La Cábala (VIII). Siguen los principios fundamentales básicos


Ayer decíamos que explicaríamos el diagrama (no he sabido colocar gráficamente la leyenda del diagrama en forma de árbol; perdónenme los lectores –que tienen, sin embargo, la imagen-, pues no he podido controlar bien el programa de escritura del post).

Los tres primeros forman la Kéter, la “Corona”, que corresponde a la Voluntad primera, el primer efecto de la Causa Primera, en términos aristotélicos. De esta Corona proceden dos principios paralelos y aparentemente opuestos: uno masculino, activo, Hokmah, Sabiduría; otro femenino, pasivo, Binah, Intelecto. La unión de estos dos últimos es Da’at, la Razón, es decir donde el contraste entre la subjetividad y la objetividad encuentra su solución.

Esta tríada de entidades forma una unidad; es el ámbito del Pensamiento puro, el Pensamiento en su triple manifestación en donde el que conoce, el intelecto, y lo conocido son lo mismo. Pero es un Pensamiento, como sabemos, en cuanto que está orientado a manifestarse hacia el “exterior” (ad extra), hacia la creación del universo. Este conjunto expresado en términos de filosofía platónica –de donde en principio procede toda esta especulación del ser más íntimo “hacia fuera” de la Divinidad trascendente- se corresponde al kosmos noetós o “mundo de las ideas inteligibles”, la expresión de las ideas absolutas o formas puras de la inteligencia.


Esta primera tríada o triple manifestación de Dios produce –o mejor, emana- una segunda terna, otros tres principios en aparente contraste también entre sí: Hésed, Misericordia, principio activo, masculino, y Din, Justicia, principio pasivo, femenino, y Geburah, Poder. Esta tríada podría subsumirse en un principio común a los tres (pero atención: no son cuatro sefirot, siguen siendo tres) que es Tif’éret, Belleza.

Es preciso señalar que los conceptos o sefirot de ‘Justicia’ y ‘Misericordia’ no deben entenderse literalmente, sino como expresiones simbólicas de dos modos o aspectos de la Voluntad divina, que es lo mismo que su Pensamiento. Toda esta tríada y su principio resumptivo, Geburah, se puede denominar el orden moral, siempre existente, que es bello. Hay quien lo designa en la Cábala como el “alma del mundo” en expresión del Timeo, de Platón, el alma de lo que será el universo.

La última tríada de los sefirot representa la naturaleza dinámica, de la cual el principio masculino, activo, es Nezah, Triunfo, el femenino, pasivo, es Hod, Gloria (ambos dan razón del aumento/progresión y de las fuerzas todas que existen en el universo). Nezah y Hod generan a Yesod, Fundamento, que es el elemento reproductivo de la naturaleza. Este es el mundo tercero, que es el paradigma de la naturaleza sensible.

La décima sefirá, o número, es Malkut, Reino / Dominio, la suma de toda la actividad de los sefirot: la actividad inmanente, interior, propia sólo de la divinidad, y la exterior, que es permanente, actividad que como ideas puras –aquí está de nuevo el pensamiento de Platón- serán el prototipo del universo. Éste no es más que la realización de esas ideas divinas.

Los diez sefirot se llaman también el “mundo de la emanación”, Azilut y, a veces, Adán primero, Adam Kadmón, hombre primordial. A esta noción subyace en el fondo la concepción que el hombre es un “microcosmos”, un universo en miniatura. Y para que exista este Adán segundo, es necesario que exista el arquetipo, la idea divina de la que el Adán segundo no es más que la plasmación en el universo. Esta es la razón por la que en el diagrama de las sefirot se utiliza a veces la figura de un hombre.

Y ahora una pregunta clave: ¿cómo sabe el cabalista que todo esto es así? Es decir que existen esas emanaciones divinas y que el mundo del pensamiento divino es –por así decirlo- la base del universo que vemos. La respuesta es sencilla: el cabalista lo sabe por revelación. Ya directa, en algunos casos, o, al menos, por una deducción revelada al interpretar los textos de la Escritura (lo que llamamos el Antiguo Testamento hebreo) inspiradamente. El cabalista, pues, acepta como un dato indiscutible que la divinidad trascendente se ha revelado en la Biblia hebrea.

Como puede observarse fácilmente esta última respuesta hace de los cabalistas gentes muy parecidas, en su concepto de revelación sobre todo, a lo que sabemos de los gnósticos de los siglos II al IV d.C. Esto no es de extrañar, porque la gnosis occidental, la cristiana, tiene su nacimiento –casi seguramente- en ambientes judíos esotéricos un poco antes de la era cristiana. Desde ahí se expande cristianismo, por una parte y, por otra al misticismo judío que dará lugar a la Cábala.

Los cabalistas designan al mundo de los sefirot como el “primer mundo”, el mundo de las emanaciones divinas. Este “mundo” es concebido como condición absoluta de la existencia de lo finito que llegará a ser después. La actividad de este primer mundo desarrolla y genera otros tres mundos, inferiores.

De ellos hablaremos mañana. Saludos cordiales, Antonio Piñero.
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