Un libro de José Miguel García Pérez 'La pasión de Cristo. Una lectura original'

Planteamientos no correcto desde el punto de vista histórico

García Pérez
Escribe Antonio Piñero

Encontré en un catálogo enviado por internet el libro siguiente: José Miguel García Pérez, “La pasión de Cristo. Una lectura original”, de Editorial Encuentro (Colección 100XUNO, 52), Madrid, 2019, 2013 pp. ISBN: 978-84-9055-976-7. Lo pedí para reseña y me lo enviaron. Y fue una decepción. Pretende ciertamente ser original en sus planteamientos, pero creo que no son los correctos desde el punto de vista histórico.

La idea básica del libro es: aunque hay contradicciones en los Evangelios, y se han enumerado muchas en los libros de investigación, sobre todo en el relato de la Pasión, tales contradicciones son totalmente salvables si se estudia bien el trasfondo arameo de la redacción evangélica, se reconstruye el original, se cae en la cuenta como casi siempre se ha entendido incorrectamente, se hace una nueva traducción de los pasajes difíciles… y se encontrará que todas las dificultades de comprensión de los textos, y las contradicciones entre ellas se resuelven maravillosamente.

Y la conclusión es: La historia de la Pasión no tiene por objetivo describir con detalle los hechos, sino mostrar que lo sucedido no ocurrió por azar, sino por la voluntad del Padre. Para ello se utilizan motivos bíblicos, sobre todo los Cantos del Siervo (en especial Is 52,13-53,12) y los Salmos 22 y 69. Pero el examen revela que están equivocados quienes sostienen que los hechos fueron moldeados  para que se acomodan a profecías previas, sino que los hechos fueron rigurosamente ciertos; solo que se ilumina su significado cuando se contrastan, o se leen a la luz de la palabra divina. Además queda claro que los romanos nada tuvieron que ver con la condena de Jesús, sino que esta fue obra del Sanedrín, llevado por su celo de defender la santidad de Dios. Y luego sigue el análisis de los pasajes más importantes de la Pasión que confirman el punto de vista evangélico y eclesiástico. Jesús fue a Jerusalén para morir y u muerte fue asumida como expiación de los pecados de todos los hombres.

Como se ve, esta lectura no tiene nada de original. Y tampoco el esfuerzo de análisis del sustrato arameo de los Evangelios, que lleva haciéndose muchísimo tiempo. El autor se apoya sobre todo en los trabajos de M. Herranz Marco, que cita profusamente.

Mis dificultades ante esta elucidación y propósito del libro son las siguientes, entre otras:

  • El punto de partida de que “para conocer el significado profundo de lo acontecido en la Pasión se requiere una inteligencia que no nace de estudio histórico y filológico, sino de la pertenencia a la Iglesia, donde pervive el acontecimiento y el testimonio que nos legaron los testigos”, es absolutamente discutible: la historia es pura historia y la interpretación de la Iglesia desde el principio es teología. Y la teología es pura obra de la interpretación, e imaginación humana, movida por intereses que van más allá y están fuera de la historia. No es posible admitir una hermenéutica sacra y especial para los Evangelios ya que transmiten “La palabra de Dios”. No es posible.

  • No tiene en cuenta el autor prácticamente ninguna investigación que pueda mostrar argumentos en contra de este punto de vista tradicional. Ni siquiera la investigación muy ortodoxa de los libro editados por el grupo de Rafael Aguirre, publicados por Verbo Divino, y que he comentado muchas veces en este medio. Esta ausencia es clamorosa. Igualmente no cita de ningún modo los argumentos de la investigación histórica independiente, muy rigurosa, extremadamente argumentativa y analizadora de las fuentes, como puede ser la obra de F. Bermejo de 2018 y años anteriores, de J. Montserrat, G. Puente Ojea, o de mí mismo, quienes en conjunto hemos publicado mucho en castellano sobre el tema de la Pasión. Por tanto no hay contraste de argumentos, sino omisión absoluta de un análisis a fondo de las razones, muy poderosas y ponderadas, para dudar… al menos de la exactitud histórica de los relatos de la Pasión. Como la historia antigua es una reconstrucción, y dado que los Evangelios no son obras de historia, es precisa la crítica. Hay que atender necesariamente a otras posiciones para estar seguros de

  • No me parece de recibo el suponer siempre que cuando hay una dificultad seria que los textos, incluidos algunos tan tardíos como los Hechos de Apóstoles (muy probablemente de principios del siglo II), hay que recurrir al trasfondo arameo. Son textos compuestos en griego decenios y decenios después de la muerte de Jesús. Por tanto, no es nada seguro que haya un trasfondo arameo. Por ejemplo, sostiene el autor que los relatos que narran la muerte de Judas (Hch 1,18 / Mt 27,5) tienen, los dos, un sustrato semítico, que bien analizado, nos indica que “ahorcarse” / “caer de cabeza, reventarse las entrañas” son en realidad dos meras maneras de afirmar el mismo hecho. He aquí la reconstrucción del texto de Hechos 1,18, tras el estudio de ese presunto trasfondo, según García Pérez: “Este, pues, hizo comprar un campo con el salario de la iniquidad; y habiéndose arrojado a un pozo de cabeza, para ser recogido fue reventado por medio y se derramaron todas sus entrañas”, que coincide en lo sustancial con Mateo, texto de debe leer: “Y se fue (dando fin a su vida) ahogándose”. No me convence en absoluto.

