¿Jesús, magnitud incomparable? Ulteriores precisiones sobre un cuento de hadas

Hoy escribe Fernando Bermejo

En mi último post, extraje conclusiones de la comparación llevada a cabo en este blog entre los predicadores Juan el Bautista y Jesús de Nazaret. Hoy explicitaré algo más lo que dije, dejando para un posterior post el tratamiento de un punto que quedó pendiente de explicación. Una vez más, es posible que estas observaciones sean útiles para los lectores más reflexivos (aunque probablemente para nuestros lectores más reflexivos las siguientes aclaraciones resulten superfluas).

La idea de que Jesús de Nazaret, concebido ya como Cristo, es una magnitud absolutamente excepcional e incomparable en el judaísmo (y en general en la historia de la humanidad) es una idea central en el discurso cristiano. En tanto que postulado de fe, esta idea –repito lo que ya escribí, a despecho de ciertos lectores que no leen– es comprensible, esperable y respetable. Sobre la verdad de tal aserto, el historiador de las religiones no entra, ni puede ni debe entrar: no es de su incumbencia ni de su interés. El historiador se limita a constatar que hay personas que poseen esta creencia, y en todo caso investiga cómo tal creencia ha podido generarse.

Otra cosa muy distinta tiene lugar cuando esa creencia pretende ser apoyada por la investigación histórica, es decir, cuando se pretende que esa idea no es debida sólo a una experiencia religiosa, a la fidelidad a una tradición religiosa o a la devoción, sino que viene respaldada por los métodos de la sana crítica y por el examen imparcial y desapasionado de las realidades históricas del s. I. Pues bien, es un hecho que la idea según la cual Jesús es un sujeto absolutamente único, que representa un novum incomparable en el judaísmo, y que supera o excede las realidades religiosas de su tiempo, ha sido y es sostenida por numerosos exegetas confesionales en obras que albergan la pretensión de ser estrictamente históricas, no teológicas.

Tal pretensión puede y debe ser enfrentada con los medios de la razón, y desde luego por el historiador y el filólogo, pues está –al menos en teoría– abierta a comprobación empírica, y por tanto es susceptible de ser falsada (en el sentido popperiano del término). Lo que constata alguien que lleve a cabo tal análisis es lo siguiente:

1ª) No disponemos de suficiente material comparativo para emitir un juicio semejante, pues las fuentes sobre el judaísmo del s. I son deficientes en muchos aspectos. Por ejemplo, virtualmente carecemos de datos con respecto a lo que otros taumaturgos y predicadores judíos del s. I e.c. pensaron de sí mismos o de su status (de hecho, ni siquiera tenemos una idea suficientemente clara de todo lo que enseñó Juan Bautista). En tales circunstancias, afirmar que “Jesús es incomparable en el judaísmo” o que “Jesús excede las realidades espirituales del judaísmo” cuando no se conoce bien el judaísmo de su época, resulta –para decirlo suavemente– irresponsable, por no decir desmesurado, insensato o absurdo (de hecho resulta, de entrada, implausible).

2ª) Reveladoramente, cuando ha resultado posible obtener un relativo mejor conocimiento del judaísmo (v. gr. mediante el descubrimiento de los manuscritos de Qumrán, o mediante el examen de las fuentes relativas a los carismáticos palestinos del s. I), se ha mostrado que ideas que tradicionalmente habían sido atribuidas únicamente a Jesús, en realidad existían en otros personajes y otras corrientes judías. Dicho sumariamente: cuanto mejor se conoce el judaísmo, más comprensible y menos “únicamente único” resulta Jesús. Y, de hecho, apenas una sola de las cosas que sabemos sobre Jesús son exclusivas de él: ni la actividad supuestamente taumatúrgica, ni la idea del amor, ni la confianza en la gracia de Dios, ni el mensaje a los desfavorecidos, ni la tensión escatológica…

3ª) Más específicamente, la confrontación de la información disponible sobre Jesús con la disponible sobre Juan el Bautista arroja, como hemos visto, numerosísimas semejanzas entre las dos figuras, lo que hace que Jesús pueda ser englobado en una categoría de predicador palestino a la que pertenece también Juan Bautista (aun habiendo entre ellos ciertas diferencias). Teniendo en cuenta la escasez y el carácter sesgado de las fuentes sobre Juan, esta conclusión es extraordinariamente elocuente, y resulta deletérea para la tesis de la “unicidad absoluta” de Jesús, que se revela puramente teológica, no histórica.

