Mujeres en los Hechos Apócrifos de Pedro (VI)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Crisé, la prostituta de oro (AV 30)

En el capítulo 30 de los Hechos de Pedro recobramos el texto griego, concretamente el del códice B de Vatopedi (Athos, del s. XI). Forma parte del Martirio y así lo recogen las ediciones. Sin embargo, empieza el fragmento con la historia de una mujer que nada tiene que ver con los acontecimientos finales de la vida y la muerte del Apóstol. Ni siquiera guardan conexión con el Martirio los últimos encuentros con Simón. Por ello quizá fuera mejor reservar el epígrafe de "Martirio" para los capítulos 33 y siguientes.

Todo sucede en el contexto de la reunión dominical que ya entonces solían celebrar los cristianos. Pedro había prometido, según la relación del capítulo anterior, acudir el domingo a la casa de Marcelo para visitar a las viudas. "Como era domingo", dice el relato, Pedro exhortaba a los hermanos "en presencia de muchos senadores, muchos más caballeros, mujeres ricas y matronas que se fortalecían en la fe". Entre tantos y tan altos personajes se mezcló "una mujer totalmente rica, que tenía el sobrenombre de Crisé, porque todos sus utensilios eran de oro" (AV 30, 1). Crisé, en efecto, significa en griego "áurea", "de oro". El narrador sigue explicando que desde su mismo nacimiento nunca se había servido de utensilios de plata ni de cristal, sino solamente de oro. Podríamos concluir que entre tantas personas ilustres se encontraba en su ambiente. Insistimos en el dato de que muchas de las mujeres, que aparecen en las escenas de los Hechos Apócrifos, pertenecen a las altas esferas de la sociedad, ya sea desde el punto de vista social como desde el económico.

La mujer se acercó a Pedro y le espetó sin ambages introductorios: "Pedro siervo de Dios, aquel a quien tú llamas Dios se me ha aparecido en sueños y me ha dicho: `Crisé, lleva a mi servidor Pedro 10.000 monedas de oro, porque se las debes´. Y aquí te las he traído por miedo de que pueda ocurrirme algún mal de parte del que se me ha aparecido y que se ha subido al cielo" (AV 30, 2). Dichas estas cosas y depositada la suma, la mujer se marchó sin más.

Pedro aceptó el regalo, y alabó a Dios por el alivio que tal cantidad suponía para los más necesitados. Pero la mujer no era en absoluto anónima ni desconocida. Algunos de los presentes pusieron en guardia a Pedro acerca de la mujer y del origen del dinero que tan generosamente había donado. Dudaban incluso que Pedro hubiera actuado correctamente al recibir esa clase de dinero de tal clase de mujer. El incidente sirvió para que quedara patente la personalidad de la donante, su fama y su conducta en la sociedad romana. Era sencillamente prostituta; y el dinero que había acumulado era fruto de la prostitución. Es el mismo argumento en que se basaron los príncipes de los sacerdotes para no echar en el tesoro del Templo el dinero de la traición de Judas: Era precio de sangre (Mt 27, 6). Los amigos de Pedro consideraban el dinero de Crisé como precio de prostitución. Decían sus detractores que era famosa en Roma por su profesión, que no había vivido unida a un solo hombre, sino que había tenido relaciones hasta con sus propios esclavos. Por ello aconsejaban a Pedro que no tomara parte en "la mesa de oro de Crisé" y que le devolviera su donativo (AV 30, 3).

Pedro, con una sonrisa en los labios, respondió basado en la visión que había tenido la mujer: "Ciertamente desconozco qué otra clase de vida lleva, pero sí sé que no he recibido en vano este dinero. Lo ha ofrecido, en efecto, como deudora de Cristo y lo entrega para sus servidores. El mismo Cristo se ha preocupado de ellos" (AV 30, 4). Era deudora de Cristo, quien de esta manera se preocupaba de sus siervos. Era, en suma, un argumento de suprema autoridad. Dios mismo había recomendado a Crisé que pagara su deuda. Y como tal la había aceptado Pedro para alivio de los necesitados.

