Síntesis final de “Pablo, un hombre de dos mundos” (V) (150-05)


Hoy escribe Antonio Piñero


Llegamos al final de nuestro comentario sobre el libro de C. J. Heyer, publicado por El Almendro en 2003 y sintetizamos lo que creemos que son ideas válidas del autor en su visión global de la figura y pensamiento de Pablo.

Ante todo Pablo fue un judío muy judío, pero profundamente marcado por su cultura básica helenística. Fue un hombre de dos mundos: el judío y el grecorromano (no hay que suponerle, por tanto, influencias importantes del pensamiento egipcio o del la india lejana, budismo, etc.).

Pablo esperaba la pronta destrucción de este mundo pecador. Su pensamiento estaba muy influido por la teología de los grupos judíos que llamamos apocalípticos. (A propósito, el modo de estudiar el pensamiento de estos grupos: aparte de escritos más bien tardíos del Antiguo Testamento como Malaquías, Daniel Is 26-29, etc., sobre todo a base de los Apócrifos del Antiguo Testamento y de los mss. de Qumrán).

Tuvo una revelación (a las puertas de) Damasco cuyo contenido esencial fue que Jesús, el que había sufrido la muerte maldita de la crucifixión, había sido resucitado por Dios. Esto era el preludio de la era y la realidad mesiánica. El sentido del sacrificio de Jesús le fue revelado también, y Pablo lo interpretó de una manera compleja y rica: como salvación del pecado, renovación del hombre y del cosmos, filiación divina, libertad, amor, paz, justicia, camino a seguir y ejemplo a imitar.

La doctrina de Pablo se fue desarrollando poco a poco y gracias al impulso del contexto en el que vivió. No hay en sus cartas ningún tratado sistemático ni nos ha dejado ningún resumen de su pensamiento esencial. A pesar de ser (probablemente) un fariseo, desde su juventud debió de acostumbrarse a pensar no sólo a base de sublimes ideas abstractas, sino también con un gran sentido práctico. Intentó dar soluciones a problemas que nunca antes se habían planteado en el judaísmo que él estaba interpretando a luz de lo ocurrido con Jesús.

Pero las soluciones prácticas de Pablo van mezcladas con grandes dosis de sentimiento que pueden obscurecerlas. Significa que el Apóstol se tomaba a pecho los altibajos de sus comunidades, y que intentaba orientarlas, pero esas emociones que acompañan a sus ideas deben ser tenidas en cuenta y a la vez deben ser filtradas.

Estuvo persuadido Pablo de que su misión de predicar el evangelio al mundo gentil era una consecuencia de su visión en Damasco. Pensó que al final de los tiempos Dios hacía pesar más en la balanza de su justicia la “Promesa a Abrahán” -que contemplaba una salvación universal (Gn 12,3)- que la estricta teología del “Pacto sólo con Israel” como pueblo elegido. Pero –según Pablo- los que se acogieran a la fe en Jesús como mesías no formaban una religión nueva, sino el verdadero Israel de los últimos tiempos. A pesar de su apostolado gentil, siempre intentó Pablo persuadir a sus connacionales judíos de la necesidad de la fe en Jesús como Cristo o mesías.

No conoció Pablo a Jesús personalmente, sino por una visión. Y a partir de este momento esperó ardientemente la llegada de ese Jesús de nuevo. Pablo expresó su vínculo con Jesús de diversas maneras en sus cartas. A veces deseaba morir para estar ya con Jesús; en otras ocasiones tenía Pablo la seguridad de que su unión con Cristo era tan intensa que no necesitaba anhelar el futuro. Hay en Pablo una “mística de Cristo”, expresada por la frase “estar o actuar en Cristo”.

Heyer da la impresión de que no cree en la divinidad real de Jesús: basta con leer su exégesis del himno a Cristo de Filipenses 2,6ss en pp. 196-202, en la que dice que Jesús era un mero ser humano, pero muy especial y que sus discípulos conservaron el recuerdo de que se sentía muy cerca de Dios. Y para expresarlo el autor del himno, un cristiano viejo anterior a Pablo recurrió a la imagen del Génesis: Jesús era un hombre según el corazón de Dios, no un hombre meramente terrestre sino como Dios quiso que fuera el ser humano al principio de la creación, en su condición divina” como imagen de Dios.

Creo que aquí se equivoca Heyer al ponderar así el pensamiento de Pablo en su conjunto respecto a Jesús: parece muy difícil concebir un sacrificio (la cruz) que aplaque verdaderamente a la divinidad si la víctima (Jesús) no es de algún modo divina. Segundo: la mística de la unión con Cristo (“en Cristo”), y la interpretación de la ingestión del pan y del vino en la Eucaristía, según Pablo, no se explican bien si el Apóstol no concebía que Jesús era el Hijo de Dios de verdad, divino…; no simplemente “divino” porque fue el único en verdad creado a “imagen de Dios”, como Éste quería. Me parece ésta una exégesis desesperada.

