El Diablo judío y el Diablo cristiano (I)


Iniciamos hoy una serie sobre el tema de los orígenes y evolución de las ideas sobre el Diablo, en la que me baso sobre textos que hace años escribí para la revista Espacio y Tiempo. Sirva esta primera entrega como una introducción al tema.

La historia de las religiones designa como diablos, o demonios, a potencias sobrenaturales, inferiores a la divinidad, pero de poder muy superior al de los mortales. Los demonios amenazan o causan daños a los hombres, por lo que éstos procuran defenderse de ellos por medio de determinados ritos y prácticas ya sean de la magia o de la religión. En el común de las religiones el Diablo se halla ligado al mal, más precisamente: a la percepción del mal por parte del ser humano. Y el mal se traduce casi siempre en la sensación de temor y terror ante el dolor y la angustia, de uno mismo o de las personas a quienes se ama.

Pocas dudas caben al historiador de las religiones de que la figura del Diablo y su cortejo de demonios y espíritus malignos ha nacido entre la especie humana a partir de y como explicación de las angustias de nuestros antepasados ante fenómenos muy corrientes en el devenir de la vida como son las desgracias y desventuras, la enfermedad, la muerte y las catástrofes naturales. La creencia en espíritus dañinos es universal y se encuentra en todas las religiones. Se halla tan extendida en toda la especie humana como la experiencia de la desgracia, de la enfermedad y de la muerte.

Esta afirmación podría también aplicarse a los orígenes remotos de la figura cristiana del Diablo. Pero no vamos a tratar en éste y otros “posts” este interesante aspecto de la fenomenología, es decir de los rasgos externos, de las religiones. En estos breves apuntes sobre la figura del Diablo judío y cristiano queremos concentrarnos en lo que nos importa e interesa más como hombres occidentales: cuáles son las concepciones, imaginaciones, conceptos y raíces próximas de las nociones en torno al Diablo, o Satanás, y sus cortejos que tuvieron los pueblos de la Antigüedad en torno al Mediterráneo, especialmente el judío, y que luego desembocaron en el cristianismo.

De un modo general podemos afirmar que las nociones cristianas sobre el Demonio, vigentes hasta hoy, están absolutamente calcadas sobre la judías que imperaban en el siglo I de nuestra era y que han cambiado muy poco en casi dos mil años.

Por poner un ejemplo: las ideas sobre el Diablo que albergaba el autor judío que compuso la llamada Vida de Adán y Eva (un escrito judío siglo I d.C., considerado hoy uno de los Apócrifos del Antiguo Testamento) difieren poco de las que hoy puede tener un cristiano corriente. Para el desconocido autor de esta Vida el Diablo es un ángel malo, enemigo del hombre, contra quien entabla una incesante lucha para tomar venganza ya que su situación de diablo tiene su principio en un acto de desobediencia a Dios por no querer adorar a Adán, que –según una antigua tradición- poseía una semejanza consustancial de espíritu con la divinidad que los diablos no tenían. Seducir y dañar al hombre es su único propósito. Veinte siglos después estas líneas maestras han cambiado poco.

Ahora bien, las concepciones judías sobre el Diablo y los demonios fueron en otros tiempos bastante complejas, y en algunos casos confusas, y no formaron una creencia homogénea de siempre, sino que se fueron formando poco a poco durante siglos, tanto por influencias de religiones exteriores como por propia evolución interna. Para que nos hagamos una idea: la figura de Satán nada tiene que ver en un principio con el Demonio, ni los satanes están emparentados con los diablos; sus orígenes y funciones fueron diversas.

Poco a poco, sin embargo, se fueron amalgamando una serie de figuras perversas con rasgos análogos hasta llegar a confundirse. Intentemos aclarar este proceso y explicar cómo y por qué se llega en el cristianismo a tener las ideas sobre el Diablo que son corrientes hoy día. Para ello vamos a remontarnos hacia atrás, hacia las culturas en torno, o cerca, del Mar Mediterráneo que de algún modo pudieron influir en las concepciones judías sobre el Diablo…, e indirectamente en las correspondientes cristianas más tarde.

En lo que respecta a las creencias sobre el Diablo en el judaísmo se puede decir de modo sintético y simple: para formarse sus ideas sobre este siniestro personaje, los israelitas se nutren tanto de nociones y esquemas mentales sobre los espíritus malignos comunes a muchas religiones, como de ideas que toman prestadas de la religión cananea, del mundo babilonio mesopotámico y de la religiosidad indoirania, más unas pocas concepciones griegas.

El por qué de esta afirmación general de influencias es claro. Comencemos con los cananeos. Éstos fueron los habitantes primitivos de Palestina antes de que los hebreos los fueran expulsando o superponiéndose poco a poco en sus territorios. Pero el influjo de la religión no se perdió. Mitos y leyendas de Canaán forman parte de las leyendas y del folklore hebreo que se ve reflejado en el Antiguo Testamento: las ideas religiosas cananeas perduraron sobre el suelo palestino tiñendo las de Israel.

El ámbito babilonio-mesopotámico fue sede de parte importante del judaísmo durante siglos, desde la conquista de Samaría en el 721 a.C. y la caída del reino de Israel (o Reino del norte) por obra del monarca asirio Salmanasar V hasta la invasión del islam e incluso más tarde. Los judíos permanecieron allí por siglos, y en Babilonia se redactó entre los siglos III y VI de nuestra era el gran monumento de la sabiduría judía en torno a su Ley y su historia que se llama el Talmud de Babilonia.

En tercer lugar y respecto al mundo indoiranio debemos recordar que Palestina formó parte del imperio persa durante más de doscientos años: desde Darío hasta Alejandro Magno. Los persas, tenían una religión de prestigio y concepciones de ella fueron expandidas gracias al contacto de los comerciantes entre Oriente y Occidente. Alguna vez hemos mencionado este extremo.

Por último: a propósito de Grecia y el helenismo no se debe olvidar lo que llevamos escribiendo en la serie sobre “Israel y helenismo” que nos ha ocupado los días pasados. Hemos visto casi hasta la saciedad que desde que Israel cayó directa o indirectamente en el entorno político de los sucesores de Alejandro Magno, el país no dejó de helenizarse ni un momento. Durante la época de Jesús todo judío medianamente culto, sobre todo del Norte, entendía bastante bien griego. Y hemos escrito ya que con la lengua penetraron concepciones tanto filosóficas como religiosas.

Como parte de nuestro propósito es indagar en los orígenes de la figura cristiana del Diablo vamos a detenernos en los posts siguientes en los rasgos más sobresalientes de esos ambientes religiosos anteriores que influyen sobre la demonología de los judíos antes de Cristo y que son pertinentes para aclarar las nociones sobre el Diablo cristiano y sus orígenes.

Seguiremos. Saludos cordiales, Antonio Piñero
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