“Tiempo e historia” en el judaísmo y cristianismo antiguos (II)


Hoy escribe Antonio Piñero:

La duración, el tiempo prolongado y su contrario, el instante fugaz, se sentían también entre los hebreos como algo rítmico. Así, un largo período de tiempo se presentaba como un ritmo continuado que pasaba a otro, en el que la secuencia era más prolongada. De este modo, el ritmo, más breve, el del día (luz/obscuridad/luz) pasaba al ritmo semanal más prolongado: “trabajo/descanso/trabajo”, y de ahí al ritmo mensual más amplio aún (luna nueva-luna llena-nueva) y al anual (doce lunas). Tras seis años venía un sabático, de descanso de la tierra, y tras siete ritmos de siete, el año jubilar, o cuadragésimo noveno (Lev 25,8-17), en el que además del barbecho de los campos había –al menos en teoría- una emancipación general de las personas (israelitas) esclavizadas y una condonación de las deudas: cada uno volvía a su clan y se hacía de nuevo con su propiedad ancestral.

Por su parte, el tiempo fugaz, el momento volandero es para el indoeuropeo una especie de movimiento rápido, un “abrir y cerrar de ojos”. Para el hebreo, por el contrario, era un regha´, un latido del corazón, un movimiento brusco y repentino; era una sensación corporal, no una visual.

Por las implicaciones que posee sobre la idea de historia –como a continuación diremos- es también importante que fijemos nuestra atención en cómo concebían los antiguos israelitas la “identidad de la conciencia”. Los europeos podemos imaginarnos nuestro “yo”, nuestra identidad consciente, como un gran contenedor espacial que almacena, dispone y ensambla todas nuestras experiencias, ideas y sensaciones a lo largo de nuestra vida. Para los antiguos hebreos la misma función era desempeñada por un contenedor temporal, no espacial: la vida toda y las realidades de la experiencia de cada uno estaban atesoradas en la persona como hechos temporales. El “yo” es idéntico al tiempo y a los contenidos que hacen a éste algo concreto.

Precisamente por ello la conciencia divina es totalmente atemporal, sólo imaginable fuera del ámbito del tiempo, ya que permanece sin inmutarse, siempre idéntica consigo misma, A su vez, la conciencia humana participa un tanto de esta cualidad, pues ese «yo» que engloba múltiples experiencias hace desaparecer con facilidad las distinciones temporales.

Al mismo tiempo ocurría que para los antiguos hebreos los eventos, los hechos importantes eran realidades que permanecían siempre existentes como contenidos del «yo» común del pueblo entero. Por ello los grandes acontecimientos de la historia de Israel -la promesa a Abrahán, el éxodo, la alianza en el Sinaí, etc.- permanecían como constitutivos del ser del pueblo israelita antiguo y se rememoraban continuamente, El hebreo era, así, un pueblo que sentía y vivía la historia.

En esta misma línea de pensamiento, la conciencia de Dios, interpretada tal como acabamos de decir hace un momento, implicaba que ÉL, en su inmovilidad fuera del tiempo, pero envolvente, comprendía y estaba presente en toda la historia de la humanidad. Esta omni-presencia, junto con su omni-potencia generaban espontáneamente la concepción de un Dios como Señor del tiempo y de la historia.

Esta ideología era bien diferente de la que reinaba entre los ambientes estoicos, peripatéticos y sobre todo epicúreos de la filosofía griega. Especialmente para estos últimos la divinidad era un ser frío y extremadamente distante que no se preocupaba en absoluto de los hombres.

Otra diferencia que puede llamamos la atención a nosotros, herederos de la cultura griega, es que para los antiguos hebreos el contenido del tiempo desempeñaba el mismo papel que el contenido del espacio para los griegos, cosa que no debe ya extrañarnos, pues está de acuerdo con lo que hemos dicho hasta el momento. Los griegos prestaban particular atención a las cosas, mientras que en el Antiguo Testamento hebreo se insiste mucho más en la peculiaridad de los acontecimientos.

Mientras que el heleno hacía del tiempo una abstracción, ya que distinguía perfectamente lo que ocurría dentro del tiempo de éste como tal el hebreo tendía a confundir el tiempo con su contenido. Este es el motivo por el que los tiempos cronológicos se nombran y caracterizan en el Antiguo Testamento de acuerdo con su contenido. Por continuar con un ejemplo mencionado anteriormente, el día será el «tiempo de la luz» y la noche el «tiempo de la obscuridad». El día del juicio final será para los perversos tiempo de obscuridad y negra nebulosa. Los tiempos de la vida interior serán también ritmos determinados por su contenido, como lo ilustra magníficamente el conocido texto de Eclesiastés (3,lss):

«Todo tiene su momento
y cada cosa su tiempo bajo el cielo.
Hay un tiempo para nacer
y un tiempo para morir.
Su tiempo tiene el plantar
y su tiempo el arrancar lo plantado.
Hay un tiempo para matar
y un tiempo para sanar;
un tiempo para destruir
y un tiempo para edificar.
Tiempo tiene el llorar,
y otro tiempo tiene el reír.
Un tiempo hay para lamentarse
y otro para danzar (...)
Un tiempo tiene el buscar,
y su tiempo, el perder (...)
Hay un tiempo para amar
y otro para odiar.
Su tiempo tiene la guerra,
y su tiempo, la paz.»

Por último, otra de las diferencias más notables, señaladas por Boman, respecto a la concepción del tiempo en los griegos y nosotros frente a la de los antiguos hebreos se expresa con nitidez en el sistema o estructura de los tiempos verbales en las lenguas respectivas. En griego, latín y en las lenguas herederas occidentales (a excepción parcialmente del ruso que posee la también un sistema de «aspectos») el sistema verbal está construido fundamentalmente sobre la tríada pasado-presente-futuro, que se corresponde muy bien con esa concepción espacial en la que anteriormente hemos insistido: estacionado el hablante en el punto que representa su presente, el pasado le queda detrás, a su espalda, y el futuro delante, ante sus ojos.

Los tiempos del verbo hebreo, por el contrario, no representan en principio nada de este esquema, sino otro muy distinto: situados también desde el punto de observación del hablante los tiempos expresan una acción completa (perfecto) o incompleta (imperfecto), ya sea en el pasado presente o en el futuro, o también la causa de ella (hiph´il) la intensidad de la acción (pi’el) y el efecto sobre el sujeto (hitpa'el = reflexivo).

Concentrémonos en los dos primeros tiempos que son los más importantes para nuestro propósito. El perfecto hebreo expresa acciones, sucesos o condiciones que el hablante considera como existentes de hecho delante de él, ya pertenezcan a un “pasado” objetivamente cerrado, pero cuyas consecuencias llegan hasta él, o a un «futuro», pero concebido como existente delante de él. El imperfecto por su parte, expresa acciones, sucesos o condiciones, que observadas desde el punto de vista del hablante están in fieri, en proceso de realización, es decir aún incompletas sin llegar a su conclusión, ya sea en el pasado, en el presente o en el futuro.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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