Los descubrimientos de Nag Hammadi. Egipto y el cristianismo primitivo (VII).


Hoy escribe Antonio Piñero:

En este apartado no deseo extenderme demasiado, pues los lectores que conocen la obra colectiva, Textos coptos. Biblioteca de Nag Hammadi, Madrid, Trotta, 2007 (3ª ed.)-de José Montserrat, F. García Bazán, Fernando Bermejo y A. Piñero- tienen ya suficientes ideas sobre él, en especial a partir de la “Introducción general” y las introducciones particulares a cada uno de los tratados en esta obra, sobre la gnosis, sus peculiaridades en cada texto, y su relación con Egipto. Por ello lo que sigue a continuación va sobre todo para los lectores que no conocen, o conocen poco, esta Biblioteca, y va sobre todo referido al ánimo interno que impulsa la búsqueda de la gnosis. Tengan paciencia conmigo los que ya conocen.

La gnosis y más tarde el movimiento filosófico-religioso derivado de ella, el gnosticismo, constituyen un fenómeno, un sistema de pensamiento, una atmósfera religiosa de una intensidad e importancia extraordinarias que se extendió por todo el Mediterráneo durante los siglos I y II y duró con plena vigencia quizá hasta el V. Tuvo tanta repercusión este movimiento durante esos siglos, tan cruciales en la historia del cristianismo primitivo, que sin comprender lo que es la gnosis no puede entenderse en profundidad una buena parte del Nuevo Testamento (sobre todo Pablo y el evangelio de Juan) que se halla moldeado con elementos intelectuales gnósticos, aunque en muchas ocasiones se oponga a la vez a ideas gnósticas, e decir más por oposición y contraste que por aceptación.

Los descubrimientos de Nag Hammadi a finales de 1945, nos han proporcionado trece libros, códices, que contiene un total de aproximadamente unos 45 tratados gnósticos antes absolutamente desconocidos, en su mayoría.

Antes de tal hallazgo, para entender lo que significaba la gnosis antigua teníamos que recurrir a los escritores cristianos antignósticos, Ireneo de Lyon, Hipólito de Roma o Epifanio de Salamina, quienes nos habían dejado amplias refutaciones de los sistemas gnósticos cristianos, cuyo atrevido pensamiento afectaba al dogma y ponía en peligro la ortodoxia cristiana del momento. Se han demostrado fieles, pero al fin y al cabo eran fuentes secundarias.

Hoy día, tras la publicación de los manus¬critos, en pergamino, de Nag Hammadi -la antigua Quenoboskión, cerca de la Dióspolis Parva en el Alto Egipto, a unos cien kilómetros al norte de Luxor- conocemos ya directamente este movimiento espiritual y no ya través de sus detractores y difamadores, aunque en general cuando hacen resúmenes de las ideas de sus adversarios suelen ser muy fidedignos.

La gnosis en general, como otros movimientos esotéricos, se inscribe en las profundidades de la religiosidad del espíritu humano. Siguiendo un convencimiento de que el mundo, la materia, es mala y transitoria, y de que el hombre, compuesto también y principalmente de espíritu, no tiene su patria verdadera en este mundo de aquí abajo, el gnóstico busca una iluminación de lo alto que le enseñe el camino hacia el cielo –de donde cree proceder- y le ayude a escaparse de la prisión de esta existencia.

Traducido a la práctica de la vida cotidiana los gnósticos forman parte de ese grupo de gentes espirituales que gracias a sus revelaciones se autoexcluyen de la masa de la humanidad y sueñan con un orden ideal que en realidad trasciende este mundo. En consecuencia, su deseo es renunciar a todos los bienes usualmente deseados por los humanos y aspirar a la liberación definitiva que sólo viene del espíritu.

Este impulso espiritual no se traduce prácticamente nunca en una suerte de revolución, sino en un rechazo a y un retirarse de la contaminación espiritual, de la ebriedad de la distracción e inquietudes de las aglomeraciones humanas, de los compromisos de la política y de todo lo que signifique verse envuelto con los afanes de este mundo. Mas para sentirse libre de tales ataduras el gnóstico necesita una ayuda celestial, que se concreta en una revelación.

La revelación celeste, la "gnosis" o conocimiento, es una pura iluminación intelectual. La divinidad, apiadada de la situación del espíritu humano, aprisionado en la materia como en una cárcel, va enviando a lo largo de los siglos mensajeros celestes para iluminar y rescatar a los mejores de la humanidad de este mundo perverso. La tragedia consiste en que la inmensa mayoría de los hombres no alcanza la plenitud de la vida divina, ya que su espíritu se halla distraído y enloquecido por las trampas de la materia y no presta oídos a la revelación del mensajero celestial que sólo pretende despertar al hombre dormido, ebrio de materia, e indicarle que su origen verdadero está arriba, en el mundo divino.

La iluminación, la llamada divina, se produce para los gnósticos cristianos por la venida de Cristo, el último y definitivo Revelador. Pero este Cristo no es el Jesús "normal" en el que creen el común de los creyentes, sino el Jesús verdadero y oculto a los ojos de la mayoría, el Revelador por antonomasia de la gnosis, una entidad divina que desciende de lo alto.

En efecto, ya en los primerísimos momentos de la nueva religión cristiana había ciertos creyentes que se consideraban en posesión de doctrinas secretas de Jesús, una “gnosis”, a las que los demás no tenían acceso y que se encaminaba precisamente a lograr la mencionada liberación del espíritu. Decían, y no les faltaba razón, que los mismos evangelios indicaban que el maestro de Galilea no explicaba a las masas todas las maravillas del Reino de Dios, sino que tomaba aparte a sus discípulos preferidos y a ellos solos les aclaraba los misterios más recónditos del Reino de los cielos (véase Evangelio de Marcos 4,11ss).

Otros cristianos afirmaban que, tras su resurrección, Jesús había empleado su tiempo en visitar a menudo la tierra, donde conversaba con sus discípulos y les confiaba múltiples secretos de los cielos, cómo había sido constituido el universo y el hombre, y cuál era la esencia de la salvación.

El tiempo de permanencia de este Revelador variaba: según Evangelio de Lucas, al parecer, Jesús permaneció sólo un día acá abajo; según el mismo autor, en los Hechos de los Apóstoles, Jesús se quedó en la tierra cuarenta días dialogando con sus discípulos, pero otros evangelios -naturalmente "apócrifos", no aceptados por los ortodoxos- sostenían que Jesús había perseverado en la tierra enseñando esas doctrinas secretas desde quinientos cuarenta y cinco días hasta doce años (Ascensión de Isaías 9,16). (Por cierto: esperamos que este apócrifo del Antiguo Testamento vea la luz a lo largo de este año, 2008, como parte del tomo VI de la colección de “Apócrifos del Antiguo Testamento”, de Ediciones Cristiandad).

Aunque sostenían ideas religiosas no acomodables en realidad a las ortodoxas cristianas, la mayoría de los gnósticos procuraban no apartarse formalmente del seno de la Gran Iglesia. Pero muchos llegaron a desafiar abiertamente la autoridad de sacerdotes y obispos. En vez de una vida encorsetada en prácticas exteriores y en sacramentos, postulaban una vida intensamente espiritual, interior. Ahondando en las revelaciones del Cristo gnóstico formulaban una teología que difería muchísimo de la oficial, procurando aproximarse y unirse a Dios directamente, sin los intermediarios de una jerarquía o de los sacramentos. Esta actitud llevó pronto, hacia finales del siglo II y durante los siglos III y IV a un enfrentamiento a muerte con los representantes de la teología cristiana oficial y con los poderes eclesiásticos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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