perseguidora, pues el hijo de Constantino, Constancio II, comenzó a promulgar leyes (muchas de ellas recogidas en el Código de Justiniano) que iban privando, poco a poco, de sus derechos religiosos y civiles a los paganos.

Para llegar a que el lector comprenda bien estos momentos la autora ha decidido comenzar la historia aguas arriba, en los turbulentos años en los que vivieron los padres de Constantino y nació éste, un período en el que era muy difícil que un emperador se mantuviera en el trono más de siete años y consiguiera morir de muerte natural.

El estilo de la autora, que escribe bien a mi parecer, es de notable claridad y precisión. La lectura se hace interesante y amena, a pesar de que ofrece abundantes datos históricos. Por ello me parece que está bien conseguida la exposición del transfondo histórico: los tiempos difíciles para Roma desde los inicios del siglo III hasta llegar a la “nueva edad de oro del Imperio con el invento de una nueva forma de gobierno: la tetrarquía: división entre Oriente y Occidente; dos emperadores (“augustos”) a la vez; cada uno de ellos con un “cesar”, que se fuera entrenando y actuando en el gobierno para cuando el augusto falleciera. Así el libro explica también la nueva organización de las provincias, del ejército y de las finanzas.

El libro aterriza pronto en Constantino y describe las ambiciones de éste que como legítimo “césar” de occidente se opone al usurpador Majencio. El lector asiste a la marcha sobre Roma de Constantino y a la batalla del Puente Milvio. Y aquí comienza lo que interesa más a un blog de cristianismo. La famosa aparición de Dios a Constantino, la orden de grabar el lábaro (monograma de Cristo: una suerte de cruz formada con las letras griegas mayúsculas X (ji) y P (ro)) en los escudos y la voz divina que le dice “Con este signo vencerás”. ¿Fue un sueño, una visión un fraude? Lo cierto es que la propaganda imperial logró presentar esta batalla como una “guerra justa de inspiración divina”…, lo que muchos creen hasta hoy día. El libro que comentamos lo discute con seriedad.

Luego viene una descripción de las circunstancias que llevaron a la decisión de alumbrar el Edicto de Milán y sus consecuencias para la Iglesia, como señalamos más arriba, más la descripción histórica de cómo Constantino liquida el legado político de Diocleciano, acabando con la “diarquía”, o gobierno de dos. Constantino queda como un único emperador que intentará que haya también un único Dios. Tiene razón la autora, en mi opinión, cuando señala que el Edicto y la búsqueda de la unidad de la Iglesia y de lo mejor del paganismo fue un producto de cálculo político; no fue generado por un amor hacia el cristianismo en sí.

Finalmente este volumen aborda en dos capítulos conclusivos dos temas importantes. El primero, que Pepa Castillo titula “Antes que cristiano” aborda la respuesta a la cuestión: ¿fue el resto de la actuación de Constantino la propia de un emperador movido por ideales cristianos? La respuesta es negativa, tanto por los crímenes de estado que perpetró contra sus más íntimos, mujer e hijo primogénito, como en su legislación, y en sus deseos presuntos de reforma. En realidad no lo fue tampoco, porque salvo el asunto de la división del Imperio en dos, Constantino no hizo otra cosa que poner en práctica las reformas, refinadas, de Diocleciano.

El último capítulo me parece de lo más interesante para los lectores de hoy: Elena, la madre del emperador, “de ramera a santa”. Se trata de un breve esbozo de la vida de esta mujer, nacida en Drépanum, hoy Herkes, en la actual Turquía, cerca del Mar Negro, en la antigua provincia de Bitinia, que paso de ser una joven posadera (stabularia) a amante de Constancio Cloro y que, al parecer, aunque desdeñada finalmente por su amante, estuvo siempre junto a su hijo en la sombra.

Este capítulo es muy interesante, y da para un comentario en sí, pues ilumina sobre el origen de la leyenda de la Vera Cruz, el asunto de las reliquias en general, las primeras visitas, luego peregrinaciones, a Tierra Santa, las excavaciones en el Gólgota, la conclusión de la Iglesia del Santo Sepulcro, que dura hasta hoy y de la pugna de los obispados del Oriente por alcanzar poderío. A mí me ha interesado especialmente la motivación política de Elena y Constantino al diseñar este viaje a Palestina. Muy iluminador sobre cómo se escribe la historia.

Mi opinión general sobre este libro es muy positiva, tanto en lo que ofrece sobre cómo lo ofrece. No tengo pegas, pues me parece que la autora maneja las fuentes antiguas a su disposición con gran sentido común y crítico. Y el resultado es interesante, aunque ciertas construcciones mentales se derrumben. Pero se iluminan otros aspectos de la Antigüedad tardía y de los primeros pasos del cristianismo verdaderamente triunfante. Habría que contrastar también esta visión –que no es discordante en absoluto, todo lo contrario, sino complementaria- con la que ofrece José Montserrat, en su obra El desafío cristiano. Las razones del perseguidor, Editorial Anaya & Mario Muchnik, que –opino- deber ser reeditada (quizá con alguna reelaboración), Madrid, 1992.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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