Las profetisas de los “herejes” montanistas en los siglos II y III (164-21)

Hoy escribe Antonio Piñero


Como se dijo en la nota anterior, se percibe en este grupo, luego “herejes”, de los montanistas, las llamas del fervor espiritual y la gobernanza por el Espíritu que era muy propio de los inicios de la Iglesia judeocristiana y paulina

En efecto, el Señor Jesús no había revelado todo a sus fieles durante su vida antes y después de la resurrección; quedaban muchas cosas por aprender y esas las enseñaría el Paráclito, el Espíritu enviado por el Salvador, por medio de sus bocas.

Montano sostenía que se cumplía con sus propios oráculos y el de las dos profetisas mencionadas lo afirmado por Jesús en el evangelio de Juan:


“Cuando llegue él, el Espíritu de la verdad, os irá guiando hacia toda la verdad, porque no hablará por su cuenta, sino que os comunicará todo lo que oyere y os interpretará lo que habrá de venir. El manifestará mi gloria, porque, para daros la interpretación, tomará de lo mío” (Jn 16, 12-14).


Y también Jn 14,26 y 15,26:

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, aquel os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho”.

“Pero cuando viniere el Consolador, el cual yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí”.


De acuerdo con ello el nuevo movimiento, lo que hoy denominamos montanismo, se titulaba en verdad “Nueva Profecía” y “Nuevas Visiones”.

Como es natural, los montanistas sostenían que la profecía y las visiones del Espíritu eran superiores a la jerarquía eclesiástica. Consecuentemente al principio, los montanistas promocionaban grupos de fieles con poca o ninguna jerarquía, sólo gobernados por el Espíritu.


Expansión del montanismo


La comunidad fundada por Montano se expandió con cierta rapidez, y desde Frigia llegó, por un lado, hasta las Galias, y por otro hasta el norte de África, donde conquistó para sus filas nada menos que a Tertuliano, como hemos indicado ya alguna vez. Puede decirse, por lo general, que sus exigencias de renovación cristiana eran en principio bien recibidas por los fieles, pero que a la vez encontraban pronto la oposición de muchos obispos, sencillamente porque un cristianismo regido por el Espíritu es difícilmente gobernable y controlable por los cargos eclesiásticos.

Se conserva un oráculo de Maximila (en Eusebio, Historia Eclesiástica, V 16,17) que da testimonio de estos ataques:

“Seré perseguida como un lobo y alejada de las ovejas. Pero no soy un lobo, sino la Palabra, el Espíritu y la Fuerza”.


Los críticos antimontanistas no lograron al principio censurar al movimiento por desviaciones doctrinales: la estima por el ayuno y la incitación a practicarlo, la confesión de fe en circunstancias difíciles, la disposición para el martirio, la exhortación a una castidad extrema, no eran en sí criticables. Tampoco el aprecio por la profecía, ya que empalmaba con la tradición más venerable del Israel antiguo, con la de la iglesia primitiva en Palestina y con otros cristianismos también espirituales, como el representado por el Evangelio de Juan.

Otra cosa fue cuando los montanistas –de acuerdo con su tendencia rigorista- sostuvieron en sus predicaciones, de acuerdo por otra parte con cierta tradición antigua de la Iglesia (por ejemplo, Epístola a los hebreos y el Pastor de Hermas) que, tras la conversión al cristianismo con el bautismo correspondiente, no eran ya perdonables caídas ulteriores en el pecado, de modo que ciertas faltas graves como el asesinato o el adulterio no pedían ser redimidas por la penitencia y el perdón de la Iglesia. Como un segundo bautismo quedaba excluido, el pecador se condenaba irremisiblemente. Pero la gran mayoría no podía admitir que el que se comportara así tras el bautismo estuviera irremisiblemente destinado al infierno, según decían estos rigoristas.

También fueron criticados los montanistas cuando proclamaron que un segundo matrimonio, tras la muerte de un cónyuge, era igual al adulterio. Los renovadores afirmaban que “La ley de Jesús condenó el divorcio; las nuevas exhortaciones del Espíritu han proscrito el segundo matrimonio”, donde se ve cómo su doctrina –inspirada por el Paráclito- intentaba complementar la de Jesús. Así pues, la mayoría de la Gran Iglesia tampoco consideraba correcto que entre los profetas montanistas fueran mal vistas las relaciones sexuales porque alejaban la presencia del Espíritu.

También se tachó de heterodoxa la concepción de que la profecía verdadera fuera siempre acompañada del éxtasis, es decir, de fenómenos paranormales que reflejaban la posesión o inhabitación del Espíritu, y la idea de que Éste trastornaba la función normal de la mente. Los mayoritarios/ortodoxos afirmaban, por el contrario, que esos fenómenos asemejaban el profetismo cristiano al de ciertos vates paganos, por ejemplo los sacerdotes de Cibeles.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com
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