Los primeros cristianos, de Klaus Berger (198-01)

Berger, Klaus, Los primeros cristianos



Hoy escribe Antonio Piñero


Es éste un libro de divulgación de un autor sobradamente conocido en el ámbito científico, un libro que no es el primero de este talante, pues ha publicado ya “¿Qué es la espiritualidad bíblica? Fuentes de la mística cristiana” (2001) y “Jesús” (2009), ambos en la Editorial Sal Terrae. Del último espero que hagamos alguna vez un comentario. El autor es catedrático emérito de “Teología del Nuevo Testamento” en la Facultad de Teología Evangélica de la Universidad de Heidelberg… en cuyo Seminario de Nuevo Testamento estuve trabajando (al igual que en el de Teología Católica de la misma Universidad) largos meses para la realización de mi tesis doctoral… hace más de 40 años.

La ficha breve del libro presente es

Klaus Berger, Los primeros cristianos. Editorial Salterrae, Santander, 2011, 374 pp. Traducción de Marciano Villanueva Salas (buena). ISBN: 978-84-293-1918-7.

El libro abarca desde la vida de Jesús hasta el momento en el que se consolida el material escrito (hacia mediados del siglo II) que compondrá más tarde el Nuevo Testamento un vez formado en su estructura básica casi definitiva (hacia finales del siglo II).

De una manera muy rápida, casi periodística, y muy original trata prácticamente todos los temas que pueden suscitarse en la mente de un lector interesado del siglo XXI en torno a las preguntas fundamentales siguientes:

• ¿Quién fue Jesús realmente?

• ¿Es verdad la tesis de una ruptura radical entre el pensamiento e ideario teológico y ético de Jesús y el de sus seguidores? ¿Hay “puentes” entre el tiempo de Jesús y los años fundacionales del cristianismo? ¿En qué puntos puede percibirse una continuidad dentro de la evidente evolución de las ideas?

• ¿Cómo se pasó de la imagen de un “rabí fracasado” a la de un redentor del mundo entero?

• ¿Cómo fue la separación del futuro cristianismo de su religión matriz, el judaísmo?

• La fundación de la Iglesia actual, ¿tiene que ver con el ministerio de Jesús? ¿Deseó éste en verdad fundar una iglesia?

• ¿Cómo fue el paso de la teología judeocristiana a una religión mundial?

• ¿Qué papel tuvieron ciertas ciudades del mundo antiguo (Antioquía, Corinto, Roma) en la evolución de secta judía a religión universal?

• ¿Cuándo y porqué se formó el corpus de escritos cristianos del Nuevo Testamento y qué representa?

Como puede observar el lector son los temas mismos que me han ocupado durante decenas de años de investigación y reflexión para los que no hay una respuesta clara, puesto que nuestras primeras fuentes cristianas, recogidas en el Nuevo Testamento, nunca abordan directamente estos problemas, sino que los dan por conocidos. Siempre hay que leer entre líneas en el Nuevo Testamento y debe uno fijarse en los detalles aparentemente nimios para lograr claves de comprensión de lo que ha ocurrido. Y lo que ocurrió está ante nuestros ojos en la historia posterior del cristianismo… pero en verdad no sabemos por qué fue así y no de otra manera.

Esta obra en verdad es muy original, como he notado más arriba, y pienso que –al menos en mi caso- tendría que dialogar con el autor párrafo por párrafo y comentar página por página, ya que el panorama que ofrece es muy osado, y presenta como el verdadero perfil de la Iglesia antigua rasgos que son más que discutibles. La intención básica del libro es luchar contra la tesis de que entre Jesús y su primer gran continuador, Pablo de Tarso (en cuanto que fue el único que dejó obra escrita) no hay una ruptura sustancial de perspectivas teológicas.

A veces hay más afirmaciones que pruebas y análisis discutibles. Ciertamente se repite en el libro la frase “el mito de la investigación” “fábula construida por la investigación”, “la investigación está bloqueada” y frases por el estilo, sin que las alternativas propuestas por el autor sean —en mi opinión-- convincentes.

Pongo un ejemplo:

En el epígrafe “¿Cómo se ha legado a la confesión de Jesús (como Dios)" se pregunta el autor si hay o no una divinización consecuente de Jesús, y sostiene que no hay en el fondo tal proceso de divinización, sino que Jesús era y fue siempre Dios… sólo que, de un modo absolutamente voluntario, estuvo manteniendo oculta su divinidad hasta el momento oportuno.