Por desgracia nada cuenta el Apócrifo sobre el futuro de aquella mujer. Su encuentro en visión con Dios y su relación pasajera con Pedro no merecieron comentario alguno del autor. Tampoco sabemos si su visión o los milagros de Pedro provocaron un cambio en su conducta y en su profesión. El interés del relato iba más bien a dejar en los lectores otra clase de lección, la misma que proclamaba Pablo en su epístola a Tito cuando decía que "todo es limpio para los limpios" (Tit 1, 15). Dejando a un lado otros imponderables, el texto ilustra cómo el gesto de Crisé purificaba lo que pudiera haber de inconveniente en el origen de aquel dinero. El evangelio de Mateo había dejado también un claro testimonio de Jesús a favor de las meretrices, que entrarán delante de muchos en el reino de los cielos (Mt 21, 31). Porque las puertas del perdón están siempre abiertas para los arrepentidos. Es una de las ideas maestras en la doctrina evangélica.

Las concubinas de Agripa. Jantipa (HchPe, Mart 4-7)

El Apócrifo camina a su fin. El capítulo 33 de los Actus Uercellenses o cuarto del Martirio introduce las causas reales que llevarán a Pedro hasta la cruz. Como en los Hechos de Andrés, Pablo y Tomás, la predicación sobre la castidad ha llegado a niveles sensibles. Mientras todo se desarrolle en los ambientes populares, el problema será de tono menor. Pero cuando llega a personas relacionadas con las más altas esferas de autoridad y de poder, la crisis es inevitable. Es lo que sucede justamente en estos capítulos.

Conversión de las concubinas a la castidad

El capítulo cuarto del Martirio, equivalente al 33 de los AV, es el principio del códice P de Patmos en griego (s. IX) que lleva el título de Martirio de San Pedro Apóstol en Roma. Con los mismos sucesos empieza el Martirio de San Pedro Apóstol del Pseudo Lino. Pedro se encontraba en Roma rodeado de fieles que escuchaban su palabra. El texto introduce sin contexto el dato de las cuatro concubinas de Agripa que también se habían adherido a la causa de Pedro: Agripina, Nicaria, Eufemia y Doris. Habían escuchado el discurso de Pedro sobre la castidad y habían quedado fuertemente impresionadas en su corazón. En consecuencia, habían tomado de común acuerdo la decisión de abstenerse de compartir el lecho de Agripa, quien empezó a molestarlas por su actitud.

Agripa, que estaba muy enamorado de ellas, no sabía qué partido tomar ni qué acciones emprender para hacerlas volver a su vida anterior. Determinó investigar las causas de tal mudanza. Fue entonces cuando se enteró de que visitaban a Pedro, en quien vio al responsable de la situación creada. Ya sé, les dijo, que "ese cristiano os ha enseñado a no tener relaciones conmigo" (HchPe 33, 4). Se desahogó en amenazas contra las mujeres y su mentor. A ellas las exterminaría si no cambiaban; a Pedro lo quemaría vivo. El relato da testimonio de la actitud generosa e inconmovible de aquellas mujeres: "Ellas se resignaron a sufrir cualquier daño de parte de Agripa, con tal de no dejarse arrastrar por la pasión, fortalecidas por la fuerza de Jesús" (Ibid. 33, 4).

