Jesús el Galileo, de Senén Vidal (II) (148-02)




Hoy escribe Antonio Piñero


Explicamos hoy la primera parte del libro de Senén Vidal cuya estructura general describimos en la nota de ayer, parte que trata de la misión de Jesús bajo la égida o protectorado de Juan Bautista. Para muchos cristianos, la perspectiva de un Jesús que pasó un cierto tiempo, amplio, de meses probablemente, con Juan Bautista sigue siendo bastante sorprendente. Pero la historicidad de este hecho parece indudable porque está testificada unánimemente por toda la tradición evangélica antigua. Además la iglesia posterior nunca se sintió cómoda con algunas consecuencias, sobre todo el bautismo de Jesús por parte de Juan Bautista, pues los lectores podrían obtener de ello ideas equivoicadas sobre la naturaleza de j y de su misión, por lo que intentó por todos los medios que esta etapa quedara difuminada, o resultara acomodada y en algunos casos, camuflada cuando la leyeran los cristianos. Es bien sabido el caso de la inversión "maestro-discípulo" (sea como se explique) que pasa a "precursor - persona de rango superior".


S. Vidal acepta que el origen de Juan Bautista es oscuro, pero que su predicación y actuación se explica bien si de alguno modo se lo relaciona con la secta esenia, y en concreto con la teología de Qumrán. Como profeta, Juan experimentó la crisis del Israel del siglo I de amplio espectro: crisis política y de identidad nacional: Israel bajo el dominio de una potencia extranjera y pagana; crisis religiosa: imposibilidad de cumplir totalmente la ley de Dios en esas circunstancias y crisis económica: opresión del pueblo por la depredación avariciosa e institucionalizada de los poderosos y ricos, tanto connacionales como extranjeros.

Juan Bautista ofrecía a las gentes que oían su predicación una salida a esta crisis múltiple que conducía al pueblo judío a una situación de total fracaso, hacie el camino de la perdición definitiva. Todo Israel estaba contaminado por el pecado y de nada valía declararse nominalmente hijo de Abrahán, ya que la alianza con Yahvé estaba anulada de hecho.

Al parecer Juan Bautista distinguía dos momentos básicos de reforma del pueblo. El primero, el presente de su misión profética, tenía el carácter fundamental de preparación de la etapa decisiva del futuro (segundo momneto) y estaba localizado fuera del territorio de Israel, en el desierto, como en los inicios del pueblo –según la tradición bíblica- antes de ingresar en la tierra prometida. El pueblo debía comenzar de nuevo su marcha arrepentida hacia Dios.

El Bautista simbolizaba este nuevo comienzo con dos grandes símbolos:

a) El sitio en donde él predicaba, el desierto, en la cuenca oriental del Jordán, lejos de la sociedad contaminada, sobre todo de las ciudades, era el "lugar" del pueblo de Israel primitivo: peregrino hacia la heredad que Dios le iba a entregar.

b) El segundo signo era el bautismo en las aguas del Jordán. Ésta simbolizaba la conversión con el arrepentimiento de los pecados, el perdón divino y el nuevo ingreso de Israel, ya purificado, en la tierra prometida.

El segundo momento acontecería ya dentro del territorio sagrado de Israel en un futuro muy cercano. Juan Bautista no pensaba en un final del mundo tal como nos lo imaginaríamos hoy, sino en una transformación real en los aspectos sociales, políticos, económicos y religiosos de la tierra y del pueblo de Dios. El Bautista anunciaba la presencia salvadora de Yahvé para su pueblo.

Pero el realizador de esa transformación no sería él mismo, el profeta anunciador, sino otro. Los evangelios no dicen claramente quién era, sino sólo que Juan Bautista pensaba que era “uno mayor que él”, es decir Dios mismo o un delegado suyo, semiceleste o celeste, o bien un humano con espacialísima ayuda divina. Sólo la tradición cristiana verá posteriormente en este personaje “mayor” a Jesús.

Este proceso de transformación de la tierra y gentes de Israel tendría dos fases:

a) La primera sería un “gran juicio” purificador de Dios, el gran día de la “ira de Yahvé”: los malvados del pueblo (y se supone, de las naciones) serían aniquilados como la paja por el fuego o el árbol malo por el hacha.

b) En la segunda fase surgiría la época de la gran paz, la plenitud de vida espiritual y material para Israel, en este mundo de acá abajo, sólo que purificado y transformado. En esa tierra se cumpliría un “bautismo por el Espíritu santo”, es decir la actuación plena de la potencia transformadora de Dios, que llevaría a la plenitud de la vida humana.

Este proyecto fue asumido por Jesús en un primer momento. Lo pone de manifiesto su aceptación del bautismo de manos de Juan, hecho que sería inexplicable en el caso de que Jesús tuviera ya un proyecto independiente. Las tentaciones en el desierto –según S. Vidal- son el reflejo de que Jesús acompañó a Juan en el desierto durante un cierto tiempo (de si tuvo allí Jesús una experiencia vocacional no habla S. Vidal...; más bien se mantiene escéptico al respecto).

El Nazareno aceptó, pues, dos signos fundamentales de la misión de Juan: el bautismo y el del desierto. Ello significa que Jesús asumía la concepción de Juan Bautista sobre el estado de perdición de Israel. De hecho Jesús participó de esta concepción radical durante toda su vida, aunque con matices: dentro de una perspectiva que insistía más en el acontecimiento salvífico del reino de Dios. Del mismo modo Jesús demostró que compartía también la esperanza del Bautista sobre Israel, a saber de una futura regeneración del pueblo. Tal esperanza permaneció también en cuanto a su estructura básica en el segundo proyecto de Jesús, su misión independiente.

Continuaremos en la próxima nota con la síntesis del pensamiento de S. Vidal.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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