Con palabras del autor es como si “Jesús estuviera jugando al escondite” (p. 63). E inmediatamente al preguntarse Klaus Berger por qué la comunidad primitiva otorgó a Jesús “títulos de gloria” –como “Hijo de Dios” o “Señor”, en sentido absoluto = a Yahvé- responde que “porque se da una absoluta continuidad entre la mente de Jesús y la de sus seguidores”.

La respuesta se halla en caer en la cuenta de que en el siglo I imperaba entre las gentes lo que puede denominarse “dualismo pneumatológico”. Berger lo explica así:

“Entiendo por dualismo pneumatológico… la concepción de que el mundo está irremediablemente dividido en dos y no entre ‘cielo y tierra’ sino entre espíritus buenos y espíritus malos’. Los espíritu buenos y santos son el Espíritu Santo de Dios más lo ángeles de Dios, y los espíritus malos, impuros y funestos, son, por el contrario, Satanás y sus demonios, los espíritu de los muertos y los de los ídolos… en lo que sigue se aportará documentación según la cual el nombre o título de Jesús surge claramente de un mundo donde domina ese dualismo…” (pp. 68-69).

Y la conclusión es:

"Jesús domina y vence a los espíritu malos y a Satanás como se demuestra claramente en los exorcismos. Luego él posee el Espíritu Santo… y en un grado sublime… más bien se diría que el Espíritu Santo de Dios y el están totalmente unidos… luego cuando los cristianos primitivos –en los evangelios o en la epístolas del Nuevo Testamento- afirman que Jesús es el Espíritu, es el Señor, etc. no hacen más que explicitar alo que Jesús pensaba de sí mismo, aunque no lo dijera claramente. Luego Jesús era Dios aunque no lo manifestara.

Y de ahí se pasa a la tesis siguiente:

“La confesión trinitaria estuvo presente desde el principio” = no hay divinización de Jesús postpascual, sino que Jesús era Dios, naturalmente antes de la Pascua en la que fue sacrificado. Escribe Berger:

“Si el camino hasta ahora recorrido es correcto, a saber, que la cuestión sobre quién fe Jesús , cómo se le debe denominar, está vinculada con la discusión prepascual de su Jesús tenía el Espíritu de Dios o el espíritu de Belcebú (Diablo), entonces la ruptura fundamental no se produjo en torno al sepulcro pascual (es decir, cómo la resurrección prueba que Jesús era Dios desde siempre), sino en el inicio de la discusión pneumatológica… ¡mucho antes de la Pascua!” (con otras palabras: no salto teológico entre Jesús y Pablo)

Y continúa K. Berger:

“Así lo ha entendido, con absoluta claridad, la teoría del sepulcro pascual: se trataba del título ‘Hijo de Dios’, pero de este título exactamente tal como aparece testificado y discutido ya con anterioridad a la Pascua. Según donde los discípulos localizaran el Espíritu de Jesús, en Dios o Satanás, Jesús era Hijo de Dios o hijo del Diablo. Si nuestro recorrido es correcto, se trata ya desde el inicio (entendido del “inicio” de la vida de los discípulos con Jesús, no como reinterpretación postpascual) de una intelección trinitaria, pues de acuerdo con todo lo que hasta ahora se ha venido diciendo el Hijo y el Espíritu son inseparables” (p. 77). Según Berger, ¡Jesús pensaba ya trinitariamente!... aunque de un modo sólo incoado.

En mi opinión hay aquí una interpretación superdiscutible de los hechos y un sofisma claro. Para verlo con claridad basta con considerar que los judíos de la época estaban convencidos de que muchos de sus rabinos estaban repletos del Espíritu de Dios y de que, además, Dios se comunicaba con ellos en ocasiones especiales por medio de la “voz divina” (bat qol en hebreo; literalmente “hija de la Voz”), es decir, no estaban llenos del espíritu del Diablo. Por tanto si el Espíritu de Dios que estaba dentro de esos rabinos era el mismo que el de Jesús -y no podía ser de otra manera-, la conclusión es evidente: todos esos rabinos, que no eran Jesús, eran igualmente “Hijos de Dios” en sentido real óntico y físico. Luego habría que haberles dado culto, como a Jesús, después de muerto… como seres divinos... Y esta conclusión es imposible.

Me parece, pues, que la línea de pensamiento y deducción de K. Berger es insostenible… y así en la mayor parte de las proposiciones de su libro.


Seguiremos con otros puntos de vista de K. Berger, aunque no nos detendremos mucho

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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