Sobre el Prólogo y la Conclusión a “Los cuatro evangelios”, de Santiago Guijarro (II) 151-02



Hoy escribe Antonio Piñero


Sobre el “Prólogo” y la “Conclusión”:

Voy a adelantar como base a mi comentario sobre la obra de Santiago Guijarro que desde mi punto de vista -que intenta por todos los medios ser objetivo y atenerse a las normas, a veces no escritas, de lo que es un estudio histórico-, el Prólogo del libro me parece que apunta a una intención loable, pero que tal intención es ya más bien irénica (en el sentido de difuminadora de contrastes y diferencias) y concordista.

Está bien señalar que la disociación que en ocasiones se establece entre unos y otro evangelios (Sinópticos/Juan), por lo cual se tratan por separado “no tiene en cuenta la importancia de los rasgos y elementos que poseen en común” (por ejemplo, incluyen la tradición sobre Jesús en un relato de carácter biográfico que concluye con un extenso relato de la pasión; o que Marcos y Juan tienen una actitud muy parecida hacia las palabras de Jesús, pues ambos insisten de diversas formas en la necesidad de interpretarlas)…, pero no me resulta evidente que se trate simplemente de dos formas distintas de conservar y transmitir la memoria de Jesús” (p. 11). Así dicho me parece impreciso.

Creo que hay una enorme diferencia entre “Marcos”, que interpreta a Jesús ciertamente y a veces modifica sus palabras, pero de cuya obra logramos extraer la mayoría de los datos que tenemos sobre el Jesús de la historia, y “Juan”, de cuya obra extraemos algunos datos externos, históricos, sobre Jesús, pero casi ninguno de sus discursos y diálogos.

El primero, Marcos, conserva, transmite y a veces recrea, interpreta y añade; el segundo, Juan, apenas si conserva o transmite en la mayoría de los casos (en las escenas ideales, por ejemplo, al pie de la cruz; la conversación con Nicodemo y con la samaritana; la aparición de Jesús a María Magdalena), sino que recrea pura y simplemente palabras y situaciones para expresar lo que cree que era la identidad profunda y el pensamiento de Jesús.

Para mí el peligro que ha sufrido, sobre todo hasta el siglo XIX, el pueblo cristiano –respecto a la valoración histórica de los Evangelios- ha consistido en que, al tener el Evangelio de Juan una estructura biográfica semi similar a la de los Sinópticos, y un relato de la pasión bastante parecido, no ha caído en la cuenta, en su inmensa mayoría, de que la presunta transmisión de la "memoria" de Jesús por parte de Juan podría calificarse como “apócrifa” si se compara a fondo ya con la de Marcos. Y si “apócrifo” es un término muy duro (la expresión no la he inventado yo), habría que decir “totalmente otra” e “incompatible”. Sobre este tema debemos volver cuando tratemos de la cristología expresada en los Evangelios.

Y si algún lector cree que exagero, que pregunte a un cristiano normal de hoy día a ver si percibe las inmensas diferencias y contradicciones que hay entre las dos imágenes de Jesús –las de Marcos y Juan- comenzando por su identidad sustancial… Para Marcos, Jesús es un hombre normal que es “hijo de Dios” por adopción en el bautismo, acción divina complementada por la resurrección”… para Marcos no hay encarnación ni posibilidad de Trinidad alguna; y para Juan Jesús, es el Hijo de Dios desde toda la eternidad, preexistente, el Logos, la base para ser interpretada más tarde como una segunda persona de la Trinidad, y sí hay encarnación.

Seguro que ese cristiano normal hasta se extrañará de la pregunta sobre las diferencias, a veces extremas, entre los evangelistas. Para él los dos evangelios, Marcos y Juan, son simplemente complementarios. O quizás ni siquiera caiga en la cuenta de esa complementariedad. Los verá quizá “un poquito distintos” sin más.

Y empalmando con lo que decía en la nota de ayer, hacia el final: esta perspectiva del “Prólogo” del libro de Guijarro casa muy bien con la de la “Conclusión” o epílogo acerca del “misterio de la identidad de Jesús”, un misterio que está “más allá de las concepciones de los evangelistas” y “más allá de todos los caminos”… Creo que la interpretación de los datos textuales evangélicos se ve condicionada por la teología previa que estas frases expresan.

Probablemente, sin embargo, esta postura no sea criticable, ya que el libro pretende ser no sólo un estudio histórico, sino una introducción confesional a unos textos de la antigüedad, los evangelios, que se aceptan como testimonios de fe. Yo lo admito. Pero los términos deberían estar más claros, porque el lector sencillo se cree que lo que le ofrece el autor de esta introducción a los Evangelios es pura historia.

La radical novedad, la inventiva teológica, de Juan queda dulcificada basándose, pues, en una cierta concordancia entre los evangelistas, concordancia real, pero en la que no se destacan cuando se hace un resumen conclusivo en el libro. El “Prólogo” (¡que se escribe al final, incluso después de la conclusión!, por tanto es en cierto modo conclusivo) no destaca debidamente las radicales novedades johánicas que impiden considerar al Cuarto Evangelio como histórico en su conjunto. Y si este evangelio se aleja radicalmente del Jesús de la historia, como admitiría el mismo Guijarro, ¿de qué me vale ponderar su excelsa teología? En el trasfondo estoy diciendo sin decirlo que esa teología carece de base histórica fidedigna. Este es un problema sustancial que debe abordarse con absoluta nitidez.

Sin embargo, otras perspectivas del libro me parecen interesantes y algunas novedosas.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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