Las “viudas” como institución (164- 16)

Hoy escribe Antonio Piñero


Preguntábamos: ¿de dónde se obtenía el dinero para pagar las prestaciones a diáconos, presbíteros y para las ayudas sociales?


Para una época unos cien años posterior a la que estamos considerando, Tertuliano (hacia el 210) nos informa del cómo…, y podemos suponer que cien años antes existía algo parecido, pues el sistema era ya usual en el judaísmo del que procedían en último término los cristianos. Éstos, una vez al mes, daban lo que podían de sus emolumentos o salarios al tesoro de la Iglesia:


“No hay compra ni venta de ningún tipo en las cosas de Dios. Aunque tenemos nuestra caja, no está hecha de dinero obtenido de las ventas como una religión que tiene su precio. En un día del mes, si se desea, cada uno aporta una pequeña donación; pero sólo si así lo quiere, y si puede; puesto que no hay obligación alguna; todo es voluntario. Estos dones son por así decirlo los fondos de la piedad” (Apologético, 39).



Y sabían que estos dineros se gastarían adecuadamente:


“Los fondos de las donaciones no se sacan de las iglesias y se gastan en banquetes, borracheras y comilonas, sino que van destinados a apoyar y enterrar a la gente pobre, a proveer las necesidades de niños y niñas que no tienen padres ni medios, y de ancianos confinados en sus casas, al igual que los que han sufrido un naufragio; y si sucede que hay alguno en las minas, o exilado en alguna isla, o encerrado en prisión por sólo la fidelidad a la causa de la iglesia de Dios, son como infantes cuidados por los de su misma fe (Apologético, 39)”.

“Es nuestra preocupación por el desposeído, nuestra práctica de amorosos cuidados, lo que nos marca ante los ojos de nuestros adversarios. “¡Mira tan sólo! -dicen -, ¡Mira cómo se aman!” (Apologético, 39).


En segundo lugar, según el pasaje de 1 Timoteo que comentamos en la nota anterior, parece que se hacía un “catálogo” (v. 9) de viudas, también de vida irreprochable, para el cumplimiento de ciertas obligaciones hacia la comunidad, como orar por ella (v. 5), enseñar la virtud a las jóvenes (deducido no de este pasaje, sino de la Epístola a Tito, 2,3-5:

“Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.”) y practicar las visitas domésticas (deducido de la crítica a las “malas” viudas en v. 13).


Las viudas jóvenes, al no haber cumplido, por supuesto, 60 años, deben casarse de nuevo (aunque lo consigan es un mal menor, porque el segundo matrimonio era en general mal visto en el cristianismo: ¿una tendencia de la teología esenia recogida por el mismo Jesús? Cf. A. Piñero, Jesús y las mujeres, 2008, 171ss; También J. P. Meier, Un judío marginal, 2010, Verbo Divino, 114ss).

En realidad, esto es todo lo que sabemos de esta institución para las primeras comunidades deuteropaulinas, pero estas pocas normas servirán de pauta para épocas posteriores.

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Por otro lado, hay que destacar que la escuela postpaulina prosigue, como el maestro Pablo muy tímidamente, el intento teológico de enmarcar el ámbito de la mujer, lo sexual y el matrimonio en “la esfera de Cristo” (1 Cor 6,15).

El paso hacia una radical sublimación del matrimonio es notable respecto a Pablo, pues llega hasta contradecir al maestro: el amor entre hombre y mujer no es algo tolerado, un mal menor como en 1 Corintios 7, sino que es ya el símbolo sagrado (gr. mysterion; lat. sacramentum) del amor que Cristo tiene por su Iglesia. Este progreso estaba, sin embargo, incoado en Pablo, 2 Cor 11,2: “Os he dispuesto como virgen pura para presentaros a Cristo”.

Recordemos que dadas las premisas socio-teológicas de Pablo, jamás podría hallarse en él un valoración positiva del eros y de la sexualidad por sí misma. Es en la Epístola a los Efesios donde percibimos con más claridad este nuevo enfoque teológico, que redunda sin duda alguna a mejorar la situación de la mujer en el cristianismo:

“Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella… los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos… porque nadie aborreció jamás a su propia carne; antes bien, la alimenta y cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia”.



Sigue luego la cita de Gn 2,24 (“Se harán una sola carne”), y exclama el autor: “¡Gran misterio es éste!, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (5,25-33).

El transfondo para esta sublimación estaba ya en el Antiguo Testamento: el matrimonio de Dios con Israel: Os 2,19.21; Is 54,4; 61,10; 62,4, o del Rey, como representante de la divinidad, con su esposa (Sal 45,10), y lo que más tarde sería una tradición rabínica de las bodas en el Sinaí entre Dios y el pueblo (cf. para quien pueda leer en alemán, E. Stauffer, Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament I 652 = “Diccionario teológico del Nuevo Testamento”; lástima que no esté en castellano, porque su información, sobre todo de análisis de textos antiguos, es impresionante).

Seguiremos
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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