José/Jesús como mesías. Comparación de la novela José y Asenet y el Nuevo Testamento (XII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Hablábamos en otro post de la representación del patriarca José como mesías en la novela de JyA, tema que parece también interesante por sus concomitancias con el Nuevo Testamento.

José aparece como un auténtico benefactor del país de Egipto, al que trae la paz y el bienestar materiales…, ideas tan típicas del mesías judío, que es un personaje terrestre, humano, cuya misión es restaurar la paz, conciliar al pueblo con Dios y traer abundantes bienes materiales.

Recordemos un texto ya citado en el que parece la brillantez y la repetición del número doce, lo que parece representar simbólicamente las doce tribus de Israel:

José entró sentado en el segundo carro del faraón. Llevaba un tiro de cuatro caballos blancos como la nieve, con frenos de oro, y el carro estaba igualmente recubierto de oro. José iba revestido con una túnica extraordinariamente blanca, y el traje que le envolvía era de púrpura, tejido en lino y oro, llevaba una corona dorada sobre su cabeza, en torno a la corona doce gemas escogidas y sobre ellas doce rayos de oro, y con cetro real en su mano derecha. Llevaba una rama de olivo extendida con abundante fruto (5,4-7).


En la novela aparece calificado José también como “salvador” (griego sotér); es el “hijo de Dios” (6,25; 13,10; 21,3) y el "elegido" divino (13,10). Es también su “primogénito” (18,11; 21,4 en el texto largo) o “como su primogénito” (23,10). Todos estos son rasgos mesiánicos.

Lo más sorprendente es quizá la equiparación mesías-luz que aparece en los pasajes siguientes: José es sol para el alma que acaba de abandonar la idolatría (5,4ss y 6,5). “¿A dónde huiré?” –exclama Asenet por haber despreciado a José-; “¿En dónde me esconderé? Porque él ve todo escondrijo y nada se le oculta por la gran luz que hay en él” (6,3). El mesías, como luz del mundo, es justamente una de las afirmaciones centrales del Prólogo del Cuarto Evangelio, 1,9: “Éste (Juan Bautista) vino como testigo para dar testimonio de la luz y para que todos lleguen a la fe…).

Nótese aquí, también -como paralelismo con Jesús- que el profeta/mesías, por su don de inspiración divina, no sólo tiene una visión especial para entender y ver las cosas celestes, sino incluso la habilidad de leer las mentes de otra persona, es decir, es lo mismo el don de leer lo oculto en la mente que predecir el futuro.

Piénsese en la capacidad del profeta Jesús para leer las mentes de otros como indica Lc 7,39: Cuando el fariseo que había convidado a Jesús vio que una pecadora pública estaba ungiendo los pies de Jesús dijo para sus adentros: “Éste, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”… Y como Jesús lo sabe perfectamente sin que nadie se la haya dicho le dice a Simón: “Tengo que decirte una cosa… Un acreedor tenía dos deudores… sus muchos pecados le son perdonados porque amó mucho…”, etc. O el Jesús del Cuarto Evangelio (1,48-50) que conoce perfectamente a Natanael sin que nadie le diga nada.

José como “hijo de Dios”

Dentro de este contexto mesiánico que rodea la figura de José, deseo insistir en un punto al que ya hemos hecho alusión hace un momento y en posts anteriores, a saber José es el hijo de Dios y que más tarde nos ayudará a obtener interesantes consecuencias sobre la finalidad de la novela. En el conjunto de la narrración destaca la nitidez y rotundidad con la que se afirma este predicado de José, a pesar –como también sabemos que tanto a la Conversión, personificada, como a Asenet se las denomina “Hija del Altísimo” (15,7; 21,3). ¿Qué sentido otorga a este predicado el autor de la novela?

Primero expondré la opinión de diversos editores y comentaristas; luego, la mía.

Uno de los editores de la novela, M. Philonenko, afirma que este apelativo se debe a José porque es el marido de la noble Asenet, hija de un sátrapa del faraón. Pero no parece esta opinión razonable. Y ello por una contundente razón: José es hijo de Dios antes de aparecer ni siquiera como prometido de la joven. Ésta, todavía pagana aunque en trance de conversión, proclama este título de José por dos veces (capítulo 6).

Naturalmente, debemos excluir también una interpretación del título en sentido “ontológico”, es decir, esencial y real, como si éste equivaliera plenamente a lo que la comunidad cristiana que está detrás de los evangelios canónicos, incluido el de Marcos, entendía cuando tal expresión se afirmaba de Jesús, a saber hijo real y “físico” de Dios. La tesis de una autoría cristiana de la novela (así, P. Battifol en su edición de JyA, Le livre de la Prière d’Aseneth. París, 1889-1890 = Studia Patristica I y II, París) está hoy prácticamente desechada.

No parece que pueda pensarse tampoco en una interpolación cristiana de todos los pasajes de la novela en los que el título aparece, como si una mano posterior, un refundidor, al caer en la cuenta de los rasgos mesiánicos de José le hubiera añadido este supremo título de “hijo de Dios”. Queda descartada la hipótesis porque parece absolutamente improbable que un cristiano, seguidor de Jesús, pueda aplicar este título con un significado ontológico al patriarca judío José.

Tampoco me parece aceptable del todo, aunque tiene muchas más posibilidades, la postura pendular, llevada al otro extremo, a saber, el intento de minimizar en absoluto la fórmula cuyo significado profundo ahora discutimos. Ésta es principio la teoría de otro de los editores de esta obra, Ch. Burchard (responsable de la versión alemana y de la inglesa en las traducciones críticas de la novela dirigidas por W. G. Kümmel y J. H. Charlesworth, respectivamente): “hijo de Dios” significa “salvado en general” (16,14 y 19,8), pero de una clase religiosa “alta”, por ejemplo “amigo de Dios”, como Jacob en 23,10.

Así José sería designado hijo de Dios como con una connotación de nobleza, una manera literaria de compensar la descripción despectiva de Asenet, aún no convertida: “¿No es éste el hijo del pastor de Canaán a quien su padre ha abandonado” (4,13) por una parte, y para señalar que José es más aún que el hijo primogénito del Faraón (Burchard en Charlesworth, Old Testament Pseudepigrapha, II, 191 y n. 73). A mí me parece que esta interpretación “suave” de la expresión “hijo de Dios” no rinde cuenta en absoluto del relieve que la fórmula tiene en la novela.

El próximo día intentaremos ver, en mi opinión, cómo pudo entender la fórmula el autor de la novela.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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