Pablo de Tarso en los Hechos canónicos de los Apóstoles (2)

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Pablo de Tarso en los Hechos canónicos de Lucas (2)

A partir del capítulo 13 de los Hechos de los Apóstoles canónicos, la narración sigue los pasos de Pablo, todavía llamado Saulo. El mismo Espíritu Santo confirmó el tándem Bernabé-Saulo pidiendo a la iglesia de Antioquía: “Apartad a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Hch 13,2). Así lo hicieron, oraron, ayunaron, les impusieron las manos y los despidieron. Bajaron a Seleucia y navegaron a Chipre llevando a Juan Marcos como auxiliar. Habían comenzado los viajes de san Pablo, que tanta trascendencia tendrían en los orígenes y en la extensión del cristianismo.

Los viajes apostólicos de Pablo

Primer viaje. El primero de los viajes misioneros de Pablo (Hch 13,1-15,33) comenzó por la isla de Chipre, patria de Bernabé. Viajaba el todavía Saulo acompañado de Bernabé y de Juan Marcos. Comenzaron por la ciudad de Salamina, puerto de mar en la costa oriental de la isla, en cuya sinagoga predicaron la palabra de Dios. Luego atravesaron la isla hasta llegar a Pafos, la patria de Afrodita, que recibía culto en la ciudad. Lucas cuenta que allí tuvieron problemas con los magos judíos Bariesús y Elimas, y que en cambio recibieron un trato amistoso del procónsul Sergio Paulo, que convocó a Saulo y Bernabé para escuchar de ellos la palabra de Dios. Elimas trataba de cerrar para el procónsul el camino de la fe. Pero Pablo, que ya desde aquel momento fue denominado con su nuevo nombre romano, se encaró con él y oró a Dios para que lo dejara ciego por cierto tiempo. Cuando el procónsul vio que Elimas había quedado ciego y buscaba quién le diera la mano, creyó en la doctrina de Pablo. Se tiene la impresión de que el cambio de nombres, que siempre presagiaba algo especial en la cultura hebrea, estaba motivado en el caso de Pablo por la conversión del procónsul, cuyo nombre había adoptado Pablo como si se tratara de la consecución de un trofeo.

De Pafos navegaron Pablo y Bernabé hasta Perge de Panfilia, junto a las costas meridionales de la península de Anatolia. Desde allí regresó Juan Marcos a Jerusalén provocando un importante conflicto con Pablo, que más adelante no olvidó el abandono y no quiso volver a llevarlo a sus viajes de evangelización. De Perge, se dirigieron a Antioquía de Pisidia, donde en principio fueron bien recibidos en la sinagoga de los judíos. Pero sus éxitos y la cantidad de conversos que abrazaban la fe de Pablo provocaron serias disensiones entre los judíos, que expulsaron a Pablo y Bernabé. Fue en aquella ocasión y lugar cuando Pablo y Bernabé echaron en cara a los judíos su actitud: “Teníamos que comunicaros a vosotros primero la palabra de Dios, pero como la rechazáis y os consideráis indignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles” (Hch 13,36).

Así las cosas, Pablo y Bernabé sacudieron el polvo de sus pies y se encaminaron a la vecina ciudad de Iconio. “Los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo” (Hch 13,52). En Iconio se repitió el programa realizado en otras ciudades y sus resultados. Después de predicar en la sinagoga de los judíos, lograron la conversión de numerosos ciudadanos, tanto judíos como griegos. Pero se produjo una división de opiniones que acabaron con la marcha de Pablo y Bernabé a la ciudad de Listra. En esta ciudad ocurrió el caso de la curación milagrosa de un tullido. El milagro hizo creer a la muchedumbre que habían bajado a la tierra dioses en forma humana, por lo que pretendieron ofrecerles sacrificios. Consideraban que Bernabé era nada menos que Zeus, mientras que Pablo era Hermes, porque llevaba la palabra como portavoz de los dioses.

A duras penas lograron convencer a los licaonios de que eran hombres como los demás. Pero llegaron judíos de Antioquía y de Iconio, que apedrearon a Pablo, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo dejaron como muerto. En la carta 2 Cor 11,25 recordaba Pablo entre sus trabajos y peligros cómo había sido apedreado en una ocasión. Marcharon Pablo y Bernabé a Derbe y desde allí regresaron a Antioquía, donde permanecieron con los discípulos durante bastante tiempo.

Fue en aquella época cuando se produjo el problema de los judaizantes. Algunos hermanos venidos de Judea enseñaban que, para conseguir la salvación, era necesario cumplir el rito de la circuncisión según la ley de Moisés. Pablo y Bernabé se levantaron contra ellos usando como argumento sus experiencias en la conversión de los gentiles. Los cristianos de Antioquía decidieron que Pablo y Bernabé subieran a Jerusalén para consultar sobre el tema a los apóstoles y presbíteros. La trascendencia del conflicto provocó la reunión del denominado Concilio de Jerusalén (Hch 15).

