Mujeres en los Hechos Apócrifos de Tomás



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La mujer amada por el diablo (HchTom 30-38)

Otra forma de posesión diabólica

El Hecho III del Apócrifo trata del suceso de un joven hermoso muerto por la mordedura de una serpiente negra. Tomás se encuentra con el cadáver junto al camino por el que el Señor le dirigía. Comprendió en seguida que algún misterio se encerraba tras el penoso acontecimiento. Oró pidiendo a Dios explicaciones, que obtuvo a plena satisfacción, tanto suya como de sus numerosos oyentes.

Como obligada por la intimación del Apóstol, surgió de su guarida una gran serpiente negra que, recibiendo el don de la palabra, habló de esta manera: "Hay una hermosa mujer en ese pueblo de enfrente. Pasó un día cerca de mí, la vi y me enamoré de ella. La seguí y me mantuve al acecho. Pero, al mirar, observé a este joven que la estaba besando; y no sólo eso, sino que mantuvo relaciones con ella; realizó también otras cosas nada hermosas con ella. Sin embargo, no me atrevo a contártelas porque sé que eres gemelo de Cristo, y eres causa de ruina para nuestra raza..." (HchTom 31, 2-3).

Uno de los datos que el Apócrifo ofrece sobre la personalidad de Tomás es su carácter de hermano gemelo de Cristo. Cf. HchTom 11. 39. La serpiente siguió contando cómo no quiso matar al joven delante de la mujer, sino que lo hizo cuando lo vio solo por la tarde.
Explicada fehacientemente la muerte del joven, quiso Tomás conocer detalles sobre la serpiente parlante. Le preguntó, pues: "Dime de qué semilla eres" (HchTom 31, 3). La serpiente respondió con un largo y prolijo alegato en el que se confesó idéntica con la serpiente del Paraíso. Más aún, era la responsable del crimen de Caín (Gén 4, 5-8), del endurecimiento del Faraón (Éx 5-8), de la construcción del becerro de oro (Éx 32), de la conducta de Herodes (Mt 2), del afán acusador de Caifás (Jn 18, 28ss; Mt 26, 3), de la traición de Judas (Mt 26, 14-16. 47).

El Apóstol intimó a la serpiente para que volviera a chupar el veneno que había inoculado en el cuerpo del joven muerto, y suplicó a Dios que lo resucitara. El joven volvió a la vida mientras la serpiente, reventada por el veneno, fue absorbida por la tierra. Luego, siguió Tomás instruyendo al joven resucitado que se convirtió en leal seguidor de la persona del Apóstol y de su doctrina.

El joven era consciente de que su vida pasada no había sido precisamente ejemplar. Su olvido de la mujer hermosa amada por el diablo fue tan total y definitivo que el relato del Apócrifo no vuelve a hacer mención de ella. Su atención va detrás del nuevo discípulo de Tomás, junto al cual había hallado la tranquilidad y el reposo.

Pero aquí aparece otra clase de sucesos en los que los demonios desempeñan una función importante. Fue uno de los encargos que el mismo Cristo hizo a sus Apóstoles con motivo de los primeros escarceos ministeriales que les encomendó. Así lo expresaba en el llamado Discurso de la Misión, recogido en el evangelio según Mateo (10, 8). Fue igualmente una de las recomendaciones de la Misión (con mayúscula) a la que Cristo envió a sus Apóstoles para evangelizar al mundo (Mc 16, 17). Era una forma de subrayar el final del autor del mal en el mundo. El relato de las tentaciones de Cristo fue el paradigma de una lucha que quedaba abierta con la llegada del Evangelio.

La mujer violada por el diablo (HchTom 42-50)

El relato de la mujer

Seguido Tomás por la multitud, regresó a la ciudad para dirigirse a la casa del joven resucitado. Los padres del joven le instaban insistentemente para que se alojara en su casa. Entonces una mujer interrumpió sus pasos e intenciones a grandes gritos. Era una mujer muy hermosa que contó al Apóstol su triste historia. Pero empezó diciendo: "¡Oh apóstol del nuevo Dios, venido a la India; oh siervo de aquel único Dios santo y bueno, que por medio de ti es predicado; oh salvador de las almas que se dirigen a él y médico de los cuerpos de los que son atormentados por el enemigo: tú eres aquel que ha resultado ser ocasión de vida para todo el pueblo de la India. Ordena que yo sea conducida a tu presencia para que te cuente lo que me ha sucedido. Quizá por ti podré tener esperanza mientras los que te rodean obtendrán mayor confianza en el Dios que tú predicas. -Una de las intenciones de la taumaturgia de los Apóstoles era dar testimonio del poder de Dios y confirmar así la fe de los presentes-. No son pocas las molestias que me ha causado el adversario en este período de cinco años. En otro tiempo era yo una mujer tranquila, rodeada totalmente de paz, sin preocupación ni cosa parecida" (HchTom 42, 1-2).

