Conclusión sobre el libro “Repensar el mal” (406-04)

Torres Queiruga Repensar el mal


Hoy escribe Antonio Piñero

Desarrollamos hoy la cuarta objeción enunciada en la nota de ayer. Damos la voz primero al autor. Escribe Torres Queiruga en las páginas finales de su libro (pp. 333-334):

“Jesús y su destino no solo constituyen el modelo, sino también la verificación del verdadero sentido y de la fecunda eficacia del Dios reconocido y confesado como el ‘Anti Mal’[…] En el destino de Jesús, máxima parábola de Dios en nuestra historia, se hizo ‘carne’ la mejor y más tangible muestra de la actitud divina ante el mal de sus criaturas, Aparece en el decurso general de su vida, inconfundiblemente movida por la compasión activa, como símbolo de una biografía marcada hasta la última gota de su sangre por la lucha contra el mal […]

“Queda rechazada una visión falsamente sacrificial de su muerte, como precio de rescate o castigo del pecado. Ni siquiera es correcta la visión que la convierte en prueba del amor divino en el sentido de arreglo posterior del mal que se podía haber evitado.. La muerte de Jesús fue, cierto, prueba de amor; pero prueba de su amor personal por el bien de los demás […]

“Prueba también del amor de Dios que tuvo que soportar el asesinato de su Hijo. Asesinato criminal y como tal no querido por Él, sino como todo crimen causado –causado idénticamente contra su Hijo y contra Él—por la decisión culpable de libertades humanas; en ese sentido, ni siquiera le fue permitido sino que fue impuesto a Dios como ‘inevitable’ una vez que esas libertades, haciendo uso de su autonomía, los culpables decidieron oponerse al auténtico impulso de su dinamismo creador y desobedecer su inspiración salvadora […]

“Por eso a pesar de la posible impresión de su abisal abandono (por parte del Padre), Jesús pudo morir en la confianza asegurada: ‘En tus manos pongo mi vida’ (Lc 23,46). Dentro de la historia Dios no nos salva del sufrimiento, sino en el sufrimiento.

“El segundo aspecto es la resurrección de Jesús, la realidad gloriosa por excelencia. La fe descubrió y proclamó no fue la muerte el destino último, sino que fue la vida plena y realizada la que tuvo la palabra definitiva. Y la tiene para todos […] porque en Cristo culmina la revelación, de algún modo presente en todas las religiones de la humanidad, de que Dios no nos deja –no nos ha dejado nunca—caer en la nada de la muerte, esa cifra culminante del mal, ese ‘último enemigo en ser vencido’ (1 Cor 15,26)” (pp. 333-335).

Y ahora mis reflexiones:

A la verdad, en mi opinión, estos resultados no están de acuerdo con el pensamiento autónomo de la modernidad, ya que ésta, en caso de aceptar esta concepción de Dios –de la que creo que está muy lejos—no podría tomarse al pie de la letra las afirmaciones cuyas palabras básicas he resaltado en negrita, como lo hace Torres—, sino en un plano puramente simbólico –como la hace, por ejemplo, Roger Haight--, ya que hablar del “Otro”, Dios, sólo puede realizarse por símbolos puros, sin saber en realidad si se acomodan totalmente a la “realidad” de ese Otro absoluto.

En consecuencia, y como mero corolario de la idea anterior, Torres Queiruga está empleando un modo mítico de hablar, que no corresponde a la mencionada y exigida modernidad. Torres menciona y piensa realmente en la encarnación, de Jesús como el Hijo (con mayúsculas), en la redención, en el asesinato del Hijo, en el aparente abandono del Padre, etc., que se corresponden con una idea del universo, del lugar dentro de él de la Tierra, de las relaciones del Dios con su Hijo, con la humanidad de su asesinato por parte de ésta, etc., nociones que a su vez proceden de una concepción mítica, de una idea del universo que nada tiene que ver con la modernidad, sino con una cosmovisión del universo que es en el fondo acadio-babilónica, y que tuvo origen hace unos 3.700 años..., aunque muchos la sigan utilizando hoy día, a pesar de que la ciencia astronómica nos obliga prácticamente a pensar de otra manera.

Quiero que conste que yo no me opongo intrínsecamente en sí al uso de esta interpretación del mundo de origen absolutamente mesopotámico, ya que, en todo caso, yo interpretaría el contenido de la revelación exresada por ella de un modo absolutamente simbólico. Digo sobre todo que tal concepción no es consecuente con las protestas de Torres Queiruga de tratar el problema del mal de acuerdo con el “pensamiento de la modernidad” (afirmaciones suyas en el “Prólogo”, pp. 9-10).

Por último, creo que no corresponde a la realidad histórica del Jesús de la historia el pensar –como hemos manifestado repetidas veces en este Blog-- que Jesús fue a Jerusalén con el ánimo dispuesto a morir y con consciencia plena de aceptar un plan de redención eternamente dispuesto por el Padre. Pienso que su pensamiento era muy otro, y que él --como creo que demuestra su predicación del Reino de Dios su entrada mesiánica en Jerusalén y la denomina purificación del Templo— fue a Jerusalén a triunfar y a esperar que Dios implantara allí definitivamente su reinado sobre la tierra de Israel, un reinado preparado por su predicación y por sus acciones

Por otro lado, ya he dicho en otras ocasiones que --desde el punto de vista católico-- atacar demasiado reciamente y con tonos tajantes la “concepción falsamente sacrificial de la muerte en cruz” es acabar con el sentido profundo del paulinismo, que es la base del cristianismo de hoy. Ahora bien, no tendría inconveniente en ello, pero con todas las consecuencias.

Y no seguimos con minucias, porque lo esencial ya está dicho.

¿Quieren decir mis apostillas al libro de Torres Queiruga que no lo estimo en absoluto y que no recomiendo su lectura? De ningún modo. Ya me conocen los lectores: estimo mucho la valentía de Torres en toda su trayectoria investigadora y publicista y aprecio su acumen crítico y la libertad y sinceridad de sus exposiciones, que tienen que haberle proporcionado más de un disgusto eclesiástico… Su lectura, como en otras ocasiones, es muy estimulante y muchos experimentarán consolidación y consuelo en la defensa de sus posiciones.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
Volver arriba