La civilización cristiana. Los orígenes, evolución y su proyección hacia el futuro (Comentario a R. Haight, Jesús símbolo de Dios, II)


Resulta que estaba yo madurando las ideas de Haight, cuando me invitaron a dar una conferencia en Vigo en el marco de un encuentro sobre la teoría de Samuel Huntington acerca del “Choque de civilizaciones”. Esta es la conferencia a la que aludí en mi post anterior, que tenía el título “La civilización cristiana en su génesis y en su trayectoria hasta nuestro tiempo”.

Entonces esbocé la estructura de esa conferencia y su argumentación en torno a ejemplos tomados de este libro. Me refiero ahora a la civilización cristiana fundamentalmente en sus aspectos ideológicos.

Soy consciente de lo inabarcable de la empresa propuesta en el título de la conferencia, por lo que me limitaré a los puntos que considero principales y los únicos que pude tratar en el marco y contexto de una exposición oral.

Si omito algún punto interesante, o si mis interpretaciones se prestan a discusión –como supongo-, seguramente en los comentarios a los “posts” aparecerán voces que complementarán o corregirán fructíferamente lo que haya sido expuesto. Intentaré desarrollar en síntesis apretada los apartados siguientes:

I Rasgos sintéticos que caracterizan a la civilización cristiana hoy como construcción ideológica.

II Algunas suposiciones sobre cómo puede evolucionar esta civilización cristiana en el futuro inmediato,

y III, muy brevemente, qué consecuencias pueden obtenerse de esta doble perspectiva sobre la cuestión difícil del choque/alianza de las civilizaciones. Esto último irá naturalmente entre grandes interrogantes

1. Una imponente edificación ideológica

Si contemplamos a vista de pájaro el conjunto del desarrollo teológico de las religiones más importantes del mundo: judaísmo, budismo, hinduismo, sintoísmo/taoísmo, islam, podemos llegar razonablemente a la conclusión de que es la cristiana, probablemente, la que ha construido una teología más desarrollada a lo largo de unos 19 siglos. Desde luego el número de volúmenes –y bibliotecas- de teología sistemática cristiana no tiene parangón con el de otras religiones.

Lo curioso es que esta construcción teológica, es decir, la interpretación del mundo, del hombre y de su salvación, estaba ya muy desarrollada hace 18 siglos. Como muestra vale una síntesis del pensamiento de Ireneo de Lyon, que escribió su obra, Refutación de las herejías, hacia el 180. Esta síntesis va –como hemos dicho- de la mano de Haight:

Las dos manos de Dios, la Palabra y el Espíritu, existían antes de la creación, y Dios creó el universo desde la nada por medio de ellas. Primero fue creado Adán y luego Eva, quienes vivieron como niños en un mundo paradisíaco donde todas sus necesidades estaban satisfechas. Antes de que contravinieran la voluntad de su Creador, es decir, antes de que pecaran, la Palabra de Dios tuvo ya la intención de encarnarse y de confraternizar con el ser humano -lo mejor de la creación- y completar así esta obra creativa. Adán y Eva y la raza humana estaban destinados a una vida de desarrollo y crecimiento en obediencia para culminar en la resurrección y la gloria cabe Dios.

Pero el pecado rompió este modelo, y la historia posterior del mundo y de la humanidad quedó marcada por la transgresión, el sufrimiento, la corrupción y la muerte; la historia comenzó a moverse no hacia Dios y la bondad, sino lejos del objetivo propuesto por la divinidad. Aunque la Palabra y el Espíritu de Dios actuaban contra esta historia de pecado, la salvación verdadera se efectuó por la encarnación de la Palabra divina en Jesucristo. El Verbo preexistente se hizo el segundo y nuevo Adán, la nueva fuente y el arquetipo de la nueva raza salvada de seres humanos en la historia.

Jesucristo salva básicamente viviendo plenamente una existencia humana integral: hizo lo que Adán debería haber hecho. Por la encarnación el Hijo o Logos asume completa y realmente la realidad humana, el cuerpo y el alma, uniendo así consigo a esta humanidad. Segundo: al vivir el curso entero de la vida desde el comienzo hasta la vejez, Jesús santifica o salva cada aspecto de la existencia humana. Tercero: esta santificación se efectúa por una obediencia completa a la voluntad de Dios que, por un lado, invierte la desobediencia de Adán y, por otro, derrota los impulsos y tentaciones de Satán hacia la desobediencia. La obediencia es un elemento clave en la historia, ya que invierte la marea completa de pecado y desobediencia de la historia.

La muerte de Jesús puede ser salvífica también por otros motivos, pero la razón principal es haber sido la prueba suprema de obediencia; Jesús salva “por su sangre” significa el grado de su compromiso con la voluntad del Padre. A causa de esta vida de obediencia Jesús es resucitado desde la muerte a la gloria, y esta resurrección es la resurrección de todos los que se unen a él por la fe, y lo siguen. Los efectos de la obra salvadora de Cristo se los apropia la humanidad concretamente por el envío del Espíritu que une la divinidad a nuestra humanidad, y por el bautismo y la eucaristía que son, por así decirlo, una participación física en este ámbito de la incorrupción y la resurrección obtenidas por Jesucristo.

El término clave en Ireneo que resume todo este proceso que abarca desde la creación hasta la consumación del mundo es la “recapitulación”. Éste vocablo significa entre otras cosas resumir todo. En Jesucristo, que es el segundo Adán, se resume todo. Mientras que Adán fracasó, Jesucristo volvió a hacer todo a la perfección, vivió plenamente una vida recta de relación con Dios, se convirtió en fuente nueva y cabeza de la humanidad y volvió a situar la historia humana en el camino correcto.

Esto en cuanto a la teoría de la salvación o soteriología. La cristología, o interpretación/tratado de Jesús como mesías, Cristo, se desarrolla paralelamente.
Lo veremos otro día.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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