"Pero un día, cuando salía del baño, me salió al encuentro un hombre desenvuelto y como asustado. Su voz y su lenguaje me parecieron oscuros y débiles. Poniéndose delante de mí, me dijo: “Yo y tú nos uniremos en un amor único; y tú únete conmigo como suelen unirse el hombre y la mujer”. Yo le respondí: “No me he unido a mi prometido, con quien no he consentido en casarme, ¿cómo me voy a entregar a ti que quieres unirte conmigo como en adulterio?" Dicho esto, me fui. Dije entonces a la muchacha que iba conmigo: "¿Has visto a ese joven y su desvergüenza, y cómo se ha atrevido a hablarme con todo descaro?" Pero ella me respondió: "Yo vi a un anciano hablando contigo". De vuelta ya a casa y después de haber comido, me vino una sospecha a mi alma en especial porque se me había aparecido en dos formas. Y dándole vueltas al asunto me dormí. Vino, pues, aquella noche y mantuvo conmigo aquella relación inmunda. Cuando se hizo de día, lo vi y huí de él. Pero a la noche siguiente vino y abusó de mí. Y ahora, como ves, hace ya cinco años que me molesta y no se aparta de mí. Pero yo estoy firmemente convencida de que los demonios, los espíritus y los vengadores están sujetos a ti y sienten terror ante tus oraciones. Ruega, pues, por mí y arroja de mí a este demonio que me atormenta, quede yo libre, retorne a mi antigua naturaleza y reciba la gracia que ha sido concedida a mis congéneres" (HchTom 43, 1-4)).

He reproducido las palabras mismas de la mujer, que cuenta de forma pormenorizada las peripecias de su situación de extraña posesión diabólica. La mujer se define a sí misma como naturalmente tranquila y libre de toda clase de preocupaciones. Era, además, una mujer que había renunciado al matrimonio y practicaba en consecuencia la castidad perfecta. Notamos, no obstante, que lo mismo que en otros pasajes de los Hechos Apócrifos, se establece una clara distinción entre la situación de matrimonio y la de adulterio. La mujer no explica otras motivaciones que su rechazo del matrimonio. Siendo así las cosas, como argumento a fortiori expresa la imposibilidad de aceptar una situación de adulterio. Las sospechas de la mujer ante la polimorfía del siniestro personaje tuvieron un infortunado cumplimiento en la conducta tenaz de quien no era otro que el demonio.

El demonio desenmascarado por Tomás

El Apóstol imprecó al malvado y atrevido polimorfo y le intimó para que se mostrara, diera la cara y expusiera los motivos de su actuación. Ante la palabra de Tomás, se presentó el "enemigo" y se plantó delante de él sin que nadie pudiese verle excepto la mujer y el mismo Apóstol. Pero los grandes gritos de sus explicaciones podían ser oídos por todos los presentes. De este modo se cumplía el objetivo de Tomás: que su testimonio moviera mentes y corazones, y les abriera el camino para una fe más firme y más sincera.

El demonio se quejaba del trato que le dispensaba Tomás, un trato que recordaba y reproducía el que Cristo había tenido con los demonios durante su vida en la tierra. Reconocía el poder del Apóstol y su capacidad de buscarles el fin antes de tiempo. Sin esperar respuesta a su alegato, se dirigió a la mujer sumido en un mar de lágrimas y desolación: "Yo debo abandonarte, oh hermosísima consorte mía, cuando hace tanto tiempo que te encontré y en la que tenía mi reposo. Te dejo, hermana mía sincera y querida en quien me he complacido. No sé qué voy a hacer o a quién invocar para que me escuche y me defienda. Esto es lo que haré. Me marcharé a otros lugares donde no haya llegado la fama de este hombre, y respecto a ti quizás encuentre allí, amada mía, a otra con un nombre diferente". Y levantando la voz, continuó: "Quédate en paz, ya que has buscado refugio en otro más grande que yo. Me marcharé y buscaré una semejante a ti, y si no la encuentro, volveré a ti de nuevo" (HchTom 46, 1-2; cf. Mt 12, 43-45). El demonio sabía que en presencia de Tomás no tenía ninguna posibilidad. Pero conservaba la esperanza de que algún día se ausentara el Apóstol, y entonces la mujer quedaría indefensa.

El demonio, sin embargo, desapareció. En su lugar aparecieron fuego y humo. Tomás aprovechó la ocasión para hablar de la naturaleza diabólica, hecha, en efecto, de humo y fuego. Luego, dirigió a los fieles una larga alocución llena de referencias bíblicas. Oró por los que han creído, pidió que pudieran despojarse del hombre viejo y vestirse el nuevo. Impuso las manos a los presentes deseándoles la paz. La mujer le suplicó diciendo: "Apóstol del Altísimo, concédeme el sello (el bautismo) para que no vuelva otra vez a mí aquel enemigo" (HchTom 49, 1).

Bajó Tomás a un río cercano y bautizó a la mujer en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Con ella fueron bautizados otros muchos. A continuación Tomás encargó a su ministro que preparara el pan para la Eucaristía. Pronunció entonces una larga epiclesis llena de resabios gnósticos. Hizo sobre el pan la señal de la cruz, lo partió y empezó a repartirlo. La mujer fue la primera a quien administró el pan eucarístico diciendo: "Que esto te sirva para la remisión de los pecados y de las transgresiones eternas" (HchTom 50, 3). Después lo repartió a todos los que habían recibido el sello.

Es evidente que el encuentro de la mujer con el Apóstol no podía haber resultado más gratificante. Ella había elegido ya un modo de vida que había sido gravemente alterado por la actuación diabólica. Tomás devolvió a la mujer al camino elegido por ella. Pero, además, le había dado la gracia del Bautismo, prenda y garantía de seguridad en el cumplimiento de sus propósitos. No se puede decir que aquella mujer adoptara la vida de castidad por la predicación del Apóstol, pero sí que en él encontró un firme apoyo para sus decisiones y el camino para alcanzar la meta deseada.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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