Las mujeres en los Hechos Apócrifos de Juan (II)



Escribe Gonzalo del Cerro

Las ancianas de Éfeso (HchJn 30-37)

Las mujeres que aparecen en los Hechos Apócrifos no son necesariamente ni importantes ni influyentes. Las hay pobres, necesitadas y enfermas que atraen la atención y la caridad de los apóstoles protagonistas. Las ancianas de Éfeso no jugaban propiamente un papel preponderante en los acontecimientos. No eran ni jóvenes ni hermosas; ni siquiera gozaban de salud. Pero Juan se preocupó caritativamente de su suerte. Sin contexto ni preparación, el Apóstol ordenó al diácono Vero que recogiera a todas las ancianas de Éfeso. Vero presenta a Juan los resultados de su búsqueda. Se refiere a las mujeres que han superado ya los sesenta años. Entre todas ellas, solamente cuatro están razonablemente sanas. Las restantes están enfermas, unas de parálisis, otras de otros males variados.

Juan ordena reunirlas en el teatro. El espectáculo taumatúrgico tendrá efectos saludables. Ya sabemos que el milagro según la mentalidad hebrea es el mejor argumento para confirmar una afirmación por muy peregrina o increíble que sea. El procónsul mismo se apresuró a ocupar un asiento entre la gente. Y el general Andrónico, "el primero de los efesios" andaba sembrando la duda sobre la posibilidad de que Juan pudiera cumplir sus promesas. Lleno de sospechas y recelos, retaba a Juan y le intimaba a que hiciera todo limpiamente, sin trampas ni engaños, sin usar instrumentos con las manos ni invocar el "nombre mágico" de Jesús, como acostumbraba. Según los textos, era una constante entre los paganos el interpretar los gestos y las palabras de los Apóstoles en sentido mágico. Entre los gestos, estaba la señal de la cruz; entre las palabras, la pronunciación del nombre de Cristo Jesús. Recordemos que, según el evangelio según Mateo (27, 63), Jesús ya había sido tildado de "seductor" (planos).

El general o prefecto Andrónico, hombre principal entre los efesios, aparecerá en la historia de Drusiana, de quien era marido. Por el momento su actitud frente a la nueva religión era de recelo cuando no de abierta hostilidad (HchJn 31). Cuando vuelva a aparecer el hilo del relato después de una gran laguna, Andrónico será cristiano, amigo de Juan y esposo en castidad de la piadosa Drusiana. El texto habla de multitudes congregadas en el teatro. Era uno de los efectos buscados por el Apóstol, dar mayor publicidad y mayor capacidad a sus prodigios para convertir a numerosos espectadores a la fe. Juan aceptó el reto, pero aprovechó la ocasión para dirigir a la muchedumbre de espectadores un largo discurso, en el que habló de la necesidad de convertirse para evitar males mayores. En medio de su alocución lanzó el grito profético: "Efesios, convertíos" (HchJn 36, 3).

Entretanto las ancianas habían sido llevadas al teatro. Algunas de ellas, dice el autor, transportadas en camillas y dormidas. El pueblo guardó respetuoso y reverencial silencio, lo que Juan aprovechó para colocar su alocución pastoral. Por desgracia tropezamos aquí con una de las grandes lagunas del texto, que queda interrumpido bruscamente al principio del capítulo 37. Las últimas palabras antes del corte tienen todo el aspecto de una fórmula de relleno o compromiso: "Dicho esto, Juan con el poder de Dios curó toda enfermedad..."

Es evidente que, dados los hábitos del Apócrifo, sus tendencias retóricas y su afán un tanto sensacionalista, la curación de las ancianas debía de ir contada con abundancia de detalles, de reacciones y comentarios. La mutilación del texto se lo llevó todo al silencio o a la conjetura. Lo que sí sabemos es que Andrónico, el general hostil a Juan en HchJn 31, es ya en los capítulos 59ss un discípulo fiel e incondicional. Datos ulteriores del relato nos dan noticias sobre otras actitudes del general, rechazado por su esposa en virtud de la predicación del apóstol Juan. Pero como eso sucedió después de la curación de las ancianas, suponemos que el milagro con toda su parafernalia debió de impresionar muy poco al recalcitrante Andrónico. Desde luego, su disposición antes del milagro no era la mejor para aceptar humildemente los hechos.