En un breve capítulo aparecen estas cuatro mujeres, que reúnen las notas más determinantes de las protagonistas femeninas de los Hechos Apócrifos. Son mujeres socialmente elevadas, relacionadas con el Prefecto. Eran objeto de su amor, pues el Prefecto "estaba muy enamorado de ellas", dice el texto. Escucharon la predicación de Pedro sobre la castidad y sobre la doctrina cristiana. Quedaron profundamente impresionadas y tomaron juntas la decisión de apartarse en adelante del lecho de Agripa. No se hizo esperar la reacción del Prefecto. Vigiló sus movimientos, descubrió que se reunían con Pedro, las amenazó con la promesa de castigar igualmente al responsable. Todo fue inútil. Ellas perseveraron en su decisión.
No quedaron ahí las cosas. Otra mujer importante y "de gran belleza", de nombre Jantipa, esposa de Albino, amigo del César, acudía en compañía de otras matronas a casa de Pedro. Se mantenía también separada de su marido, que estaba locamente enamorado de ella. En Jantipa se cumplen las notas características de muchas heroínas en los Hechos Apócrifos: Era de clase ilustre, de gran hermosura, convertida a la vida de castidad, muy amada por su marido. Sorprendido e indignado Albino con la actitud de su mujer daba vueltas a la idea de quitar la vida a Pedro con sus propias manos. Pues supo que era él la causa del alejamiento de su esposa. Pero el texto amplía la noticia afirmando que "muchas otras mujeres, enamoradas del discurso sobre la castidad, se separaban de sus maridos, como también los maridos abandonaban el lecho de sus propias mujeres por el deseo de vivir honrando a Dios digna y castamente" (HchPe 34, 2).

Castigo del responsable

En Roma se había levantado el consiguiente revuelo, lógico si hemos de entender al pie de la letra las palabras del Apócrifo. Albino pidió a Agripa que tomase en su nombre venganza de Pedro, de lo contrario, se vería obligado a tomarla por su propia mano. Agripa le respondió que lo mismo le estaba sucediendo a él. Adoptaron, pues, la decisión común de acabar con el culpable para vengar las ofensas que les infería tanto a ellos como a otros que no tenían su misma capacidad de venganza.

Jantipa se enteró de los planes de los dos próceres y se apresuró a mandar recado a Pedro intimándole a que huyera de Roma. No había acuerdo entre los cristianos. A unos no les parecía bien que su Maestro huyera y abandonara el puesto. Otros creían que lo mejor era preservar su vida para mayores servicios. Al final se impuso la opinión de la huida. Fue entonces cuando Pedro, solo, fugitivo y disfrazado, se encontró con el Señor que se dirigía a Roma. Después de la escena del Quo uadis?, Pedro comprendió que debía regresar a la ciudad y arrostrar los peligros que pudieran presentarse. Como así sucedió. Condenado a morir en cruz, solicitó la gracia de ser crucificado cabeza abajo con la intención de dar un giro a la historia del mundo. Pedro explica las razones del gesto con un prolijo discurso, lleno de ideas y fórmulas gnósticas. Otros autores suponen que así Pedro imitaba la forma del nacimiento. Pero el Pseudo Lino da la explicación tradicional sobre una supuesta humildad de Pedro que no quería ser crucificado como su Maestro y Señor. "Cambió así todas las señales de la naturaleza" (HchPe 38, 2).

En el caso de Jantipa se cumplen puntualmente los rasgos de las mujeres protagonistas de estos Hechos, y se llega a la solución por los mismos pasos. Mujer importante y amada, convertida a la vida de castidad, causa de disgusto para su poderoso marido, motivo definitivo de la persecución y la muerte martirial del Apóstol. Lo constata el redactor del relato. De forma paralela Agripa, desesperado con la conducta de sus concubinas, "llevado de su mala pasión, mandó crucificar a Pedro bajo la acusación de ateísmo". El sustantivo griego nósos quiere decir enfermedad. Pero es obvio el sentido moral de tal enfermedad. La versión latina lo interpreta traduciendo "por la enfermedad de su incontinencia". Como en otros casos de la Historia, una es la razón real, verdadera y objetiva de un suceso, otra la razón "oficial" y legal. La acusación de ateísmo era más elegante desde el punto de vista social. Un motivo que preocupaba a los frustrados mucho menos que la verdadera raíz de su disgusto, que no era otra que la rebelión y el alejamiento de sus mujeres. Una actitud inaceptable para hombres tan poderosos como Agripa y Albino.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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