El apóstol Juan en los textos canónicos



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Juan en el grupo de los íntimos de Jesús (2)

Uno de los acontecimientos de la vida de Jesús, paradójico como todo el cristianismo, es el de la transfiguración (Mt 17,1-13 par.). En él se funden la solemne glorificación de Jesús con el augurio de sus sufrimientos y su muerte. El relato es común a los tres sinópticos, básicamente uniformes. Mateo y Marcos subrayan positivamente el detalle de que Jesús toma a Pedro, Santiago y Juan, se los llevó aparte, a solas, sobre un monte alto y apartado, y se transfiguró ante ellos.

El cuerpo de Jesús se tornó brillante, luminoso, resplandeciente como la nieve o la luz. Al lado de Jesús aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Lucas especifica que el tema de su conversación era precisamente la muerte de Jesús. Pedro se atrevió, una vez más, a hacer la exégesis del suceso, subrayando el placer que les producía la visión, algo así como un anticipo del cielo. Los cubrió una nube luminosa, de la que brotó una voz testimonial: “Éste es mi Hijo amado (Lc “elegido”), en quien me he complacido, escuchadle”. Los apóstoles testigos quedaron sobrecogidos hasta que Jesús los reanimó con su presencia normal y su palabra.

Bajaban del monte cuando Jesús les advirtió que no contaran a nadie la visión hasta que resucitara de entre los muertos. Era otro aspecto de la paradoja. El ser glorificado al que acababan de contemplar rodeado de gloria hablaba de que tenía que resucitar de entre los muertos, lo que quería decir que antes tendría que morir. Los tres cumplieron la orden aunque por el momento se preguntaban sobre el sentido de tan negros presagios. Pero la verdad textual es que el acontecimiento de la transfiguración está situado en el contexto de la primera predicción de la pasión (Mt 16,21 par.). Como si la visión tuviera la finalidad de compensar el eventual pesimismo y el desconcierto provocado por las predicciones de la pasión.

Otro momento de intimidad de los apóstoles preferidos tuvo lugar en el monte de los Olivos frente al templo. La vista magnífica de la fábrica del templo conmovió a los apóstoles que hicieron un comentario laudatorio. Jesús dejó un triste presagio en el sentido de que no había de quedar piedra sobre piedra. Se acercaron a Jesús aparte (kat’ idían) Pedro, Santiago Juan y Andrés. Así lo certifica Marcos cuando Mateo habla de unos discípulos sin determinar su identidad. Pero como ya notamos al referir la vida de Andrés, aquí son las dos parejas de hermanos, vecinos de Betsaida y compañeros de profesión, los que fueron los destinatarios de las confidencias del Maestro.

Una de las escenas más conmovedoras de los relatos de la vida de Jesús es sin duda ninguna la oración en Getsemaní. Atrás quedaban los detalles de la última cena y la larga sobremesa según el texto del cuarto evangelio. Pronunciados los himnos rituales de la cena de Pascua, salieron todos hacia el monte de los Olivos, y “llegaron a un lugar llamado Getsemaní” (Mt y Mc). Jesús dejó a los demás discípulos y tomó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo (Mt), Santiago y Juan (Mc). Los tres discípulos predilectos fueron así testigos de la angustia y la tristeza de Jesús. El paroxismo del momento llegó a cotas que explican según el texto de Lucas, médico de profesión, los sudores de sangre, que se deslizaban hasta la tierra.

Juan fue así, en el grupo de los tres predilectos, testigo de las debilidades de Jesús, cuya gloria habían contemplado en las cumbres del Tabor. Allí la glorificación había coincidido con las alusiones a su muerte. Ahora, en Getsemaní, la tristeza y la angustia eran totales, sin la más ligera lumbre de consuelo. Más aún, poco después se consumó la traición y el prendimiento. Marcos remata la narración del suceso afirmando que “abandonándole, huyeron todos” (Mc 14,50; Mt 26,56). Pero como hemos visto en el evangelio de Juan, Pedro y "otro discípulo" no le abandonaron del todo.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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