“¿Y si Dios tuviera pechos?” Cuando las mujeres eran sacerdotes (y II) (144-02)


Hoy escribe Antonio Piñero


Realmente me siento en una situación embarazosa al criticar este libro porque las conclusiones son correctas, independientemente de que se basen en premisas erróneas en mi opinión en cuanto a la interpretación del cristianismo primitivo. Ello hace la tarea de la crítica aún más difícil.

Me ha interesado el libro no por la parte que contiene de análisis del primitivo cristianismo (luego diré), sino sobre todo por los análisis históricos y antropológicos en torno a la organización familiar y la autoridad de las mujeres en el mundo antiguo;

· Por el análisis de las relaciones en la sociedad del siglo I y siguientes entre patrón y cliente; por la descripción del contraste entre las mujeres que se atrevían a aparecer en público y las virtudes que se les exigían por naturaleza (castidad, silencio y obediencia);

· Porque hay interesantes análisis del pensamiento de Aristóteles y de Platón);

· Por el estudio del concepto del “pudor” como propio de las féminas;

· Por la visión de conjunto, muy interesante en verdad, de cómo la Iglesia fue asimilando cada vez más las formas externas de las corporaciones políticas del mundo antiguo;

· Por la descripción sociológica del tema de “penetrar y ser penetrado” (sexualidad masculina como obligatoriamente agresiva y superior, y la femenina como subordinada y como un peligro), y finalmente,

· Por el estudio histórico, sobre todo de la teología de Tertuliano y de Agustín de Hipona, sobre las ideas en torno al pecado como una “enfermedad de transmisión sexual”.


Pero, realmente la parte más débil del libro es –en mi opinión- el estudio del cristianismo primitivo. Es cierto que están prácticamente todos los datos (son muy pocos) acerca de las iglesias de Corinto, Filipos y de Roma y la participación en ellas de las mujeres, sobre el vocabulario empleado, sobre los pasajes importantes del Nuevo Testamento (y de los del Génesis del Antiguo Testamento). Pero no hay información sobre la teología de los Apócrifos y pseudoepígrafos del mismo Antiguo Testamento y sobre de las ideas de esenios y su rama de Qumrán.

Pero es igualmente cierto, me parece, que la autora da por verdadero sin ulterior investigación el punto de vista de las autoras de teología feminista de los años 70 del siglo pasado, sobre todo el de Elisabeth Schüssler-Fiorenza, In Memory of Her: A Feminist Reconstruction of Christian Origins (sé que hay versión española: “En memoria de ella. Reconstrucción feminista de los orígenes del cristianismo”, o algo parecido; sólo conozco la versión inglesa)…, que ha constituido –como he dicho más de una vez- un mito formidable del siglo XX. Pero ¡un mito!

¿Cómo puede decirse literalmente que “Jesús trataba a las mujeres como iguales”? He defendido -en Jesús y las mujeres- con argumentos y análisis de textos que el Jesús histórico trataba a las mujeres al igual que a los hombres, con exquisito respeto (por cierto como otros rabinos), pero que para afirmar lo que está entre comillas arriba hubiera hecho falta una declaración expresa de Jesús de que en las familias del Reino futuros las mujeres tenían una igualdad jurídica con los varones. Eso es tratar a las mujeres como iguales, no el simple ser amable. Esa declaración está ausente de la doctrina de Jesús. Por no decir del conjunto exclusivamente masculino de los Doce… y al parecer de su enorme importancia durante el ministerio de Jesús. Y por no decir que el en Evangelio de Lucas, tan respetuosos por las féminas, están éstas siempre en una posición secundaria, reflejando lo que era la época y que Jesús no contradecía.

¿Cómo puede decirse que en el grupo de “discípulos de Jesús reunido especialmente para llevar su mensaje al mundo (sic) destacaban las mujeres, María Magdalena, María de Betania y María? La autora es aquí obscura (¿habla de antes o de después de la resurrección?) Pienso que de antes de la resurrección de Jesús. Pues bien, los pasajes pertinentes son casi inexistentes (en el caso de María Magdalena Lc 8,2-3 ¡es el único!):

Lc 8,1-2: “Con Él (iban) los doce, y (también) algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios”

Lc 10,39 Y ella tenía una hermana que se llamaba María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Mc 4,33-35: “Como respuesta les dijo ‘El, dijo: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en círculo, a su alrededor, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y hermana y madre.


Ni son estrictamente discípulas, ni destacan nada más que en apoyar y dar dinero, función importante pero muy secundaria desde la perspectiva del Reino de Dios, ni antes de la resurrección se llevó el mensaje de Jesús “al mundo” (porque después de la resurrección, ¿qué sabemos de María de Betania?).

Es cierto que durante la vida de Pablo las mujeres fueron evangelistas, apóstoles, profetisas, presidentes y patronas de comunidades. Pero la iglesia paulina, como entidad carismática y profética, no duró apenas nada después de la muerte del maestro, si es que hemos de hacer caso a las Epístolas Pastorales (años 80-90 del siglo I), que son muy duras con las mujeres.