M. Erbetta intenta reconstruir los sucesos esenciales que supuestamente se contenían en la laguna. Habla de la posible narración de la conversión de Drusiana, esposa de Andrónico y del consiguiente rechazo a tener relaciones con su marido. El airado general encerró a Drusiana y al Apóstol en un sepulcro durante catorce días. La milagrosa liberación operada por Dios pudo ser el motivo de la conversión de Andrónico que en la secuencia del texto aparece ya como un devoto discípulo de Juan y de su causa. Tales suposiciones son la consecuencia de los datos que aparecen más tarde en la historia de Drusiana.

La mujer amada por el parricida (HchJn 48-54)

Aparece otra mujer, esta vez anónima, en los Hechos de Juan. Estaba casada con un campesino. Y campesino también y compañero del marido era el joven que se enamoró perdidamente de la mujer. Al parecer, el adulterio estaba consumado según los datos que encontramos en los HchJn 53, lo que demuestra que la mujer era cómplice de los sucesos. El padre del joven le aconsejaba que dejara en paz a la mujer de su amigo, quien amenazaba a su vez con matar al osado. El joven no pudo soportar las recomendaciones de su padre, sino que la emprendió a golpes con él hasta causarle la muerte. Aterrado ante la tragedia y las consecuencias que podría acarrearle, tomó la hoz que llevaba a la cintura y emprendió veloz carrera camino de su casa.

Fue entonces cuando se encontró con Juan que había recibido sobre el particular un aviso del cielo. El joven le contó lo sucedido y el motivo de su carrera. Tenía intención de quitarse la vida no sin antes llevarse por delante a la mujer, objeto de su pasión y su locura, y con ella también a su marido. Juan le prometió resucitar a su padre si él le prometía mantenerse alejado de aquella mujer. El joven se lo prometió sin demora. Aseguraba también con grandes aspavientos estar arrepentido. Con un nuevo "levántate" Juan resucitó al padre acompañando su gesto con oportunos comentarios sobre su doctrina.

Cuando entraban en la ciudad, el padre resucitado ya había aceptado la fe. Pero el parricida tomó la hoz, se cortó los genitales, corrió a la casa en la que retenía a la adúltera y le arrojó a la cara el "cuerpo del delito" diciéndole: "Por tu culpa me he convertido en asesino de mi padre, de vosotros dos y de mí mismo. Aquí tienes lo que ha sido igualmente causante de todo esto. Dios en su misericordia me ha hecho conocer su poderío" (HchJn 53, 1). El joven enamorado volvía a cometer un craso error, como si todo se resolviera sin arrancar primero las raíces podridas de las malas hierbas.

Juan reprendió al joven por el nuevo desliz. No está el mal en los órganos dañinos, sino en las fuentes ocultas que son su origen verdadero. Hizo mal al extirpar de su cuerpo “las partes inoportunas”, como las define el Apócrifo (HchJn 54, 1). Lo que debe eliminar el hombre de su conducta son las intenciones torcidas. La reflexión de Juan nos lleva al pasaje de Mt 15, 11-20, donde Jesús aborda el tema de los alimentos que entran por la boca, mientras que del corazón, según la mentalidad hebrea, salen las acciones malas. El caso es que el joven, previa promesa de arrepentimiento, obtuvo un perdón generoso, tanto que no volvió a separarse nunca de Juan. La adúltera desaparece sin más del relato cuando recibió sobre su rostro la prueba irrefutable de que su adulterio había llegado a un final sin retorno. Como desaparece el impulsivo joven, motivo, casi excusa, de las reflexiones doctrinales de Juan, por más que se diga que no se separaba nunca de su compañía.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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