  • No me parece de recibo analizar los textos la Última Cena solo por medio de los pasajes evangélicos sin mencionar –y analizar igualmente– 1 Corintios 11,23-27, texto mucho más antiguo y que es la base de las interpretaciones posteriores evangélicas. Por ello no es posible mantener que el texto más antiguo es Mc 14,25.

  • No me parece de recibo dar por supuesto como histórica la escena de la “agonía” de Jesús en el huerto de Getsemaní e interpretarla haciendo coincidir el significado de la oración de Jesús propuesto por los Evangelios (Jesús no fue escuchado por Dios en su plegaria de que “pasara de él el cáliz de la muerte”) con la –al menos en apariencia– radicalmente opuesta de Hebreos 5,7-8 (Jesús sí fue escuchado por ser el Hijo). El autor supone que Hebreos tiene en este pasaje un trasfondo semítico que no se ha entendido bien. El autor no dice que Jesús “fue escuchado”, sino que “era digno de ser escuchado a causa de que… era el hijo”. Con esta reconstrucción las dos versiones dicen lo mismo. A pesar del razonamiento lingüístico del autor, el hincapié del análisis se torna un caso de disputa acerca de palabras, cuando lo importante es discutir históricamente la probabilidad/improbabilidad de que la escena sea real.

  • No es verosímil históricamente la defensa por parte de nuestro autor de la existencia real de un juicio judío contra Jesús cuando se ha escrito tantísimo sobre la imposibilidad histórica de tal juicio tal como lo pintan les Evangelios sinópticos. Lo curioso aquí que el autor cita la obra de Paul Winter, “On the Trial of Jesus” (Sobre el juicio de Jesús) de 1961, donde se defiende lo contrario al autor. Pero no discute a fondo los argumentos.

  • Tampoco es verosímil –es de hecho ahistórica– la postura de un gobernador romano como Poncio Pilato –bien conocido por fuentes extrabíblicas, como Filón de Alejandría–, que trata de defender la inocencia de un Jesús acusado por las mismas autoridades judías de sedición contra el Imperio, de desviar a las multitudes del camino recto y de no pagar los impuestos. Es incomprensible, sobre todo teniendo en cuenta lo que se ha escrito últimamente acerca de la crucifixión colectiva (de Jesús rodeado probablemente por dos simpatizantes suyos) por parte de los romanos.

  • La conocida y tremenda frase que Mt 27,25 pone en boca de “todo el pueblo”: “«¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»”, es interpretada de otra manera. Según García Pérez, estudiando a fondo el “indudable” sustrato semítico de ella, hay que entenderla no como afirmación, sino como una interrogación y con otro sentido: “¿Estará contra nosotros su sangre (= nos hará culpables), siendo por el bien de nuestros hijos?”. Afirma el autor: “Si tenemos en cuenta el sustrato arameo de la tradición podemos traducir de un modo diferente esta expresión mateana, adquiriendo un sentido diáfano, en el que desaparecen todos los problemas reseñados” (p. 141). No veo por ninguna parte el sentido “diáfano”.

No sigo más, pues podrían ponerse en cuestión casi todos los puntos que defiende la obra. Téngase además en cuenta que la reconstrucción del sustrato arameo de los Evangelios es absolutamente problemática desde un punto de vista meramente técnico. Lo digo por experiencia después de haber recogido durante más de quince años –en mi “Boletín de Filología Neotestamentaria” (se publicaba en inglés), aparecido en la revista de igual nombre– todo lo que  encontraba en las revistas más importantes  del mundo sobre reconstrucciones a partir del arameo, y observar cómo no había unanimidad alguna. Cada uno reconstruía el presunto trasfondo arameo como Dios lo daba a entender.

En síntesis: aunque me haya sido gentilmente enviado este libro para reseña, no puedo hacer una crítica positiva. Y lo siento, porque comprendo la buena voluntad del autor de defender con uñas y dientes lo que es el sustrato de su fe en Jesús y en los relatos evangélicos, y comprendo su deseo que resolver las incongruencias y contradicciones que él mismo admite como existentes en el texto original griego evangélico. Intención muy loable, pero que no me parece válida, pues en el fondo y en la forma introduce la teología dentro de la historia, movido por el deseo explícito de defender a ultranza una posición previa.

Saludos cordiales de Antonio Piñero

http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html

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