Pablo y Bernabé contaban los resultados de su ministerio entre los gentiles. Pero se levantaron algunos conversos de los fariseos partidarios de la circuncisión y de la observancia de la ley de Moisés. Se produjeron dos intervenciones decisivas, una de Pedro y otra de Santiago, el hermano del Señor. Las deliberaciones “conciliares” provocaron el envío de una carta a la iglesia de Antioquía, en la que los apóstoles ratificaban los criterios de Pablo y Bernabé sobre el conflicto. Con Pablo y Bernabé viajaron hasta Antioquía dos personajes cualificados y etiquetados de profetas, como eran Judas y Silas. Con ellos llegó el sosiego para los hermanos de Siria.

Segundo viaje. El segundo viaje de Pablo (Hch 15,34-18,22) comenzó con un serio incidente. Bernabé quería llevar consigo a Juan Marcos, pero Pablo rechazó la idea basado en el hecho de que los había abandonado en Panfilia durante el viaje anterior. Se produjo una fuerte disensión, que el texto define como paroxismós, tan seria que fue motivo de la separación de Pablo y Bernabé. Éste se dirigió en compañía de Juan Marcos, su pariente, a Chipre; Pablo recorrió con Silas las iglesias de Siria y de Cilicia. Atravesaron las regiones de Frigia y Galacia, pero el texto cuenta que el Espíritu de Jesús los hizo encaminarse a Europa. Zarparon de Tróade y, pasando por Samotracia, arribaron a Neápolis (la moderna Kavala), de donde subieron a Filipos, ciudad cercana a Neápolis junto al río generoso que proporciona a ambas ciudades el líquido elemento.

En Filipos entablaron trato y amistad con algunas mujeres, una de las cuales era Lidia, comerciante en púrpura. El sábado salieron a un lugar junto al río, donde pensaban que estaba el lugar de la oración. El río Gánguiles, caudaloso, baja desde allí hacia la costa. En la actualidad se levanta una capilla, denominada Baptisterio de Lidia, que recuerda el lugar en que Pablo predicó, adoctrinó y bautizó a la piadosa mujer y a toda su familia (Hch 16,13-15). En Filipos se enfrentó con Pablo y Silas una jovencita poseída por un espíritu pitónico, que procuraba a sus amos grandes ganancias con sus adivinaciones. Pablo expulsó al demonio que la poseía, lo que causó un grave quebranto a sus dueños. Ellos apresaron a los apóstoles y los denunciaron ante los magistrados, quienes ordenaron que fueran azotados con varas y encarcelados. Un terremoto nocturno provocó la conversión del carcelero. Las autoridades se enteraron de lo sucedido y de la categoría de ciudadano romano que Pablo poseía. Ordenaron poner a los apóstoles inmediatamente en libertad. Pablo exigió que fueran los magistrados a sacarlos de la cárcel, lo que cumplieron llenos de temor y pidiendo excusas por lo sucedido.

Siguieron Pablo y Silas por la vía Egnatia atravesando Anfípolis y Apolonia hasta llegar a Tesalónica. La vía Egnatia va desde Bizancio (Constantinopla) hasta Dirraquio en el mar Adriático. Atravesaba el ágora de Filipos y la ciudad de Tesalónica. El inevitable conflicto con los judíos los obligó a trasladarse a Berea, de donde hubieron de salir por los mismos motivos. Pablo, separado de Silas y Timoteo, llegó a Atenas, donde disputaba con los judíos en la sinagoga. Tuvo conocimiento de las costumbres de los filósofos atenienses, que en nada se entretenían tanto como en conocer novedades. Ya lo contaba Demóstenes, que reprochaba a los atenienses que fueran por el ágora preguntando si había alguna novedad, cuando la novedad era que Filipo estaba apoderándose de Grecia. Pablo aprovechó la oportunidad que le brindaba aquella actitud y pronunció un preclaro discurso, en el que explicaba la nueva novedad sobre el dios desconocido, que se había revelado en Cristo (Hch 17,22-31).

El discurso se halla grabado en el flanco oriental de la colina del Areópago de Atenas. Contiene, entre otros detalles de interés, una cita de Los Fenómenos de Arato: “Porque somos incluso de su raza” (Fenómenos, 5) y un verso del Pseudo Epiménides: “En él vivimos, nos movemos y existimos”. Después de la introducción sobre el “dios desconocido” que tenía un altar en Atenas, desarrolló un discurso de carácter kerigmático, que sus oyentes interrumpieron cuando tocó el tema de la resurrección.

De Atenas se retiró Pablo a Corinto, donde conoció al matrimonio judío formado por Áquila y Priscila, en cuya casa permaneció trabajando, pues eran de la misma profesión, es decir, eran fabricantes de tiendas. Estuvo en Corinto un año y tres meses. Tuvo también problemas con los judíos, que lo acusaron ante el procónsul Galión. Pero el procónsul, al conocer que los conflictos tenían que ver con las creencias y los ritos, echó a los judíos del tribunal. Pablo, en compañía de Áquila y Priscila, navegó hacia Siria. Llegó a Éfeso, de donde partió para Jerusalén. Después de saludar a la iglesia, regresó a Antioquía.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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