Pablo vivía en la frontera de mundos diferentes. Su mente polifacética y su creatividad le facilitaban el situarse en el mundo de las ideas de sus lectores, de modo que trataba de hablar su lenguaje. El resultado de este esfuerzo era que el Pablo apocalíptico podía expresarse con términos e imágenes propios de un gnóstico. De ahí se explica la mezcla de apocalipticismo y gnosticismo temprano que hay en sus ideas.

Añadiría: hay un deseo positivo en Pablo de presentar su mensaje sobre Jesús con el ropaje de las religiones de misterios helenísticas: Jesús era el verdadero salvador y ofrecía una salvación mejor, más fácil y más barata de conseguir que la ofrecida en las iniciaciones de las religiones de misterio.

Su conversión de perseguidor de los que creían en Jesús a anunciador o proclamador de éste incluso entre los gentiles le llevó a preguntarse qué significaba la ley de Moisés para su empeño de atraerlos a Cristo. Aunque íntimamente podía estar de acuerdo Pablo en que la Ley debía imperar tanto entre los judíos como entre los seguidores de Jesús y los gentiles, la urgencia de la conversión de éstos le llevó, incluso, contrariando su deseo más íntimo, a negar el valor absoluto de la Ley. La circuncisión, la observancia del sábado y las normas de la pureza eran un estorbo para la aceptación de Jesús por parte de los gentiles, por lo que se vio obligado a relativizar su valor.

De este modo, aunque su deseo era que judíos y creyentes en Jesús fueran uno, una sola comunidad, en la práctica los dos grupos se separaron definitivamente por “culpa” del Apóstol. Pablo nunca lo deseó y expresó su confianza de que en el futuro todos Israel sería creyente en Cristo. Por ello, estrictamente, nunca declaró totalmente abolida la Ley y pensó que la comunidad de creyentes en Cristo nunca habría sido viable sin haber sido injertada, como rama de oleastro, en el olivo verdadero que era Israel.

Como las cartas de Pablo tuvieron la condición de documentos condicionados por el tiempo y el lugar en el que se compusieron, sus discípulos, al caer en la cuenta de su valor limitado, complementaron los escritos del maestro en varias direcciones. Es decir, compusieron nuevas cartas en nombre de Pablo.

Los autores de las Pastorales se apoyaron en Pablo para fundar unas estructuras que ayudaran a la iglesia a mantenerse unida y bien organizada en este mundo. El autor de 2 Tesalonicense trató de corregir la creencia en un fin inmediato del mundo, relativizando esta concepción apocalíptica y alejándola hacia un futuro no inmediato. Los autores de Colosenses y Efesios complementaron la cristología y el sentido de la iglesia en el universo que no había tocado a fondo el maestro Pablo.

Como el Apóstol no escribió sino cartas contextuales, ello obliga a plantearse la cuestión de la validez de su pensamiento para la época presente. Pablo no escribió para personas que iban a vivir 2.000 años más tarde. Por ello parte de sus cartas e ideas no tienen valor para hoy. Ha dejado de existir el Imperio romano; el pensamiento griego del helenismo es cosa remota; el judaísmo y el cristianismo se han consolidado como entidades muy distintas y separadas que han seguido caminos muy diferentes. La visión apocalíptica de los seres humanos y del mundo no inspira a casi nadie hoy día, en donde imperan nociones muy distintas a las de Pablo acerca de las relaciones personales, de la familia, de la sociedad, del matrimonio, de la situación de la mujer y del estado, etc.

De todos modos, el libro de Heyer termina con una suerte de ditirambo que –creo- puede atraer a creyentes y no creyentes hacia el estudio de Pablo. “Lo extraño, sin embargo, es que la voz de Pablo sigue fascinando”…, escribe en la p. 311.

Fue un hombre, cuyas ideas podían inclinarle hacia el pesimismo, pero se mantuvo optimista. Se esforzó por lograr la unidad entre judíos y gentiles, personas de tan diferente transfondo. Al estar seguro de haber visto al Jesús resucitado estuvo convencido que desde el momento de la resurrección de éste

“la vida y no la muerte tendría la última palabra, de que no iba a triunfar el pecado, sino el amor y la gracia de Dios, que la enemistad y el odio no seguirían dando el tono, sino que al final se impondría la paz y la reconciliación. Todo el que valore estos ideales afirmará que esto tiene que ocurrir pronto. No podemos acusar a Pablo de haberse equivocado en esto. Por encima de todo su estilo de vida y sus ideas todavía merecen ser tenidas en cuenta” (p. 312).


Creo que ideas semejantes inspiraron a Teilhard de Chardin.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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