Es cierto que hay rastros de comunidades de tono místico-profético-semignóstico en el cristianismo primitivo, como la que pudo estar detrás del autor(es) del Evangelio de Juan, donde ciertamente María de Magdala desempeña un función extraordinaria… ¡tras la resurrección de Jesús! (¿Por qué antes no cuenta nada de importancia?) Y también es cierto que las funciones y significación de las mujeres en las comunidades gnósticas del siglo II y posteriores (Evangelio de María; Diálogo del Salvador; Sabiduría de Jesucristo; Pistis Sofía), de lo que se ha escrito muchísimo, eran importantes. Pero nada de eso puede predicarse de la Gran Iglesia y menos del Jesús histórico.

Es cierto que las comunidades “montanistas” (siglo II: grupos de cristianos ascetas y puristas fundados por Montano, un cristiano de Asia Menor, que luego apareció por Roma) donde las mujeres eran ante todo profetas, fueron muy pronto declaradas heréticas por la Gran Iglesia, e igualmente cierto lo que hemos descrito en el resumen de la obra en la postal de ayer acerca del predominio de lo masculino en el grupo mayoritario de cristianos de finales del siglo I y plenamente desde el III. Pero, ¿es que podía esperarse otra cosa de una institución, la Gan Iglesia, que se había preparado concienzudamente para ser una sociedad de larga duración bien establecida en el mundo una vez que se pensó que la parusía vendría al cabo muchísimo tiempo, una parusía dilatada ad calendas graecas?

Es evidente que la Iglesia caminaba entonces a la par que las ideas sociales y filosóficas de la época que no son otras que las descritas por la autora. Pero ésta se olvida de insistir en dos cosas:

En Pablo mismo no hay verdadera igualdad de las mujeres a pesar del famoso texto de

Gál 3,28: “ No hay aquí judío, ni griego; no hay siervo, ni libre; no hay macho, ni hembra: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.


Piénsese en sus disposiciones sobre el velo de las mujeres como señal de sumisión ante los varones y los ángeles [1 Cor 11,10], y en el carácter secundario de la creación de la mujer [Pablo olvida totalmente Gn 1,27 y aplica sólo el largo pasaje de Gn 2], y que

• En las duras prescripciones de las Pastorales y otras cartas de la Escuela paulina la igualdad de la mujer, aun teóricamente, brilla por su ausencia. Así, y sólo es una muestra,

- Colosenses 3,18: "Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor",

- Efesios 5,21-23: "Las mujeres sean sumisas a sus maridos... porque el marido es cabeza de la mujer",

- Tito 2,4: "Las jóvenes... sean sumisas a sus maridos, para que no sea injuriada la palabra de Dios",

- 1 Pedro 3,1: "Vosotras, mujeres, sed sumisas a vuestros maridos para que, si incluso algunos no creen en la Palabra, sean ganados no por las palabras, sino por la conducta de sus mujeres".


No puede decirse que la iglesia primitiva (de los años 80-90) fuera igualitaria.

Líbreme el cielo de que la gente piense que soy un reaccionario antifeminista por lo que estoy sosteniendo. He dicho que estoy de acuerdo con las conclusiones de la Dra. Toresen, aunque no con sus premisas. El cristianismo podría tener gérmenes de igualitarismo -tanto en comportamientos ciertamente humanitarios de Jesús como en su doctrina (Gálatas 3,28), aptos para desarrollar con el paso de los siglos (en el siglo XX sobre todo; es decir también a la par de los tiempos) un humanismo y unas doctrinas igualitarias que otras religiones, como el islam, aún no han desarrollado…, pero lo único que digo es que éstas no son originarias de Jesús ni de las comunidades más primitivas, que utilizaron a las mujeres como “jefas” porque las iglesias primeras eran meramente domésticas y se regían por normas muy elementales, domésticas.

Pero cuando tales comunidades domésticas se hicieron entidades mayores, como otras del mundo grecorromano, se acabó la pretendida igualdad. Los varones coparon los puestos de poder y la Iglesia estuvo a la par que las instituciones paganas.

Por último: una “pega” del libro que sucede también con otros de tema grecorromano: los traductores de libros religiosos (y más los que provienen de Clásicas y de Seminarios) deben tomarse la molestia de ir a las bibliotecas y consultar las versiones serias españolas del Nuevo Testamento y de otros textos que se citan (tanto de autores paganos como cristianos). Pongo sólo un ejemplo del error de J. Valiente Malla (excelente traductor en otros conceptos): la autora del libro cita, en la p. 85, 1 Timoteo 3,2-5: en ese texto se exige al obispo que se “haya casado sólo una vez” = “marido de una sola mujer”, es decir, la Iglesia de 1 Timoteo se muestra contraria a segundas nupcias, aun legales, para los cargos eclesiásticos. Valiente Malla traduce: “Que (el obispo) sea fiel a su mujer”! ¡No ha consultado una buena traducción! Lo mismo digo de las versiones de la Didaché, de la Didascalía, de la Tradición Apostólica... El traductor incluso podría haber visto el griego. Me consta que los sabe, y se ha permitido la posibilidad de cometer un error de bulto.

En síntesis: aprovechen del libro lo bueno que dije al principio.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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