La misión final de Jesús (IV) (148-04)

Hoy escribe Antonio Piñero


Según S. Vidal, el origen de la etapa final de la misión de Jesús fue precisamente la crisis provocada por el rechazo de su misión galilea. La situación aparentemente desesperanzadora del fracaso en aquella región llevó a Jesús al convencimiento de que ello era la señal de que Dios apresuraba la etapa definitiva de la renovación del pueblo entero de Israel. En vez de ser una ola desde Galilea que inundaría también a Jerusalén, el reino de Dios comenzaría en la capital y desde allí se extendería más rápidamente por toda la tierra sagrada. Pero esta etapa estaba sujeta también a dos posibilidades antagónicas. Su realización dependía de la acogida o no del pueblo y las autoridades.

A. Si la acogida era positiva, sobre todo por parte de las autoridades, tendría lugar la instauración definitiva del reino mesiánico en Israel, antesala inmediata del reino de Dios.

Aquí debe aclararse que Jesús pensaba ser el mesías de Israel queda claro a través de todo el relato de la muerte de éste. Toda la tradición evangélica señala que el Nazareno fue condenado y ejecutado como pretendiente mesiánico regio. Y todo parece indicar que esto es fiel reflejo de la realidad histórica. Las autoridades judías y romanas apresaron, acusaron, condenaron y ejecutaron a Jesús como pretendiente mesiánico real. Si no fuera así -es decir, si sólo fue condenado por blasfemia, por ejemplo- quedaría sin aclarar históricamente el hecho de su muerte en cruz.

B. La causa inmediata de la condena debe buscarse en el rechazo y repudio por parte de las autoridades de los signos proféticos realizados por Jesús a su llegada a Jerusalén: su entrada triunfal y su acción en el Templo.

1. El primer signo fue determinante: a pesar de que Jesús escogiera una escenificación de rey pacífico, lejos de la imagen del mesías rey guerrero y majestuoso, no dejaba de presentarse como el rey de Israel.

2. El segundo signo fue como el remate del primero: la purificación de un Templo contaminado, el anuncio de su pronta destrucción y el de la construcción de otro santuario puro, apropiado par la edad mesiánica. La base de estas acciones tan provocadoras fue la creencia en la instauración por parte de Dios del reino mesiánico, dentro del cual se renovaría el pueblo y sus instituciones, representadas por el Templo.

Estos signos no fueron improvisados. Jesús debió de meditarlos largamente antes. Fueron proyectados con anterioridad. Su trama preparatoria comienza al irse descubriendo el fracaso de su misión en Galilea. Eso es lo que significa una amplia y variada tradición evangélica, cuyo núcleo encaja perfectamente en el contexto de un reino mesiánico en todo Israel y especialmente en Jerusalén, cuya escenificación primera fueron los dos signos mencionados.

(Un paréntesis: lo que describe S. Vidal es el mismo planteamiento de la película “El discípulo”; ésta añade sólo –de acuerdo con Brandon y otros muchos- que los discípulos de Jesús iban armados a purificar el Templo, cosa bastante verosímil, como creo haber puesto de relieve en un ensayo de cerca de cien páginas y que es una mera historia de la investigación, que acompaña el guión novelizado del film).

Dada su experiencia de fracaso en Galilea, parece poco probable que Jesús no hubiera contado con otro posible fracaso en Jerusalén. Debió de pensar incluso en la posibilidad de su propia muerte violenta, debido a que la instauración del reino de Dios modificaba el estatus quo de las autoridades judías y romanas en Israel. Lo que al principio era sólo una posibilidad se convirtió pronto en certeza: sus signos proféticos en Jerusalén provocaron el rechazo de las dos autoridades.

Surgió entonces en el espíritu de Jesús la idea de que la voluntad de Dios deseaba integrar también en el proyecto del reino de Dios esa muerte violenta suya. Y así lo expresó en la interpretación que dio a su futura pero inmediata muerte en la Última Cena. Jesús pensó que el asesinato del agente mesiánico, su propia muerte, habría de convertirse paradójicamente en el nuevo y misterioso camino para la instauración definitiva del reino de Dios. Representaba así la acción suprema de Dios, actuada por su agente mesiánico, para la liberación del pueblo rebelde. Su muerte era expiatoria como las de los mártires anteriores de Israel. Eliminaba los pecados de modo que la libre actuación de Dios podía manifestarse libremente. Gracias a su muerte podría celebrarse el banquete mesiánico en el futuro definitivo del reino de Dios.

La muerte de Jesús fue salvadora porque en ella se concentraba y culminaba toda su actividad al servicio del reino de Dios. Pero su realización plena implicaba necesariamente la resurrección del agente mesiánico. Esta esperanza está en la base de su anuncio de que él bebería de nuevo el vino del banquete mesiánico en el futuro
Reino.

Este último y definitivo proyecto de Jesús fue el mapa de la esperanza del cristianismo que nació después de su muerte. El cristianismo no hizo más que desarrollar consecuentemente el último proyecto de Jesús. La resurrección de éste fue entendida por los seguidores de Jesús como una confirmación de su proyecto por parte de Dios: Éste había exaltado a su diestra como soberano mesiánico definitivo al que había sido crucificado.

Eso significaba que se había inaugurado ya la época mesiánica. Mas, por otra parte, era evidente que aún no habían acontecido los signos divinos, magníficos, que se esperaban para esa época mesiánica. Aún continuaba la situación de calamidad y de opresión.

El cristianismo naciente superó esa aparente contradicción distinguiendo dos fases, a su vez, en la época mesiánica:

a) La fase actual de esa historia era realmente mesiánica porque el mesías estaba ya entronizado en el ámbito de Dios, y su presencia salvadora se expresaba en la vida del pueblo mesiánico. Pero no era aún la etapa definitiva, es decir el reino de Dios esplendoroso.

b) Éste se inauguraría tan sólo con la futura parusía, venida y aparición, del soberano mesiánico en la tierra. Sólo entonces habría de manifestarse plenamente la potencia transformadora del acontecimiento del reino mesiánico y del consecuente reino de Dios con respecto a esta creación y esta historia.

Senén Vidal concluye su estudio con la afirmación de que

“Por ello, la realización plena de la liberación seguía siendo en el mapa pascual cristiano un asunto de esperanza, al igual que lo había sido en los diversos proyectos de la misión de Jesús” (p. 243).


En la próxima nota haremos una valoración de conjunto de esta interpretación interesante de conjunto de la figura y misión de Jesús.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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