¿Existió el ateísmo en la Antigüedad? (III)

Hoy escribe Antonio Piñero:

Considerado en su conjunto, el movimiento de los Sofistas en Grecia estaba también sustentado por una filosofía que prescindía totalmente de la divinidad en la práctica. Aunque más que ateísmo habría que definir la posición de estos personajes como “agnosticismo”.

El sofista de más impacto fue Protágoras, contemporáneo de Socrates (siglo V a.C.). Del tratado de Protágoras sobre La naturaleza (de los dioses) o "Sobre la verdad", también llamado por algunos "Discursos demoledores", nos ha quedado entre otrs fragmentos un famoso inicio: “En cuanto a los dioses no soy capaz de decir si existen o no existen”, y el famosísimo apotegma "El hombre es la medida de todas las cosas, del ser de las que son y del no-ser de las que no son".

Esta última sentencia es el compendio de todo un tratado de teoría del conocimiento. Éste no se basa, en la necesidad de postular la existencia de una correspondencia entre percepción y razón, como contemporáneamente postulaba Sócrates. Protágoras negaba esta proposición exactamente. Y al afirmar que “El hombre es la medida de todas las cosas”, no pensaba en la especie humana, sino en el hombre individual. Y cuando dice “todas las cosas” se refería a la medida de la verdad de absolutamente todas las cosas. Cada individuo es la medida de todo lo que puede ser verdad para sí mismo. Y no hay verdad sino aquello que se percibe en primer lugar por los sentidos, que es lo mío propio.

Al negar la diferencia entre razón universal como fundamento de la verdad y percepción individual, consecuentemente negaba Protágoras que la razón fueraea la única norma de la verdad. Eso llevó a Protágoras a sostener que dos proposiciones contradictorias pueden ser verdaderas. Afirmaciones estrictametne contradictorias pueden ser verdaderas para seres humanos diferentes, o para al mismo ser humano en diversos momentos de su vida. A cualquier opinión que se intente demostrar se le puede oponer otra proposición contradictoria con iguales argumentos e igual aspiración a ser verdad para un individuo concreto. Por tanto, sólo hay verdad para mí mismo. Verdad y falso no existen como conceptos objetivos. Vale igual decir “todo es verdadero”, como decir “todo es falso”. Verdad y Ser son sólo conceptos relativos.

Protágoras negaba igualmente la existencia de un Ente absoluto y eterno, cuya esencia inmutable fuera el sustento último de toda afirmación verdadera, que es propiamente la que se deriva de la razón sustentada en un orden divino fundamentado absolutamente. Por tanto, Protágoras presentó el esquema de una teoría del conocimiento resueltamente empirista y relativista, en la que la esencia absoluta de la divinidad como sustento y apoyo de la verdad no desempeñaba ningún papel. El ser humano es el dios de la comprensión del universo tal como lo percibimos.

El caso de Platón

De manera general Platón aparece incluso ante las personas cultivadas de hoy día como un deísta consumado. Aparte de venerar a los dioses de la ciudad y no cuestionar –por boca de Sócrates ni por la suya propia- la existencia de los dioses, su teoría del Uno, como Bien absoluto y como fundamento de todo lo existente, ha llevado a muchas gentes a pensar que Platón no sólo creía en los dioses, sino que era en la práctica un monoteísta convencido.

Esta interpretación de Platón olvida algo esencial que ha puesto muy bien de relieve José Montserrat en su libro Las transformaciones del platonismo (Barcelona, Bellaterra 1987): para Platón, los denominados "primeros principios", en los que está incluido el Uno, el Bien, los conceptos y formulaciones matemáticos, el mundo de las ideas, su proyección como imagen (“sombra”) en el universo, la creación de éste por medio del Demiurgo, etc., desempeñaban tan sólo la función de mero objeto de conocimiento. Valían para explicar y entender la realidad física tanto mundana como celeste. Es decir, Platón en principio había excogitado teóricamente un sistema para entender el mundo, pero sin afirmar exactamente que a esa explicación correspondiera una realidad auténtica, cosa que no podía probarse.

Más tarde, sin embargo, los sucesores de Platón, el denominado “platonismo medio”, basándose probablemente en que ya el maestro en su obra La República había asimilado con el Bien el principio trascendente que subyace a las fórmulas matemáticas, el Uno, invirtieron y alteraron las bases del platonismo antiguo. Esos principios, que, insistimos, eran para Platón sólo objetos o medios de conocimiento, pasaron a ser considerados sujetos conscientes, dignos de veneración: el Uno, o el Bien, fueron pensados como una entidad real, que a su vez podía producir otros seres divinos por medio de la generación o la emanación. Así se formó la idea de que la divinidad existía, y que en líneas generales er tal como se pensaba que la había excogitado Platón: El Uno, o el Bien, y que era también realmente existente lo que de ella se derivaba, a saber la “expansión” del Primer Principio en Intelecto y Alma divinos, en último término responsables de la creación del universo.

De entre las ulteriores evoluciones del platonismo medio acerca de los Primeros Principios, hay una que ayudó sobremanera a extender la idea de un Platón profundamente monoteísta e incluso un precursor de la Trinidad cristiana: era la de los que entendían el Uno como expandido en Tres Principios. Estos platónicos insistían enérgicamente en las características del Primer Principio como Sumo trascendente más allá del ser y de lo inteligible. Pero defendían también un proceso de descenso desde el Primer Principio a dos Principios superiores, y de éstos a otros inferiores, proceso que podía describirse como emanación o generación. El Segundo Principio es el Intelecto divino, y contiene en sí todos los inteligibles en una “unimultiplicidad”. El Tercer Principio era el Alma/Espíritu, que a su vez podía concebirse como dos subprincipios, un Alma Intelectiva y un Alma del Mundo. Este sistema triádico enlazó, en los gnósticos cristianos, con la revelación de la Trinidad neotestamentaria, y más tarde, sobre todo a partir de Orígenes estuvo en la base de las explicaciones de la doctrina cristiana de un Dios que tenía un Hijo, Jesucristo.

Desde esta perspectiva se concluye normalmente que el Platón auténtico tal como se muestra aparentemente en sus escritos (aparte de lo que sabemos de él por testimonios indirectos del final de su vida que cayó en una suerte de misticismo, cuyo objeto último de contemplación –¿y veneración íntima?- era el Número) era en el fondo un monoteísta.

Sin embargo, la investigación más detenida de la obra de Platón ha puesto de relieve -como arriba dijimos- que el maestro había excogitado el sistema como una mera especulación consistente y lógica para explcarse de algún modo el universo. De ello hay que concluir necesariamente que Platón era más bien un agnóstico, pero que había buscado intensamente la elaboración de un sistema mental que le permitiera sentirse medianamente satisfecho con la explicación ofrecida del universo que contemplaba…; ahora bien, sin afirmar nunca que su explicación fuera real… Es preciso repetirlo: el sistema era sólo un medio de aclararse a sí mismo el misterioso y complejo mundo que sus ojos contemplaban… ¡pero nada más! Platón, pues, era en verdad un agnóstico.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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