4ª) Por supuesto, la combinación de rasgos de Jesús constituye una magnitud única, pero esto significa que ese predicador fue un individuo de carne y hueso dotado de especificidad. Puede concederse también que ello significa que Jesús de Nazaret parece haber sido un individuo dotado de genio religioso, que causó un impacto sobre sus seguidores. Pero de aquí a mantener que Jesús fue “absolutamente único” en el judaísmo hay un abismo.

[Excursus: Muchas personas bienintencionadas parecen argumentar del siguiente modo: si el cristianismo es un fenómeno único, entonces Jesús debe haber sido único. Sin embargo, argumentativamente la deducción es el resultado de una falacia, porque implica que el cristianismo es, como tal, producto de la actividad de Jesús. Ahora bien, ningún historiador en su sano juicio pretende que Jesús es el fundador del cristianismo, el cual es un fenómeno que depende para su existencia de diversos factores (desde la existencia de los helenistas y de Pablo de Tarso hasta la caída de Jerusalén en el año 70, con las consecuencias que tuvo para la evolución de las corrientes judías)].

En suma, no es por insidiosas razones apriorísticas de tipo antimetafísico o antirreligioso por lo que el historiador niega la “absoluta unicidad” de Jesús, sino por razones de verosimilitud que se derivan de la aplicación más rigurosa de una combinación de conocimiento empírico y de lógica elemental (y aun de sentido común).

Así puede concluirse que la tesis de la supuesta unicidad de Jesús como un sujeto absolutamente incomparable en el mundo religioso de su tiempo es, desde el punto de vista estrictamente histórico, un puro y simple cuento de hadas, y así fue designada por Ed P. Sanders (“fairy tale”, con relación a la presencia de esa idea en la obra de W. Bousset) en Jesus and Judaism, SCM Press, London, pp. 24-25. Tal conclusión no es un exabrupto solipsista de Fernando Bermejo o de algún otro llanero solitario: ha sido sostenida y razonada anteriormente por diversos autores independientes (lo cual es esperable, pues no es difícil para un historiador llegar a esa conclusión). Y, que yo sepa, la misma idea es compartida hoy por quienes analizan la figura de Jesús con cierto conocimiento del judaísmo y desde una perspectiva independiente, entre ellos varios de los colaboradores de este mismo blog.

(Excursus totalmente innecesario para lectores reflexivos: Por supuesto, esa conclusión no implica que no haya elementos del mensaje de Jesús de Nazaret que sean moralmente positivos, sublimes y conmovedores; ni quiere decir que no haya en el cristianismo algunas ideas admirables, ni mucho menos quiere decir que no haya cristianos moralmente extraordinarios, ni quiere decir que no haya en el mundo otros muchos cuentos de hadas que merezcan ser desvelados. Sólo quiere decir lo que dice: exactamente lo que dice).

Si a algún lector le disgusta la expresión “cuento de hadas” o le parece falta de tacto (¿una falta de tacto equivalente, por ejemplo, a llamar a alguien "raza de víboras" o "sepulcros blanqueados"...?), desde luego ése no es nuestro problema, pero ciertamente puede sustituirla por alguna otra y decir, por ejemplo: la idea es errónea, la idea carece de toda verosimilitud, la idea es una simple invención, la idea es un tópico sin fundamento, la idea no tiene ni pies ni cabeza, etc., etc. Cada cual puede añadir variantes de su cosecha, y elegir la que menos perturbe su sensibilidad.

Aclararé qué quise (y quiero) decir exactamente al afirmar que ese cuento es “moralmente perverso” en un próximo post.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo

P.D. Aunque lamento no tener tiempo para contestar a todos los lectores, quisiera agradecer (globalmente y de una vez para siempre) a todos aquellos que intentan descalificar sistemáticamente mis intervenciones en este blog o que pretenden ofrecer de ellas diagnósticos psicoanalíticos el gran talento e ingenio de que hacen gala. Me sorprende sobremanera que aun así me sigan leyendo, pero admiro y agradezco no sólo su formidable potencia argumentativa, sino también su finura, su simpatía y su amabilidad, a menudo enternecedoras.
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