El faraón, una divinidad sin libertad: conformidad de su función en el mundo a su esencia divina (204-10)

Hoy escribe Antonio Piñero



En cuanto que la acción del rey se entiende como una cooperación en esa acción continua creadora (que genera el mundo y la eternidad en el campo gravitatorio del caos y de lo perecedero) que mencionábamos en la nota anterior, se deduce que su vida y acción está sometida a una "conformidad de función", es decir, el faraón sólo puede actuar como manda la teología (que es la verdad y que dice cómo son y actúan los dioses): su acción diaria está ritualmente fijada y no tiene ningún ámbito de libertad.

El dogma de la necesidad ritual de conformar su acción a su función se contrapone por completo a la formación de un concepto de acción que se base en la identidad personal como una instancia de voluntad y decisión propias. Es realmente asombroso para nosotros que los egipcios hayan interpretado como divina una actuación acomodada siempre a su función y unida rígidamente al rito. Pero es así: en realidad tampoco los dioses tienen libertad personal, sino que deben ejercer una función conforme a su estatus.


Como expresa Cervelló (p. 161 de la obra mencionada “Egipto y África. Origen de la civilización y monarquía faraónicas", Ausa, Barcelona 1995), esta idea de la conformidad absoluta de su función con lo divino proviene en el fondo de que la noción de la monarquía divina egipcia posee históricamente rasgos heredados del rey-fetiche-sacramental africano (hemos hablado ya de esta figura como base antigua del concepto de monarquía divina). Recordemos, pues, por lo que hemos escrito ya que la vida de este rey fetiche y "agrario" estaba sujeta a múltiples regulaciones para conseguir tres objetivos:

a) Conservar la pureza de su cuerpo como tal rey-fetiche/sacramental, del que dependía el bienestar de la comunidad y el buen orden cósmico = el orden de las cosechas.

b) Mantener controlada la potencia cósmica que él encarnaba para que fuera beneficiosa y no hiciera daño a los hombres comunes;

c) Hacer de él un ser humano que estuviera fuera de lo común, una alteridad, un “otro”, un ser disociado en el límite de la sociedad, como elemento integrador de las dos esferas, la divina y la humana.


Y en la misma obra recuerda Cervelló:

Los tres momentos fundamentales del ceremonial de la realeza divina africana son la sucesión (muerte y funeral del predecesor y entronización del sucesor), confirmación anual(muerte simbólica y renacimiento del mismo rey) y rejuvenecimiento periódico. El primero es obligatorio; el tercer es el más distintivo; el 2º es optativo. En la realeza egipcia se dan el uno y el tres (p. 166).

a) El faraón es Horus porque sucede a su padre. Éste es el antecesor muerto, que ha devenido consustancial con Osiris. Como todos los reyes muertos se identifican Osiris, éste representa igualmente a todos los ancestros de la casa real, y en última instancia al ancestro fundador. La muerte del faraón (que al morir se vuelve Osiris) equivale en términos míticos al asesinato de Osiris por Set)

b) Mantener controlada la potencia se logra con una vida absolutamente regulada desde el inicio del día hasta la noche; como dijimos una vida sin libertad individual.

c) La tercera característica se cumple manteniendo al faraón apartado siempre incluso de su corte. Aunque se muestre a ella, lo hace con enorme distancia. El pueblo no ve normalmente al faraón (como ocurría con el concepto de “emperador” en Japón).


Concluiremos pronto

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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